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La ficha del festejo.
En la ciudad de Toluca, cerca
del famoso Cosmovitral, se encuentra
un árbol de doce metros de altura, tallo recto, con corteza café pálida, y
cientos de enigmáticas flores que recubren la totalidad de su copa. Es el
famoso árbol de las manitas, una especie arborea exótica y espectacular, cuyas
flores en forma de manos atraen a muchos visitantes a una casa particular. En
los toros, los carteles con dos matadores de toros, conocidos como mano a mano,
invitan poco a la plaza. No debemos achacar ello a ese formato torpemente, sino
al hecho de que en la actualidad lo vemos tanto, que de mano en mano
completamos ya un árbol de las manitas. En tan solo cinco festejos, La
México ha añadido dos troncos al árbol. Corridas que serán recordadas por
elementos individuales dentro de ellas, y no por el mano a mano en sí. Quizás
al otro lo alimentase más el morbo del enfrentamiento, pero este, más que como
una confrontación, quedó como un cartel cojo. Tras confirmarse que Luis David Adame tampoco partiría plaza
en este quinto festejo a consecuencia de su lesión, se esperaba un mejor remate
que aprovechara el buen ambiente que dejaron dos toreros mexicanos el domingo
pasado. Así, pues, quedó un mano a mano sin atractivo añadido, y en el que
todas las esperanzas cayeron en lo que cada espada pudiera hacer
individualmente. Mano a mano... ¿Y confrontación? Paréntesis. Es justo comentar
la forma en que el papel del sobresaliente se ha ninguneado esta temporada. Por
segunda vez consecutiva en carteles que requieren de él, partió plaza detrás de
los espadas anunciados el matador michoacano Alejandro Ayala. En ambas, con su ilusión a cuestas y con todo lo
que implica vestirse de luces y partir plaza en México, ha tenido que taparse
en el burladero de matadores sin tomar el lugar que le corresponde en los
primeros tercios de la lidia. Más de uno lo señalará como responsable. Sin
embargo, en el mano a mano anterior salió
al ruedo a cumplir con sus obligaciones, y el juez de callejón, Eduardo Moreno “Morenito” lo jaló hacia el callejón y lo obligó a taparse.
Desde entonces no ha podido desprenderse de la tronera del burladero.
Quizás el señor Morenito cree que nadie se da cuenta, ni
de aquella vez en que le aventó la seguridad a un aficionado que osó increparlo:
o de cuando ordenó unas banderillas negras aunque el toro sangraba profusamente.
Tampoco cuando Rafael Herrerías intentó herir a un toro desde el callejón y no
hizo nada; o cuando al toro aquel de La Punta le cambiaron el nombre por Juezpen. Ahora permite la lidia de seis
toros sin que nadie cumpla con colocarse detrás del toro en el segundo tercio
como específica el Reglamento Taurino en su artículo 67 que debe hacerlo el
segundo espada en antiguedad. Se hace guaje
solo. Habría que anunciarle que los sobresalientes no son relleno ni
adorno: son toreros, tienen una función, y tienen dignidad. Se lidió, pues, un encierro
pobre de todo –menos de mansedumbre- de San
Isidro. El primer espada, Sebastián
Castella, se las vio con Santito –n.
87, 523 kg.- negro entrepelado, rematado de carnes pero afectado en su trapío
por su fea encornadura, delantera y tocada del izquierdo. Este fue un toro
complicado, protestón, con la cabeza muy suelta, y con cierta bravuconería.
Bramaba con fuerza mientras el francés lo citaba con la muleta. Antes, en el
primer tercio, el toro se arrancó al caballo de la querencia, derrumbándolo
aparatosamente. Se le picó finalmente en la contraquerencia, y el Payo
bordó una media en su turno al quite. Ya antes Castella había firmado un buen
remate en el saludo capotero. Castella con su primero En el último tercio, el de
Beziers estuvo poderoso con base en aguante, logrando mandarle al de San Isidro.
Aguantó todos los calamocheos y poco a poco logró alargar la embestida del
animal, para conseguir la respuesta de un público que fue a verlo y a aplaudirlo
a la plaza. Acorde a las condiciones del toro, Castella estuvo un tanto brusco
y acelerado, descuidando un poco esa estética y esa quietud que le valió muchos
partidarios hace algunos años por estas latitudes. Sin embargo estuvo muy bien,
solvente, y dominante. Mató de pinchazo trasero y estocada en la misma
colocación. Ovación.
El tercero, de nombre Yorch –n. 82, 490 kg.-, berrendo
aparejado, fue bien picado en la querencia por Juan Carlos Paz, quien aguantó con mucha torería la embestida del
toro, que lo dejó en una condición desfavorable. En el último tercio vimos a un
Castella revolucionado y brusco. El animalillo no era ningún dechado de nobleza
ni de recorrido (de bravura mejor ni hablamos), pero Castella tampoco supo
sobarlo, sino que lo hizo protestón y áspero. La gente, de dulce con él, le
apretó muy poco. Mató trasero pero con eficacia, y se despidió entre palmas. La gente aprecia al diestro frances El quinto de la tarde se llamó Gabano –n. 88, 540 kg.- con el que
Castella firmó su labor más aseada de la tarde, sobreponiéndose a la
mansedumbre asfixiando que exhibió el animal en los primeros tercios. Así,
pues, consiguió sus mejores series, tersas y templadas con la mano derecha. Ahí
quedaron para el cromo un trincherazo y un cambio de mano en la primera tanda
de la faena. Después el torito cantó su necesidad de rehuir a la pelea, y todo
se vino abajo por completo, principalmente por el toro, pero también porque pareciera
que Castella no encuentra como sobar y convencer a ese ganado noblote y bobote
que exige. Mató con dificultad y se despidió entre una cariñosísima ovación en
el tercio que le brindó la entrada con mil quinientas o dos mil personas más
que llevó a la plaza.
El
Payo, Octavio García, el rubio queretano reapareció en la Plaza México
con una importante cuota de sufrimiento físico a cuestas. ¡Y de qué forma!
Parece que esos trances de dolor, de sufrimiento, de desazón, de trabajo extra,
de frustración, de cortar temporadas y empacar los avíos para echar a andar las
ilusiones les sirven como una especie de epifanía. Al ex tauromágico se le notan
las consecuencias de la enfermedad: luce delgadísimo, pálido, adusto, de
expresión seria, alargado de la cara, con una cintura minúscula, casi
sorprendente. Pero también apareció con otro oficio, con otra expresión,
transmitiendo más y mejor que nunca, con un compromiso distinto con su
profesión. “¡Ya maduraste Payo!” se dejó escuchar fuerte y claro desde el Sol.
Y es que, aunque al otrora polémico matador de los rizos le siguen pitando todo
lo que pueden, lo cierto es que cada vez hay menos que protestarle. El Payo en plan arrollador El Payo lidió en primer
término a Tío Mario –n. 84, 490 kg.-
berrendo en cárdeno, alunarado, capirote, caribello casi lucero, coletero, y
botinero. Débil y rebrincado de salida, y al que le puso dos buenos pares de
banderillas Luis Alcantar. Octavio
anduvo muy en torero, serio, expresándose en momento larguísimo, incluyendo dos
series sobresalientes al natural, templadísimas. El torillo duró fue muy poco
para el Payo, que salió con ganas de convencer
a todos. Desafortunadamente mató de dos pinchazos y estocada, que le
valieron solo una ovación cerrada antes de una unánime salida al tercio. La
plasticidad, la torería, la vergüenza torera, lo delicado de las formas, pero
también la seriedad desprovista de bisutería quedo a la vista con este cuarto
de toro.
Muy buenos momentos con los que hicieron segundo y sexto El punto más flojo de la tarde
lo regalaron tercero y cuarto, de aquel ya hablamos, mientras que éste se llamó
Mexicano –n. 74, 537 kg.-. Fue un
horrible bisonte negro entrepelado, con un morrillo enorme y desproporcionado
con el resto del toro, soso, débil, y descastado. El Payo no sudó de más, ni el
toro le permitió mayor lucimiento. Le sonaron un aviso y se despidió entre
algunas palmas, y algunos pitos.
El gran momento de la tarde, la
faena en la que el Payo logró subir los decibeles al entusiasmo del embudo monumental,
fue en la del sexto toro. A Caporal –n.
91, 531 kg.- le bordaron el pitón derecho en dos tandas temprano en la faena que
levantaron de sus asientos a los diletantes de la Monumental capitalina. Por el
lado izquierdo, el cornúpeta fue tardo y deslucido para el toreo en redondo, y
cuando el Payo volvió a la derecha, el San Isidro ya no fue el mismo, sino que
mantuvo la cara a media altura y el hocico arriba, desluciendo todo. Octavio
García, que ya había echado mano de la dosantina, volvió a los recursos y
aunque la gente mantuvo su interés y su entusiasmo, la faena ya no fue la
misma. No hubo toro, la materia prima no
permitió que la faena subiera hasta donde podría llegar, aunque también quedó
la sensación de que el Payo podría pensar un poco más en el toreo antes de
pensar en los tendidos. No obstante, afloró el toreo por bajo, incluyendo una
trincherilla de locura, como para vaciarla ya mismo en bronce. Mató ligeramente
abajo pero con efectos mortales para desatar la petición mayoritaria y cortar
una auténtica oreja de México, de peso y valía, de una plaza de primera. Los
retazos de toro levantaron escándalos de nuevo, pero la verdad es que Jorge Ramos muestra oficio y moderación
en el palco en comparación con el otro juez, y la oreja tuvo mucha justicia. Pero
no nos fijemos en despojos, lo importante es que los toreros mexicanos están
alzando la mano rumbo a la segunda parte de la temporada. Se dibujan solos los
carteles, se alzan las expectativas, y se despiertan ilusiones. Las orejas son lo de menos, el toreo es lo que importa Así, pues, a esta rama del
árbol de las manitas nadie la recordará como aquellas fuertes ramas, frondosas
y firmes, sobre las que descansa la afición de mucha gente. Su tronquito, débil
y torcido se perderá a la vista en medio de un árbol tan grande. Por el
contrario, las faenas que vimos se recordarán individualmente, por
especialmente se recordará la actuación del Payo, esa reaparición con sabor a
declaración de intenciones de un torero renovado, aunque sin toro. Se hablará
de ello y la gente se preguntará por el cartel completo, pero pocos lo
recordarán. Ahí estará, el mano a mano del tres de diciembre del 2016,
escondido entre las miles de ramas del árbol de las manitas.
*Fotos: Luis Humberto García "Humbert".
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