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A quienes dejamos la querencia en busca de dar la nota en plazas de primera nos sucede como a don Alfonso Reyes, apenas salir de la casa, comienzan a gustarnos los recuerdos. Hemos convertido nuestro pecho en relicario, es ahí donde atesoramos lo aprehendido en cada plaza: el rocío del clavel, que eterno, perfuma nuestras utopías; el diamante del pitón certero que nos mandó al hule y guardamos para que no se nos olvide ser inteligentes. Nuestro sentido de pertenencia ya no corresponde a un sólo lugar y por creernos ciudadanos del mundo terminamos por no ser ni de aquí ni de allá: aquí no somos de nadie, allá les da por creer que les hemos olvidado, que no portamos más la divisa de nuestra ganadería cuando en realidad hacemos todo por lucirla. En lo personal, no sólo es que me haya convertido en una especie de anticuario con los recuerdos, desde hace dos veranos se me ha metido entre ceja y ceja que debiera existir un pedacito de tierra donde pudiésemos poner todo aquello que amamos, que al abrir la espuerta saliera el sol del patio de la casa donde nos criamos y no una tormenta de añoranza. No conforme con pensar en ello, tuve la osadía de contárselo a una mente privilegiada para que su voz experta y burlona me recordara pido poco, que la vida da, pero lo hace en trocitos y a plazos. Derivado de ello me ha sido imposible trasladar a mi natal Hidrotermápolis el Coso de Insurgentes, -eso si, siempre doy cuenta de ella en casa, de sus gritos, de los sectores pues no se limitan a sol y sombra-, tampoco he podido traer a La México el calor de La San Marcos. Por lo menos pude cargar con el orgullo de ver anunciados a mis paisanos, a los que dejaron de ser niños toreros para estar a la cabeza de la novillería nacional. Hablo de José María Hermosillo que defiende su lugar con valor y cabeza, tiene el sitio para mantenerse frente al toro y solventar con los conocimientos de estos años como novillero. Aunque no ha sido su tarde más redonda, tanto por el ambiente en la plaza como por el ganado, hizo constar su capacidad para seguir tirando del carro, el hidrocálido iluminó la tarde con trazos de pintura, de reposo y calidad, cuando torea sabroso cala de inmediato en los tendidos, sus faenas nos confirman los avances del chico, su capacidad para entender y estructurar que no es poca cosa. José María Hermosillo defiende su sitio No sucedió lo mismo con Héctor Gutiérrez. De la terna es quien más llamaba mi atención por lo poco que le he visto torear, aunado a los buenos comentarios de su formación por aquí y por allá, sin embargo su paso por La México ha sido más bien frío, sin fluir, sin contar nada con los trastos, más cercano a la ejecución de una rutina que a la interpretación del toreo y ya sabemos las consecuencias de ellos.
La ejecución de Héctor Gutiérrez Ya será a su vuelta, como lo hará en el momento adecuado Roberto Román, quien paga en cama su valentía sin medida pero también -hay que decirlo- su inexperiencia. Normal, definirse cuesta enormidades pero hacerlo en la juventud rodeado de tantas opiniones y en la cara del toro cuesta más. Definitivamente los valientes sanan pronto y ponemos en ello nuestra fe, pero un cate siempre llama a la reflexión, al análisis y replanteamiento de nuestro proceder. Los encargados de la Temporada Chica también debieran hacer este ejercicio de sabiduría, que si bien ya han apostado por dar festejos de norte a sur en la República Mexicana y realizan el esfuerzo tan grande de realizar una temporada de novilladas de ese tamaño valdría la pena seleccionar mejor las novilladas. Suena disparatado, si. El toro no tiene palabra de honor, por supuesto que no. Pero desde que tomaran las riendas del coso capitalino los encierros son más bien disparejos, me vienen a la mente aquellos festejos sin picadores por ejemplo. No se trata de pegarle a la categoría de la plaza, sino que sea lo que deba ser, no más pero claro no menos. Roberto Román llamado a la reflexión El toro es el reflejo de la vida y no ha pasado el domingo sin dejar aprendizaje: debemos conjugar el riesgo con la sapiencia, sin miedo o con el pero sin olvidar la mesura; es bueno saberse capaz y es una bendición reconocer en nuestro cuerpo la chispa para llevar el fuego al tendido pero al final del día estamos solos frente al toro y la mayoría de las veces el quite oportuno no llega para salvarnos. De eso se trata, de endurecer el cuero y ablandar el corazón.
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