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Ficha del festejo: http://opinionytoros.com/noticias.php?Id=55532 La entrada indicó lo que no es ninguna novedad.
Todos los que estamos metidos en el toro sabemos por dónde hace aire: Pablo Hermoso es el rey de la taquilla
desde hace más de quince años, mientras que Joselito Adame es el gran emergente de la tauromaquia mexicana. Sin
embargo, la gran masa no estaba enterada de algo que se ha construido con base
en la regularidad y en la entrega a carta cabal de un joven tlaxcalteca. Y es
que Sergio Flores ha levantado la
mano una ocasión sí y otra también en el gran embudo, y a pesar de ello, el
gran público apenas hoy lo conoció. La enorme afición se puso dura con Pablo Hermoso de Mendoza, quien
perturbó su plácido domingo obligándoles a gastar su dinero e ir a la Plaza
México por una esporádica ocasión. El navarro se la vio con Sebastián –n.40, 541 kg.-, cárdeno del
hierro de Los Encinos, emotivo de
salida, y que fue de más a menos junto con la faena. Destacaron dos momentos
dos toreros, dejándose llegar al toro en tablas, y toreando en redondo por la
división de sol y sombra de la puerta de caballos. Toda la tarde fue un lío con
la espada, y la gente le pitó desde el primer síntoma de aburrimiento. Al maestro no lo trataron con cariño Emilio –n. 30, 531 kg.-, del mismo hierro, fue un toro
menos entregado, andando y soso, que se entregó muy poco. No obstante, el
estellés provocó la locura cambiando los terrenos completando casi una vuelta
al anillo, y otros pocos momentos en los que pudo hacerse de la embestida por
oleadas del también cárdeno. Poco hizo la afición por recompensar la buena
lidia que permitió esos momentos brillantes a Pablo, y más pronto que tarde le
comenzaron a apretar. El jinete se volvió a hacer un lío con el rejón de
muerte, y tras echar pie a tierra se retiró entre sonora división de opiniones.
Joselito Adame tuvo una tarde cuesta arriba, en la que sintió con
todo el rigor la cara de otra cara de la moneda de ser figura: la de la
exigencia. Abrió su lote Ciervo Rojo –n.
124, 546 kg.-, un hermoso castaño, bragado, y calcetero, muy asaltillado y en
el tipo del viejo toro de don Luis Barroso, el de Mimiahuapam, larguísimo, enmorrillado, delantero y vuelto. El bello
ejemplar manseó de salida y en tres encuentros con el caballo, en los que tomó
dos varas, e hizo otros extraños como terciarse, y dolerse al castigo con
violencia durante el segundo tercio. En la faena, este toro tan indefinido y
tan poco claro exigió mando y poder, toque firme y claridad de procedimientos.
El hidrocálido planteó las cosas de tal modo que parecía que imprimiría todo
eso en su faena. No obstante, Adame no terminó por echar toda la carne al
asador, y no pudo imponerse a Siervo Rojo cuando tuvo oportunidad. Para cuando
optó por adornarse, la faena ya se había desdibujado, para impaciencia de cierto
sector. Mató de estocada entera y descabellos para retirarse entre división de
opiniones. Adame, una tarde para pensárselo El quinto de la tarde fue el acabose para Adame en
esta tarde aciaga. La gente le puso poca atención a un trasteo aburrido y
tedioso con uno de los menos de la corrida en lo referente al juego. El matador
intentaba sacar partido de la pobre condición del toro, pero perdió la
paciencia casi a la par del público, que le recriminó enormemente lo breve y lo
pobre del trasteo, con una materia prima que ayudó muy poco. Mató de dos
pinchazos y descabello para retirarse
bajo sonoro abucheo.
La gran tarde le llegó por fin a Sergio Flores, una en la que era una
incógnita para una enorme porción de la ampliada asamblea de La México, a pesar
de que su seguidilla de triunfos en este coso se remonta a fechas tan próximas
como la del domingo pasado. Sin embargo, Sergio
se creció ante el magnífico escenario, y salió a por todas, hecho un perro
de presa, dejando bien claras sus intenciones desde el quite por chicuelinas al
primer toro de lidia ordinaria, marcando desde entonces un claro contraste con
la actitud de su alternante. En primer lugar dio muerte a Turrón –n. 139, 552 kg.-, de pelaje burraco, que embistió a
arreones con tremenda sosería. El Jorongo
estuvo ahí, firme y dispuesto, extrayendo trazos a cuenta gotas, y dejando
patentes sus ganas de agradar. Mató al encuentro con habilidad y algún pañuelo
asomó por ahí en demanda de la oreja. Desde el primer quite alzó la mano Sergio Flores Pero el momento de cincelar la tarde con su nombre
llegó hasta la lidia del sexto, el bien presentado Feudal –n. 144, 515 kg.-, un manso de solemnidad, completamente
rajado, y siempre buscando las tablas. Las pocas embestidas con cierta casta
las aprovechó Sergio en un vistosísimo quite por tapatías con el que se echó a
la gente a la bolsa definitivamente, incluidos esos indecisos tras de los
buenos lances de recibo. El resto fue poner orden y reafirmar que querer es
poder. ¡Y de qué manera!, poniendo orden a una lidia que era un desastre,
bregando suavemente, y dejando al toro en el sitio adecuado para que Rafael Romero luciera en sendos pares.
Un quite para el recuerdo Con la muleta el apizaquense comenzó cambiándose al
toro por la espalda antes de perseguir al toro hasta la querencia, donde le
obligó a pasar en redondo con la mano derecha, lado por el que el toro tenía un
recorrido amplio y hacia afuera, buscando escapar en todos los terrenos. No
obstante, Sergio logró taparle la cara y puso todo lo que no el toro no tenía,
apoyándose en adornos como una arrucina tan espeluznante como tersa, con la que
puso en pie a La México. Los remates por alto, pases de pecho barriendo lomos,
fueron auténticos cromos que apuntalaron una labor toda entrega, correspondida
con desenfreno por la afición capitalina. Flores echó mano hasta de la poncina,
suerte cargada profundamente con el acento personal de su creador, y que para
fortuna del matador, se ejecutó con lucimiento.
Expresión personalísima persiguiendo al manso Sergio no es
un esteta, como bien señalamos la semana pasada, y su estilo puede gustar o
menos, pero es un muchacho de bragueta en serio, un tipo que sale a arrear y a
apretar, un torero del tipo de esos que tanto hacen falta: los que tiran del
carro. Quizás quedó la sensación de que la faena pudo durar un poco más, lo que
seguramente le hubiese significado más premios en virtud del éxtasis que
privaba en la plaza, pero también es cierto que se olvidó del riesgo permanente
de pasarse de faena y fallar con los aceros. En cambio dejó un estoconazo hasta
las cintas, que algún defecto debió tener, puesto que Feudal tardó en doblar. No obstante, el ánimo no decayó y la plaza
se pintó de blanco para exigir las dos orejas que Enrique Braun concedió.
Estoconazo Así, pues, el joven tlaxcalteca que como novillero
vino, vio, y triunfó antes de cruzar el charco, se subió al carro de los
triunfadores de la Temporada Grande una buena carretada de años después. Hoy
Sergio ilusiona, pues apunta las características de un torero que nos hace muchísima
falta, aunque por supuesto que se encuentra en una fase perfectible. Pero
dejemos el futuro de lado por un momento, puesto que este domingo Sergio Flores
trajo en su espuerta todos los implementos necesarios, la pastilla de jabón y
la regadera, para mandar hasta Aguascalientes un baño tlaxcalteca.
Fotos: Luis Humberto García "Humbert".
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