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Tercera corrida de la Temporada Grande 2016-17 en la Monumental
Plaza de toros México. Ante algo menos de media entrada (unas veinte mil
personas), y en tarde-noche fría agradable, con algo de frío, se lidiaron ocho
toros. Abrió plaza un toro de rejones, bien presentado, de El Vergel, de buen juego aunque un poco a menos. Completaron la
corrida tres de Teófilo Gómez (3º, 5º,
7º, y 8º de regalo), mal presentados, mansos, descastados, y sosos, de entre
los que destacó el sobrero de regalo, premiado con arrastre lento; y tres de Barralva (2º, 4º, y 6º), con más remate
en sus carnes, pero afectados por sus pobres defensas, excepto quizás por el
armónico sexto. En cuanto al juego fueron descastados, sin fondo, sosos, sin
entrega, sin recorrido, y sin duración. Actuaron los siguientes matadores de
toros: Jorge Hernández
Gárate:
división de opiniones. Enrique Ponce: saludo en el tercio, vuelta
tras un aviso, y dos orejas con petición de rabo en el de regalo. Joselito Adame: división de opiniones, y
palmas. Octavio García “El Payo”: división de opiniones tras dos avisos, y
oreja. Partió plaza como sobresaliente Jorge López “Zotoluco”. El primer toro de la tarde saltó la barrera y
se atoró en el burladero de los picadores, a pesar de mermarse claramente, no fue
devuelto. Con Enrique Ponce... ¡Todos de pie! Caviar torero ante
la ruina de la cabaña brava mexicana. Así podríamos sintetizar la corrida del
domingo, misma que quedará en la memoria por la sólida pieza que firmó Enrique Ponce, consagrado absolutamente
como el único torero que pone de acuerdo a todos los escenarios. Por parte de
los nacionales, El Payo volvió a dar una muestra de su pinturería, sentimiento,
rectitud, pulcritud, y cercanías, una mezcla que tarde o temprano lo catapultará
a las alturas.
Antes estuvo la
buena actuación de Jorge Hernández
Gárate, ante el toro más toro de la corrida: Regiomontano –n. 171, 496 kg.– del hierro de El Vergel. El cárdeno, aunque reservón, se arrancó con codicia al
llegarle a los terrenos, metiendo la cabeza, y ofreciendo arrancadas con las
que el potosino pudo lucir toreando al estribo y a la grupa, muy templado por
momentos. Mostró mucho valor metiéndose al terreno de los adentros, y encendió
al cotarro clavando dos veces al violín. Hacia el último tercio, con el toro ya
apencado en tablas, vino un susto en la suerte de las banderillas cortas, y
después un horrible medio rejonazo a la media vuelta, trasero, que le valió
dividir las opiniones. El inmenso coleta
valenciano Enrique Ponce se
distanció una vez más del bien y del mal como torero. Como persona además
añadió su solidaridad, brindándose por completo a la afición mexicana tras de
los terribles acontecimientos de septiembre pasado, que tantas secuelas nos han
dejado. Una ovación a todo lujo fue el preámbulo de una tarde todo entrega
entre La México y su torero predilecto. La única mácula a
todo lo vivido en esta tarde de toros, para no variar, fue el minúsculo detalle del ganado. En el
primer acto, Un Sueño –n. 327, 521
kg.–, de Barralva, que mandó tres toros para el olvido, saltó al
callejón y se atoró, una vez más en ese palco de los picadores detrás del burladero
de la porra, que ya debería ser reconstruido. El toro, acochinado y acucharado
de pitones, quedó inválido y se le protestó, pero no lo devolvieron. Ponce
estuvo en el sitio, e incluso templó por momentos, pero lo cierto es que
debimos evitarnos este penoso episodio. Mató de estocada caída y saludó en el
tercio. Las buenas
intenciones tomaron forma de fervor popular durante la actuación del de Chiva
ante el impresentable Teófilo bautizado Festivo –n. 419, 536 kg –, al que obligó
a embestir a pesar de su condición de soso. En redondo lució su estética y el
misterio de su mando, casi una comunicación con los animales. Lástima grande
que el torito, aunque acabó por acudir a los engaños, transmitió tan poquito
con su informalidad. Si esto es lo que embiste, según algunos, ¿Cómo estará lo
que no embiste? En fin, le pasaportaron con el descabello, y su matador dio una
vuelta al ruedo. La voluntad divina
se manifestó en la voz del pueblo, como reza la famosa locución latina. Ponce y
la empresa cedieron ante el tremendo clamor que exigía un toro de regalo,
práctica felizmente en desuso, pero que vale la pena en contadas ocasiones. El
segundo reserva, Vivaracho de Teófilo Gómez –n. 439, 519 kg.–, salinero,
de bonita lámina, y algo mejor presentado que sus hermanos, saltó a la arena
como octavo de la noche. Este último de la noche salió manseando, suelto, huidizo,
soso, y corto en su embestida, para sorpresa de nadie. Ponce procedió a
pararlo, y Mariano de la Viña lo
llevó muy bien, abajo y largo, contrarrestando la tendencia a pararse del obsequio. En la actualidad
pocos toreros brindan al público y presagian algo grande. El valenciano es,
hasta en eso, un caso particular. A penas tomar la muleta, Ponce le dio el
terreno de la querencia, aun cuando del capote del peón salió soseando hacia
allá, y lo hizo bastante mejor hacia el burladero de matadores. Hasta esa
apuesta le salió, metiendo a la muleta en terrenos que no parecían propicios. Una
labor larga, a más como acostumbra, convenciendo a un animalito de pocas
condiciones, así transcurrió la primera parte de la faena, hasta que esta
finalmente explotó con la mano izquierda. El resto fue
dechado, portento, milagro, y rotundidad. ¡Qué cambios de mano!, ¡Qué escenas
pintureras!, ¡Qué borrachera de torear! Lo hizo además enroscándose por la faja
al Teófilo, pasándoselo cerca, algo que siempre se le echó en cara por no
hacerlo. Para cuando Ponce volvió a torear con la mano derecha, la plaza ya era
un manicomio, mientras que el teofilito
estaba irremediablemente entregado al toreo del coloso. Vinieron entonces las
poncinas, climax de la faena, sobre todo aquella en la que se cambió la muleta
por delante, casi cayéndose la plaza sobre sus cimientos del tremendo rugido en
las alturas. Larga como esta crónica fue la faena, así como dilatada fue la
preparación de la estocada, que consumó en la suerte contraria, yéndosele la
mano un poco abajo. Para cuando llegó el
momento de la premiación, los retazos de toro ya eran lo de menos. Dos orejones
entregó Enrique Braun, imponiendo la
categoría de la plaza, pero también un poco pichicato ante el calibre de lo
vivido. En contraste, se le pasó un poquito la mano con el arrastre lento para Vivaracho, que aunque rompió a bueno,
fue una birria. Joselito
Adame no está en el sitio donde le hicieron creer que estaba. Se le fue la
lengua, y la Monumental le ha cobrado lo que dijo, y que algún supuesto amigo
suyo, le hizo el flaco favor de difundir. Frente a Jocoso –n. 327, 521 kg.–, de Teófilo
Gómez, protestado de salida, intentó mil procedimientos para agradar, pero
solo el parón, muy entregado y sin cosas de maestrito, le valió el reconocimiento
de una Plaza México muy dura con él. Vinieron después ciertos desplantes que
acentuaron la falta de idea del otrora brillante niño torero, así como lo de tomar
un sombrero para tirarse a matar, algo que agradó poco. Descabelló tres veces a
pesar de la estocada entera, y dividió las opiniones. Los tendidos le
tuvieron más paciencia con él tras de lidiar al último Barralva, de nombre Conciliador
–n. 334, 530 kg.–, tan soso y distraído como puede serlo un toro supuestamente
de casta. Destacó tan solo el sobresaliente tercio de banderillas del matador,
en el que además de una escalofriante voltereta tras tropezar en la cara del
toro, se sacó la espinita clavando un estupendo par de dentro a afuera. ¿Joselito
está disfrutando el toreo?, ¿Está sintiendo frente a los bureles lo que él
quisiera?, ¿Es momento de parar?, ¿El ambiente nocivo entorno a él es el
indicado para recuperar su nivel? Sólo él lo sabe. De los nuestros, el
que mira hacia adelante sin esperar a nadie, es El Payo. Vaya momento por
el que pasa el queretano, cómo ha estado frente a Murmullo –n. 319, 516 kg.–, séptimo de la tarde, muy bajito y
cortito de caja, delantero vuelto de cornamenta, de poco trapío, pues. Desde
que lo cogió con el capote apareció ese Payo torero, artista, serio,
inquietante por su semblante delgado, pálido, y adusto, pero que transmite una
enormidad, como muchos toreros parecidos antes que él. Racimo de verónicas y
tremenda media del queretano, repetidas con más sabor si cabe en su turno al
quite. La escandalera ya se
había armado desde antes de que el Payo tomara los trastos, cuando se anunció
el regalo del primer espada. El queretano firmó un escalofríante cambiado por
la espalda –este sí–, y una arrucina igual de estrujante, soberbios derechazos
y un pase de pecho de antología. Personalísimos los derechazos, barbilla
clavada al pecho y acompañando con todo el cuerpo, rematados con cambios de
mano de oro puro. Lástima grande que el toro duró poco, y que Octavio insistió
de más en torear también por el lado izquierdo, que tenía la primera embestida
y nada más. Los remates por bajo
mantuvieron el cotarro caliente a pesar de que la faena vino abajo, y que al
queretano quizás le faltó cabeza para volver a los procedimientos que
conformaron lo mejor del trasteo. Pinchó antes de dejar una estocada entera
para cortar una oreja, ligeramente protestada. Aunque el Payo aún intenta
dosantinas y otros adornos de ese tipo, es notorio que no van con su
personalidad, que resulta honestamente imponente cuando se conjuga con la seriedad. Con el primero de su
lote estuvo frío y sin acomodarse, tal como frío fue el toro. Ese burel tuvo
por nombre Maitecho –n. 322, 550
kg.-, y llevaba en sus ancas el hierro de Barralva. Así fue otra gran tarde en
la historia del embudo de Insurgentes, que lo fue a pesar de la teofilomanía,
que por poquito no dio al traste con todas las buenas intenciones de los
coletas. Sin embargo, los abucheos al cartel de la ganadería no mienten, la
pregunta es ¿Cuándo explotará esta insostenible situación?
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