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Nuñez del Cuvillo ha enviado, posiblemente, la mejor corrida que ha lidiado en Las Ventas en los pasados 10 años. Alejandro Talavante ha demostrado estar en figura del toreo, al que ningún toro le descompone. Roca Rey ha enseñado su capacidad de asumir riesgos estáticos delante del toro y Juan Bautista ha dictado una clase de toreo de salón de alta escuela. Con todo ello junto, la corrida ha sido un compendio de lo que no debe ser una corrida de toros. Todo tiene cabida en una corrida, pero ha de sustentarse de una forma concreta Si la corrida de toros es riesgo, la escasa fuerza de los toros no presagiaba ningún peligro. Si es casta brava, los toros no eran de pelear, acudían al caballo a dejarse pegar una primera vara de, en general escasa fuerza, para acudir cansinamente al caballo por segunda vez para que les simularan un picotazo.
Si es técnica, Talavante, el protagonista de la jornada, no supo quitar el molesto cabeceo del final del pase de su primer toro, ni supo dominar a su segundo que se ceñía hacía el torero buscando entregar un triunfo de época a su matador, que se resolvió en una cornada de inciertas consecuencias para el futuro inmediato. Si es valor, se espera que no sea un valor estático como el de Roca Rey, llamado a ocupar un papel preeminente en el toreo, sino que domine el movimiento del toro, no que lo deje pasar cerca de su cuerpo con pases sin dominio. Si es arte, se necesita que la conjunción de los pases esté en consonancia con el movimiento del toro y no se quede en un experimento de salón en el que el toro pasa por fuera de los engaños sin que haya embroque, como en la académica lección de Juan Bautista. La corrida de toros necesita, para mantener su difícil hueco en el siglo XXI, unas dosis de arte, valor y técnica del torero, y espectáculo de la lidia, sustentadas en un toro de mayor poder y un toreo de mayor compromiso.
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