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El sábado tres de diciembre, la Plaza México recibió un petit comité de afición taurina, que se nota a leguas que anda sin brújula, debido a los cambios que aún no se ajustan dentro de la organización, o desorganización de la nueva empresa, y que lógico, no se terminan de comprender.
Los toreros formaban una tercia y se convirtió en mano a mano, con la salida del matador Luis David Adame quién confirmaría su alternativa, pero no pudo restablecerse del percance que lo dejó fuera del cartel. Así, Sebastián Castella y Octavio García “El Payo” enfrentaron un careo, como lo marca la coreografía de la cuarta sevillana; gentil y sin ningún tête à tête.
¡Menuda sorpresa que en la entrada principal de la plaza, se escuchara un grupo musical que parece amenizar una fiesta de oficina en fechas decembrinas! ¿Y el pasodoble? ¿El tablao flamenco? Además existe ahora un bar montado hasta con periqueras. ¿Qué acaso el vino no se lleva en la bota? ¿La fresca cerveza no se le compra al cubetero?
. Ante los toros de San Isidro, de capas variopintas, cuyos nombres no los menciono porque ya no dejan un tatuaje en la memoria de los tercos aficionados que esperamos por respeto unánime presenciar lo que se anuncia en los carteles “corrida de toros” y más aún, por el precio que se paga en la taquilla. Pero así salieron por la “puerta de los disgustos” como es costumbre en las últimas décadas toros descastados y sosos que restaron emotividad, y por consiguiente, una falta de materia prima para que los diestros pudieran explayarse en sus diferentes estilos del buen torear.
. Se vio un Castella vestido de manera muy personal, en una seda en azul fulgurante que contrastaba con los bordados en azabache, con la elegancia siempre por delante que es parte de la exquisitez del galo; quien pudo dejar por algunos momentos tanto con su toreo de capote, como con la muleta pases de gran calidad. Pero el toreo que nos ha dejado ver, ese que sincroniza las arenas con aroma a la flor de la lavanda, como si fuera de la provence francesa no se pudo alcanzar, ante la debilidad de los astados de su lote.
. Octavio García, cada vez refleja más en las plazas su personalidad y un estilo que lo hace único; algún día cuando era más joven, lo asocié como “un niño Dios” por esa áurea de luz que emana y que armoniza con su cabello en oro. Al paso del tiempo, es un diestro con mucha presencia y sitio.
El torero por momentos nos mostró que el arte barroco de su tierra natal queretana lo lleva en la muleta, trató de delinear con la poca esencia del manso bautizado como “Caporal” firmes derechazos y naturales que lograron pronunciar la expresión que los aficionados contienen y reprimen en la garganta, el ¡Oleeé!
Pero la brújula siguió moviendo las agujas de forma tenebrosa cuando el público sacó la mitad de los pañuelos blancos y los otros amarillos… ¡Para morirse! ¿Acaso era la bienvenida al Papa? ¿O ya se cambiaron las palomas por abejorros confundidos en busca de un panal? ¿Esto es ya, bicolor o bipolar?
Lo que se conoce en sociología como cohesión social unida bajo un mismo fin, en este caso hablo del aficionado taurino, se disgregó, ahora se ha refugiado en otros espectáculos que ofrece la gran ciudad de México. Muchos aficionados que hace años decidieron irse, fue para siempre; las tardes han venido a menos, esta como otras no fue la excepción, transcurrió lineal, carente de fervientes emociones, los ex bravos lograron el tedio colectivo, además de presenciar tantos fenómenos anti taurinos dentro de lo taurino confirman el desorden, reflejo de mismo de la forma en que en México se vive.
Observé como los sobrevivientes en la plaza, se fugaban envueltos en un humo de un puro, y lo mejor de lo mejor, fue la pregunta de un chaval:
¿Mañana vendrán los renos disfrazados de toros?
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