En El laberinto del mundo Marguerite Yourcenar hace reverdecer las hojas secas, su impresionante memoria de historiadora cuenta con gracia y mucha inteligencia quiénes fueron sus antepasados y así, con el calor de su pluma poco a poco descubre quién es, se encuentra a sí misma y nos ayuda a encontrarnos también, a pensar no sólo en la importancia de conocer nuestro origen sino en cosas como esta: Uno pasa del amor por lo bello al amor por lo verdadero, y del amor por lo verdadero al amor por lo justo, antes que seguir la marcha inversa.

En efecto, debiéramos hacerlo así en todos los sentidos porque para cuando nos damos cuenta que es lo justo ya nos hemos estrellado muchas veces en el burladero. Claro que como dijera uno de mis litigantes de bandera, la congruencia es carísima señores. La México ha tenido ese trance del amor por lo bello del toreo de Ponce a la exigencia de lo justo en la cuarta corrida de la Temporada Grande 2017-2018.

Ha sido una tarde helada y muy larga, no sólo por el clima sino porque si de por si ocho toros son demasiados, cuando más de la mitad salen mansos se vuelve eterno. La gente lejos de salir con gusto lo hace fastidiada, cansada -y no hablo del cuerpo que a veces quiere rajarse-. Aunque durante la corrida la afición capitalina se mantuvo exigente y rompió en gritos contra la empresa, el ganadero y los toreros, lo cierto es que no es constante porque pareciera no haber un criterio, hay días que pase lo que pase se aplaude y en otros todo se protesta.

Encierro mejor presentado pero sin fondo

Se salvaron Sebastian Castella y Sergio Flores por haber hecho cosas con un poco más de planteamiento, el francés como autentica estatua sin echar el paso para atrás y el tlaxcalteca con todo el sitio del mundo, se nota pues que le ha salido a todo -o casi-; en cambio Ginés Marín que no es del gusto de la plaza y encima sorteó lo peor de lo peor se fue entre pitos; Luis David Adame tiene condiciones para ser un buen torero pero definitivamente debe poner más cabeza y sobre todo entender las distancias pues durante su labor vimos cómo a ratos las tomaba bien y luego las perdía.

De los Xajay hubo dos que pudieron haberse aprovechado un poquito más pero anda extraordinario pues vinieron a menos, el hierro queretano está lejísimos de ser lo que fue y esta temporada en la México se está tiñendo de monotonía gracias al monopolio en que han convertido las ganaderías que se lidian en esta. La fiesta es del pueblo, a ella nos debemos todos y más aun quienes beben las mieles pecuniarias de esta si es así entonces no debe quitársele el néctar, el sabor de esto es la bravura y sólo hay una, no intenten redefinirla y mucho menos detenerla, la bravura es fiereza no dulzura.

En el campo bravo mexicano si que la hay, no es secreto ni inalcanzable, hay que ir a por ella. Mientras tanto si el herrero tiene vergüenza debería pensar qué pasó en su casa.

*Foto: Humberto García "Humbert"