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TauroPlaza México inaugurará su tercera Temporada Grande con una
combinación inédita. La primera figura del toreo a caballo español, Diego Ventura, se medirá con el torero
definitorio del último cuarto de siglo del arte de Cúchares, Enrique Ponce, el terror de los sabermétricos de la fiesta. Aderezan el
choque de trenes los mexicanos Octavio
García “El Payo”, siempre
perseguido por la duda de qué versión suya veremos, y Luis David Adame, que ha dejado poca huella en el gran coso. Por
muchos aspectos esta será una tarde trascendental para el buen puerto de la
temporada mexicana. De ella depende en gran medida el éxito empresarial del
invierno taurino mexicano. Vuelve la Temporada Grande Por supuesto, y como no puede ser
de otra forma, el ganado es el primer gran reto para la organización del
festejo. Están anunciados dos toros de Enrique Fraga para rejones, y seis
de Barralva
para la lidia ordinaria. El caballero hispano-luso lo tuvo claro: la Plaza
México es la apuesta más importante de la primera parte de su temporada, y en
ella se jugará la carta del tipo y el trapío del encaste Parladé del hierro del matador michoacano. Tal ganado procede del
que fuera el hierro queretano de Eduardo Funtanet, conformado con
vacas y sementales de Salvador Domecq, El Torero, y Daniel Ruiz.
La lógica primera impresión,
piedra base del espectáculo taurino, es la presencia del toro, y será de
primera importancia en su reaparición por estos lares. Huelga recordar que la
relación de la Plaza de toros México fue
irregular. De forma más que cortés apostaré por el término ambivalente para
definirla. Aunque hubo momentos importantes, los desencuentros con el
lisboeta-sevillano fueron lo que marcó la pauta de su intervención en esta
capital. En primer lugar, su personalidad nunca conectó con el coso. Arrogante,
insolente, espectacular, arrollador, inclinado al aspaviento y al desplante,
así lucía Diego Ventura en los cada vez más lejanos años del 2010 y el 2011,
situación que le valió cierta antipatía. En términos taurinos, eso redundó en
cierta revolución y desaseo en su toreo. La Monumental le apretó fuerte la mala
colocación de farpas, banderillas, y hojas de peral, y el centauro nunca lo
tomó de buena forma. La México era, aún, totalmente territorio Pablo Hermoso de
Mendoza. Sin embargo, lo que definió a sus
periplos mexicanos como sendos fracasos, fueron los sonoros escándalos que se
desataron a su paso por la república. Entre los manejos caprichosos del propio
rejoneador sobre su administración, y los turbios intereses sembrados por todo
México, fieles a carta cabal a la causa navarra, las giras fueron una auténtica
pesadilla. Destacan en el recuerdo varias cancelaciones de corridas a última
hora; el enfrentamiento verbal con la Asociación Nacional de Matadores de Toros,
Novillos, Rejoneadores, y Similares; y la demanda interpuesta por Alberto Galindo “El Geno” contra el caballista, a quien acusó de incumplir su
compromiso en la ahora desaparecida plaza del Cortijo San Felipe, en Monterrey, y que derivó en la detención del
torero por elementos policiales tras su actuación en Toluca. Sin embargo, el punto más bajo de
la polémica fueron sus declaraciones en la plaza de toros de Guadalajara, en el
sentido de que en México no se sabe apreciar el toreo a caballo, lo que le valió
que la afición de La México lo recibiera con pancartas, por lo menos,
increpantes. Para acabarla de amolar,
uno de sus caballos estrella, Revuelo,
fue herido de muerte en la Monumental de Morelia. Solo le faltó que lo meara un perro... Mascullando venganza se fue
el hispano-luso para no volver, hasta ahora. Han pasado muchos años, y las
hazañas del centauro, desgranadas una tras otra en cosos españoles,
transformaron el desencanto en curiosidad, la curiosidad en ilusión, la ilusión
en exigencia, y ahora la exigencia en expectación. Esperamos a un Diego Ventura más maduro, como persona
y como torero; en plena cumbre de su carrera taurina, fresco del hito del rabo
de Madrid; mejor asesorado, respaldado por Caliente, el emporio tijuanense de
las apuestas; y comprometido con el objetivo de triunfar en México, como lo
confirma la difusión de las fotos de los toros que matará. Se enfrentará,
además, a un ambiente mucho más ávido y necesitado del relevo generacional, un
público ya cansado de Pablo Hermoso. Diego Ventura no dejó los mejores recuerdos, y viene por la revancha. Foto: Humb Donde no se percibe esa hambre ni
ese compromiso, es en el feudo de la gran figura del toreo a pie. Enrique Ponce es el ideólogo de una
idea del toreo como mero gozo hedonista, sin ninguna otra carga axiológica, es
decir, sin ningún otro valor de por medio, a pesar del tremendo bagaje técnico
que necesita para materializarlo. En su enésima incursión en territorio
mexicano, todo parece indicar que el valenciano se mantendrá fiel a sí mismo,
tal y como lo dejó en claro en Querétaro, San Luis Potosí, y Guadalajara. En
dichas corridas, el ganado anunciado fue lo de menos, y por encima de públicos,
autoridades, alternantes, y empresas, el de Chiva mató lo que quiso. El descaro
de tales procedimientos fue total en Querétaro, donde mató astados de Teófilo Gómez, y no los anunciados parladés
de La Punta, que sí mató Joselito
Adame. En San Luis Potosí, la fachada fue la socorrida treta de las “diversas
ganaderías”. En esa ocasión mató Xajay y
Bernaldo de Quirós.
Tan putrefacto hierro es, sin
duda, de los predilectos del maestro. Otra muestra de músculo se vivió la
semana pasada en Guadalajara, donde Ponce, la empresa, y sus comparsas no
pudieron pasar un encierro con el imponente tipo de Jaral de Peñas, pero visiblemente mal rematado según las fotos que
circularon. La autoridad de aquel coso, montada en su soberbio papel
protagónico, rechazó quién sabe cuántos toros de aquel hierro, tan solo para
prestarse a reseñar una corrida bastante terciada de Bernaldo de Quirós. Corrida de expectación, corrida de decepción,
incluso desde antes de realizarse. El ganadero se retiró con todo y sus toros,
herido en su orgullo y credibilidad, para
dejarle paso libre al criador Javier
Bernaldo, a quien la importante plaza de Guadalajara no le mereció la
molestia de presentarse a la corrida. En La México el panorama no
mejora, e incluso es parecido al último desastre del valenciano en esta plaza.
Antes de inaugurar la temporada 2012-13, Enrique Ponce hizo una campaña más o
menos extensa por México, donde no suele torear más que un par de fechas por
visita. En aquella ocasión fueron Querétaro, Pachuca, y Tlaxcala los cosos en
los que formó serios escándalos por el trapío del ganado que lidió. El grand finale le esperaba en la
Monumental de México, en la que, tras de una actuación sumamente gris, regaló
un esperpéntico mulo de Xajay, al
que se aventaron el chistorete de nombrar Tapabocas. La bronca fue descomunal,
y llegó hasta los golpes en el tendido. Enrique Ponce no querrá repetir su recordado Waterloo. Foto: Humbert Desde entonces se acabaron las
fotos de los toros a lidiarse, y el misterio es la seña del negocio taurino. Un
negocio que busca atraer clientes sin decirles qué diablos les va a vender, un
modelo comercial más emparentado con el fraude, que con un espectáculo público.
En esta ocasión no es la excepción, y tan solo se ha deslizado una foto, tomada
por detrás, de un toro (supongo de Barralva),
muy armado. Es de suponerse que todo el encierro tiene la catadura que aparenta
el toro de esa foto, que Ponce dará un golpe en la mesa para mantenerse vigente
y que, ahora sí, acallará las voces que lo señalan como un felón taurino. Eso
es lo lógico, y es lo que nos conviene a todos, empezando por la empresa. Pero
con el de Chiva nunca se sabe.
No es ningún viso de malinchismo
lo que motiva que el espacio que dedico a los espadas nacionales sea tan breve.
Ese su sitio, su realidad en el papel que anuncia una corrida de toros y en el
proceso de vender el evento. Si en la corrida se invierte el orden, la reseña
deberá darles prioridad, pero un previo debe reflejar la expectación que
levantan. Tanto en expectación como en
antigüedad se antepone El Payo, un torero de tortuosa
trayectoria, que lo mismo puede ser un artista severo, serio, seco, de gesto
adusto y patética apariencia, de fino temple y manejo de las telas, y de una
transmisión suprema. Un esteta de la verónica, cumbre de la trincherilla, flaco
y desencajado, un torerazo pues. La otra cara de la moneda es un tipo al que le
pesa demasiado todo el sufrimiento que le ha costado ser torero, apático y cansado.
Ojalá se nos muestre el primero, más redondo que antes. Luis David Adame ha pasado inédito en esta plaza, con apenas una
tanda suelta y un buen tercio de banderillas promisorios, mala cosa para un
torero que no banderillea. El Payo no ofreció su mejor versión el pasado 12 de diciembre. Foto: Humbert Las noticias de última hora
también bombardean el ambiente de la temporada. Heriberto Murrieta dejará las transmisiones de las corridas de
toros por segunda vez, la primera en toda la década. Las insinuaciones del
periodista en su cuenta de Twitter apuntan a que hizo algunos comentarios molestos que lo precipitaron fuera de su
puesto. Tal parece que harán mancuerna Guillermo
Leal, experimentado y de estilo relajado y agradable, pero algo disperso al
llevar los festejos, así como laxo en su crítica, y Rafael Cue, de quien me reservaré mis comentarios. Esta sopa se
cocina a la sazón de unos veinte mil boletos vendidos (los numerados de sol ya
están agotados, y los de sombra lo harán en las próximas horas). Hay
expectación, expectación enrarecida.
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