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07/01/2018
  (Ciudad de México) ¡Por fin! Emoción y bravura en el ruedo de La México cortesía de Caparica. Jerónimo puso la torería y el sentimiento
 
Firma: Jorge Eduardo
 
     
 

Octava corrida de la Temporada Grande 2017-18 en la Monumental Plaza de toros México. En tarde-noche soleada y fresca, pero agradable se dieron cita unas dos mil personas en los tendidos del embudo. Se lidiaron seis toros de Caparica, muy bien presentados, de entre los que destacó el tercero de la tarde. En cuanto al juego fueron bravos, encastados, emotivos, codiciosos, y con dificultades, aunque no todos metieron la cabeza con calidad. Sobresalió el buen cuarto, y quedó por debajo el desfondado quinto. Fue la presentación en el coso más grande del mundo de dicho hierro con una corrida completa. Actuaron los siguientes matadores de toros:

Jerónimo: vuelta al ruedo protestada, y oreja.

Juan Pablo Llaguno: saludo en el tercio tras aviso, y silencio.

Antonio Lomelín (confirmó su alternativa): palmas tras aviso, y saludo en el tercio.

Los ganaderos Roberto Viezcas y Julio Muñoz Cano saludaron en el tercio tras finalizar la corrida.

Los picadores sobresalieron toda la tarde, aguantando reuniones comprometidas con los toros mexiquenses.


Jerónimo en un gesto "acapetillado". Foto: @LaPlazaMexico

Caparica volvió a La México tras de mandar dos novilladas el año pasado: una regular, y una buena. Su primera corrida de toros en el embudo monumental trajo las buenas nuevas del trapío y la emoción. Estos regalos de reyes contrastaron con la tónica de la temporada, sumamente golpeada por los pobres encierros que se han lidiado. Ganado con edad y seriedad, que pidió el carnet a los espadas, y a las cuadrillas también.

Para romper aún más con el tedio y la monotonía, apareció Jerónimo, el esteta mexicano. Ante lo descafeinado del concepto taurino de nuestros espadas, la desaparición del sentimiento en sus formas y actitudes, y el aburrimiento que provocan el verdor y la falta de oficio que padecemos tarde a tarde, ver a un torero de tanto aroma enrabietado y echando pa’lante es un auténtico lujo.

Remolino –n. 120, 521 kg.– fue el toro de la devolución de trastos. Después de transmitir en los lances de recibo y en el quite por chicuelinas y tafalleras, el capitalino estructuró una faena de oficio y conocimiento con un toro deslucido y un poquito quedado, pero con recorrido. Perdiendo pasos entre los pases fue como Jerónimo cuidó las distancias que exigía el burel, hasta que logró los mejores muletazos pasada la mitad de la faena. Fueron naturales sueltos, con el toro muy entregado, y derechazos ligados a media altura los que lograron la mayor conexión con el tendido. Mató de pinchazo y estocada, y se dio una vuelta que el respetable protestó. Es menester mencionar también el tercer par de banderillas habilidoso y muy expuesto que clavó Diego Martínez tras pasar en falso.

Pero lo mejor de la tarde fue la lidia del cuarto. Vaquero –n. 115, 523 kg.– fue un toro con un gran lado derecho, claro y humillado. Sin embargo no era una hermana de la caridad, y obligaba a hacerle las cosas bien como buen toro de casta con edad. Por el lado izquierdo, simplemente no se dejó meter mano. A pesar de que le castigaron fuertemente en varas, donde provocó uno de los varios tumbos de la tarde, y sangró profusamente, sobre todo de un puyazo trasero, llegó con brío y codicia a la muleta.

Jerónimo echó pa’lante emocionado, sintiendo y haciendo sentir. Toreó abandonado, como en trance, tal vez por ello un poco acelerado y sin mucha limpieza. Pero lo hizo con el sentimiento y la interpretación del toreo mexicano, ese en el que el desbordamiento de las emociones profundas vale más que el clasicismo. Una línea taurina que conecta a Silverio Pérez con El Pana, alimentada profundamente por Manuel Capetillo, prodigada por Mariano Ramos, y caracterizada por el acompañamiento del pase con el cuerpo como una expresión personal.

Las entrecortadas tandas de derechazos de Jerónimo transmitieron por la rotundidad de un sentimiento y una expresión sin fecha de caducidad, aun cuando la misma se encuentra en grave peligro de extinción. Intenso fue el reencuentro de un torero marginado con una afición que le espera desde hace veinte años. Los trincherazos de pintura antes de ligar, y los remates de pecho torerísimos abrocharon una obra tan pasional, que simplemente no podía ser perfecta. Una estocada entera y un poco caída, ejecutada con toda la verdad posible, pasaportó a Vaquero entre la petición mayoritaria. Fue aplaudido en el arrastre, mientras que Jerónimo cortó una oreja de mucho peso.

El testigo de la confirmación, Juan Pablo Llaguno, tuvo una actuación firme, digna, y meritoria frente al imponente Ilusionista –n. 111, 557 kg.–. La conformación por delante del cárdeno, bragado, y nevado, enmorrillado, muy abierto de sienes, y vuelto de cornamenta, con una enorme distancia entre pitón y pitón, descolgado, de expresión seria, y hocico fino, traía a la mente la lámina de un toro de Miura. Los 557 kilos que le anunciaron, muy por encima de lo habitual en estos lares, validan hasta cierto punto la fantasiosa comparación entre este toro mexiquense y la icónica vacada andaluza. Naturalmente, a Ilusionista le faltaba la proverbial alzada, casi equina, y las dimensiones de caja que hacen del ganado de Miura una estampa única e inigualable en el mundo de la tauromaquia.

Llaguno estuvo firme y en el sitio, atornillado a la arena, buscando las vueltas sin cejar en su intento, relajado, y muy dispuesto. Además de los doblones de inicio, fueron pocos los pases de lucimiento que pudo extraer durante gran parte de la faena, pues el toro protestaba la distancia que le dio el queretano. No obstante, el mérito ahí queda, máxime después de la tremenda voltereta se llevó. El menudito torero voló por los aires cuando el toro hizo por él sin acudir al cite para un adorno por bajo tras el forzado de pecho. Todavía lo buscó Ilusionista en la arena con mucho celo.

Volvió Juan Pablo a la cara del toro para extraer los mejores derechazos de su labor, citando más en la línea, dándole su aire al toro. Fue una tanda breve, rematada con el cambio de mano por delante y el de pecho, pero suficiente para mantener al público metido en la lidia. Mató sin confiarse para pasar por la arboladura del toro, y dejó dos pinchazos, media estocada, y buen descabello.

La lidia del quinto de la tarde, Trueno –n. 119, 555 kg.–, dejó poco para el recuerdo, además de la anécdota del salto al callejón. Fue un toro complicado y que se revolvía, con el que Llaguno, visiblemente lastimado del rostro, cumplió decorosamente. Escuchó algunas palmas tras dejar un pinchazo y estocada perpendicular.

El confirmante, Antonio Lomelín, dijo poco frente al bravo toro de la confirmación: Divino –n. 114, 538 kg.–. Lidió a la defensiva por el pitón derecho, dejando apenas algunos detalles de su tauromaquia. Por el lado izquierdo sufrió un par de coladas, por lo que prácticamente no intentó torear al natural.

Cerró plaza Soñador –n. 112, 515 kg.–, el menos en cuanto a presencia del encierro.  Recibió dos varas, se escupió de la primera, y peleó en la segunda, y acusó cosas de manso al encontrarse con los capotes. Al inicio del trasteo muleteril acudió pronto, con motor y emotividad, pero el toricantano poco pudo hacer para sujetar al toro y meterlo en la muleta. Tan solo un manojo de naturales ligados con el de pecho animaron al cotarro antes de que el cierraplaza desparramara la vista y saliera suelto. Las manoletinas finales dejaron constancia de disposición y valor. Mató de estocada entera caída y salió al tercio.

Saludaron los señores ganaderos de Caparica al terminar el festejo, con todo merecimiento. A pesar de sus matices, y de sus altas y sus bajas, los toros exhibieron un nivel de casta y de raza muy por encima de lo que cotidianamente vemos en el coso capitalino. En conjunto con la excelente presentación del ganado, con muchos kilos pero también con mucha seriedad, podemos calificar a la corrida como un evento destacado. Por ello, muy seguramente que al final de la temporada se considerará al encierro mexiquense para pelear por ser el mejor de la temporada.

 
     
   
     
   
     

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