El olor de la melancolía, que es el olor real de la memoria.
Joyce Carol Oates
El cuatro de febrero la impotencia ante la mansedumbre de los monopolios nos enmudeció, sentimos nos habían arrebatado ese tesoro construido durante años y al que llamamos afición, aunque más bien oscila entre la filia y la patía. Intentan mancillarlo pero nosotros preferimos como Luis Eduardo Aute: amar. Asistimos para abrazar en su onomástico a la setentona más guapa del planeta así como para llenarnos las pupilas con la torería de Jerónimo quien lamentablemente se topó con los mansos de mansos, cantó la gallina desde el primer tercio y él hubo de actuar con inteligencia para sujetar en su muleta a los jaraleños. El público reconoció su comparecencia al desgranar palmas, además fue el único a quien le pidieron un toro de regalo, sabedores que Jero es un torero con solera y suele bordar faenas al ralentí, alguien diferente de todo a todo, con personalidad y no sacado de un molde. Ojalá estuviésemos más cerca de la Malinche.
Foto: Facebook @LaPlazaMexico
Sebastián Castella logró sobreponerse a la mansedumbre -aunque sólo un momento-, resolvió e hizo el toreo elegante pues logró templar y ligar naturales tan exquisitos como la cultura francesa. Se ganó la oreja y los votos renovados de una afición noble pero necesitadisíma de bravura.
En cambio, Joselito Adame está pagando caro -al menos en la México- haber querido vivir del cuento, pues aunque estuvo voluntarioso con su primero y se la jugó con el séptimo de la función, la gente no toleró uno solo de sus desplantes. Nunca es tarde, sin embargo, ahora la exigencia es altísima; deberá llevar a cabo todo con muchísimo pulso e hilvanar lo que de él se dice con lo que hace en los ruedos.
Lo mismo debería hacer el peruano Andrés Roca Rey en el ámbito del temperamento, uno sabe y entiende que tanto para torear como para ir a una plaza de toros se necesita tener la sangre caliente, ser visceral pues nadie con atole en las venas se emociona con un toro bravo; sin embargo, en la fiesta es indispensable el temple y no sólo en las muñecas. Con independencia de si gusta o no, de si es un torero para esta plaza o no, es repudiable tanto lanzar los cojines al ruedo como mentarle la madre al público y además irse de la plaza despacio para provocar el enfrentamiento.
Foto: Facebook @LaPlazaMexico
El único que debiera existir es el de toro-torero, pero ya ni eso porque ahora en lugar de toros desembarcan bueyes. Tuvimos fe en Jaral de Peñas, el año pasado en Aguascalientes echó dos toros magníficos, en cambio en la capital no les salió nada de eso, entonces ¿cómo se ganaron la repetición? ¿ahora se premian los petardos? La pinta les ayudó como para no oír protestas por la justa presencia, no así para el pobre juego, pues los descastados oyeron pitos en su arrastre luego de contribuir a un festejo tan largo como intrascendente.
Los taurinos, acostumbrados al romanticismo, poseemos la capacidad de recordar, por eso nos va la vida en chamullar y no olvidamos de qué va esto, qué ha sido y qué no debe ser. No olvidamos los llenos en 5 de febrero, ni los tapices de flores, mucho menos el sustento de la fiesta.
Vestida de grana y oro prueba que hasta las majas sortean mal, aun puede provocarnos bilis negra; a sus setenta y dos, La México huele a melancolía.
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