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02/04/2017
  (Ciudad de México) Juan Luis Silis se apunta para el próximo derecho de apartado en el cerrojazo de la Plaza México. Barba también gusta frente a complicado encierro de San Marcos
 
Firma: Jorge Eduardo
 
     
 

Cuarta corrida, de triunfadores, de la feria de Cuaresma, y veintiunava y última de la temporada de corridas. Ante menos de dos mil personas en los tendidos se lidiaron cinco toros de San Marcos y uno de Valparaiso en tarde soleadísima. Los primeros estuvieron bien presentados en términos generales, entre los que destacaron primero, tercero, cuarto, y sexto, aunque los pitones del penúltimo de éstos daban lugar a cierta sospecha. En cuanto a juego fueron complicados, embistiendo a arreones, sin mucha codicia, y con algo de sentido. Destacó quizás el sexto, que se dejó meter mano con la cabeza a media altura y sin mucho recorrido. El de Valparaiso, menos de trapío que los San Marcos, fue débil, al grado de echarse por varios minutos, soso, y parado. Actuaron cuadrillas completas a las órdenes de los siguientes matadores de toros:

Fabián Barba: palmas en su lote.

Fermín Murillo: pitos, y al tercio por su cuenta.

Juan Luis Silis: silencio, y vuelta por su cuenta.


Silis se recreó en los trincherazos

Saludaron en el tercio Gerardo Angelino por su par al segundo de la tarde, y Pascual Navarro tras hacer lo propio durante la lidia del quinto.

Tras la lidia del tercero se anunció la despedida de José Ignacio Flores tras 62 años laborando como torilero del embudo monumental.


Se despidió un habitual de toda la vida en esta plaza

Juan Luis Silis se apunta para el próximo derecho de apartado en el cerrojazo de la Plaza México. Barba también gusta frente a complicado encierro de San Marcos.

Terminó, por fin, una temporada parteaguas, una de gran importancia para la supervivencia de la fiesta de toros en la capital de la República, y sobre todo en la Monumental. Y es que pasaron dos cosas muy importantes con la llegada de la nueva empresa: en primer lugar, se desmontaron las telarañas de un modo desastroso de hacer empresa y quedó demostrado que no necesariamente debe funcionar así, a pesar de la mala costumbre de más de dos décadas. Por otro lado, se presentó un espectáculo de otro tipo, de otra categoría en el coso de Insurgentes.

¿Hubo matices, claroscuros? ¿No todo fue perfecto? ¿Algunas cosas estuvieron clara y abiertamente mal? Sí, un poco naturalmente, y otro poco por diferentes cuestiones que hemos mencionado a lo largo de veintiún tardes. Pero en términos generales, y muy circunscritos al estado de cosas que prevalece en la fiesta brava (y que en más de un aspecto es la clave para entender su decadencia y su esterilidad) se ofreció un espectáculo digno de esta plaza, liberado de la mala leche y los tejes y manejes oscuros y truculentos que caracterizaban a la administración pasada.

Al elemento taurino de ver corridas de toros estructuradas conforme a la sabia estructura tradicional (es decir, por lo menos cuando no hubo figuras, un empresario compró encierros escogidos por el ganadero y contrató toreros dispuestos a matarlos), se añadió otro importante. Y fue el de asistir a la plaza en un ambiente sin desconfianza, sin soportar el afán absurdo de dirigirlo todo dentro y fuera del ruedo de un señor con muchos problemas para mantener bajo control su propio estado de ánimo. Por tonto que parezca, el cambio en ese sentido se sintió de verdad, y aportó para disfrutar la temporada.

De entro lo mucho malo que vimos, las dos peores consistieron en el hermetismo de los carteles de la parte fuerte de la temporada, vedados en favor de un grupo de toreros mexicanos ungidos por el sistema taurina, cuyos méritos taurinos en más de un caso comienzan a tambalearse. El colmo del asunto fue la corta y nulamente atractiva oferta de toreros nacionales en los carteles del aniversario, asunto en el que no ahondaremos. Y, finalmente, el asfixiante descastamiento del toro que se lidió por lo menos en toda la primera parte del serial. La crisis de la ganadería brava en México y la vuelta sobre las mismas ganaderías cada año es ya insostenible.

Un pequeño oasis, en el que aparecieron toros más y menos bravos, pero siempre en otro aire, fue esta primero Feria de la Cuaresma, y finalmente Sed de Triunfo. Las corridas de oportunidad de cada año, pues. Este domingo la corrida de San Marcos (algunos con el hierro madre de San Mateo) ofreció un juego complicado, de embestidas entre arreones, sin entrega, y pidiendo papeles a todos los que estuvieron enfrente. Después de ver este tipo de exigencia geniuda de verdad, es difícil comprender los múltiples y rebuscadísimos peros que pusieron muchos toreros a la única corrida que exigió embistiendo, lo que invariablemente se presta más para el lucimiento que los arreones.

De entre los tres toreros que repitieron en este festejo, sin duda Fabián Barba, el de más experiencia en este coso monumental, no debiera estar relegado a las postrimerías caritativas de la programación. No cabe duda de que lo más importante es estar anunciado en México, por mucho que de la oportunidad no se entere ni Dios padre dada la falta de difusión. Fabián tiene un enorme dominio de la técnica, pero parece maniobrar sin claridad y sin estructura, lo que redunda en acciones desconcertantes y mucho batallar antes de lucir un poco.


La seriedad del San Marcos

Abrió plaza el imponente Tango –n. 234, 502 kg.- cárdeno con dos velas por pitarracos, que estuvo en el ruedo con sentido, sin pararse, siempre atento al torero y andarín, tirando algún derrote. Mala cosa para el hidrocálido, que se las tuvo que ver con el toro y con el viento, lo que le complicó todavía más el actuar con claridad. No obstante nunca perdió su firmeza característica, consiguiendo finalmente algunos pases pisándole el terreno al toro antes de un susto. El toro le apuntó en el antebrazo mientras Barba hacía por cruzarse desplantado. Mató tras pinchar y se fue ovacionado.

El cuarto fue el precioso Clásico –n. 771, 545 kg.-, negro bragado y girón, aunque abruptamente mogón, lo que despertó ciertas sospechas. Éste metió la cabeza a las sedas de Barba, pero conforme avanzó la lidia adquirió resabios. El aguascalentense comenzó su labor doblándose toreramente, pero antes de rematar optó por adornarse en un molinete y a partir de la faena ya no pudo despegar. El burel no puso de su parte, pues midió mucho al torero, y por el izquierdo de plano le tiró el gañafonazo arriba. Cierto sector del público perdió la paciencia, pero ciertamente no quedaba mucho por hacer. Mató de bajonazo y se fue con leves palmas.


Y las dificultades en su lidia

El señor José Murillo emborronó su breve carrera como matador en este coso haciendo un feo desplante, carente de todo respeto, al público de La México. El hombre seguramente es millonario y no tiene ninguna necesidad de escuchar voces molestas que no entienden su magisterio, en consecuencia lo ideal sería que se construyera su plaza de toros en donde solo invite a quien esté dispuesto a aplaudirle (y que seguramente son muchas menos de mil personas). Aquí, o respeta al aficionado, o que no vuelva si no le gusta.

Su lote se compuso por Sombrerero –n, 12, 538 kg.- de Valparaiso, noblote y mortecino, con el que el tapatío logro cierto lucimiento con capote, instrumento que maneja bastante bien, y de muleta, con la solo consigue detallitos, antes de que el cárdeno lucero se echara definitivamente. Mató con muchos problemas y le apretaron. El quinto fue Rockero –n. 782, 513 kg.-, posiblemente el más potable del encierro, aunque nunca lo descubrimos a ciencia cierta, pues Murillo, con su sitio de novillero, se dedicó a exhibir un abanico enorme de carencias técnicas, principalmente en el último tercio. Hizo su chou robándose la salida al tercio entre abucheos. Felicidades.


Murillo, poco

Juan Luis Silis lideraría cualquier ranking de toreros desperdiciados. Un tipo profesional, muy torero, con una actitud y un discurso siempre centrado en lo suyo. En el ruedo se desenvuelve con oficio y seguridad, sostenido por la invaluable herencia taurina de su maestro Mariano Ramos. Pero además tiene arte, profundidad, largueza de trazo, y la expresión de ese estilo tan mexicano basado en la magia de aquel toreo en la línea y de costado, que tanto fastidia desde hace generaciones a los partidarios de que el toreo sólo puede ser como yo diga y nada más.

Claro que en la situación apremiante en que se encuentra no todo es miel sobre hojuelas. El precioso castaño Romántico –n. 149, 510 kg.- puso en aprietos a todos en el ruedo, al grado de que cambiaron el tercio y el toro quedó tan solo con tres palos en los lomos. Aunque no es ninguna sorpresa que las cuadrillas estén mal, no dejan de significar algo poco halagüeño que los que torean cada ocho días pasen apuros. Y menos cuando el matador torea tantísimo menos que ellos. Así pues, Silis hizo una labor con muchas precauciones, un tanto falto de reposo, aparentemente desubicado y sin encontrar consejo en el callejón, además de un tanto curado de espanto ante el viento. En fin, poco pudo mandar a un complicado San Marcos. Mató de medio espadazo y se retiró en silencio.

Pero una oportunidad así de ansiada, lo mismo por él que por aquellos que de alguna forma ya conocíamos las posibilidades de su toreo, no podía quedarse así. El cárdeno claro herrado a fuego con el número 213, 493 kilogramos a cuestas, y bautizado Salsero se dejó meter mano con algo más de nobleza, aunque con condición sosa, desclasada, y viaje muy cortito. Silis pudo inventarse una faena con lo mucho y a la vez poco que le ofreció el cornúpeta tapatío.

Entonces sí a Silis le salió el maestro que lleva dentro y templó las medias embestidas llenas de sosería hasta conseguir la enorme respuesta de un público que le espera, y le apoyó con alguna manta. Los momentos cumbres llegaron cuando, mandón y pinturero, obligó al toro a bajar la cabeza en trincherazos de escultura, además de un prodigio de cambio de mano por delante al ralentí. En fin, una labor en la que el diestro de Santa Anita volvió a alzar la mano. Reiteración de aquella faena de Pachuca, de los triunfos de Texcoco, y justa recompensa al sufrimiento carnal, pero también al psicológico. Merecido rescate de las mojigangas costarricenses, muy admirables y respetables, pero que están para otra cosa.

Mató en dos viajes, el primero arruinado por un tremendo derrote arriba del cárdeno, y el segundo consumado con una estocada corta de esas que los públicos ya no valoran. Muy al encuentro como él acostumbra tirarse a matar. No se exigió la oreja, pero sí se ovacionó con fuerza y justicia al matador Silis, que hoy debe ser revelación para ciegos, miopes, y simples torpes. Todo pudo quedar en una salida al tercio con mucha fuerza, pero se arrancó a dar una vuelta protestada, algo comprensible en esta oscura etapa en la que la foto de la salida al tercio, la oreja, o la cargada a sueldo vale más que cualquier cosa hecha en el ruedo.


¡Enhorabuena Silis!

En fin, que tras de los consabidos toreros de renombre vinieron las esperanzas. La Plaza México debe considerar para su derecho de apartado a varios nombres: Fabián Barba, Juan Luis Silis, y  Antonio Romero. Algunos otros merecen volver a las corridas de oportunidad tras de prepararse ampliamente, y otros tantos definitivamente están para el retiro. No obstante, será prudente que, para la próxima ocasión, si no se consigue la televisión, se implemente un streaming, o se permita a los aficionados hacer lo propio. Lo que sea, pero que el grito de nuestros valores no se ahogue ante el poco eco. Lo que sea, pero que la fiesta siga crezca para bien con esta empresa, porque en la medida de que le vaya bien, nos ira bien a todos.

Enhorabuena a todos los participantes en los festejos, a la organización, y a la afición por una temporada más. Agradecemos infinitamente su preferencia, y deseo profundamente que nos volvamos a leer pronto y bien para comentar las próximas novilladas 2017.

Fotos: Nadlleli Bastida

 
     
   
     
   
     

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