En México buscamos renovar la baraja taurina. Muchos aficionados ya están cansados de ver a los mismos toreros en todas las ferias y como decimos en el país azteca “ya estuvo bueno” todo es igual. Sigue sin haber grandes oportunidades.
Hay un buen número de matadores jóvenes que están surgiendo, algunos a partir de los festejos en La Florecita. Cada uno con su particular forma de interpretar el toreo y creo que dos ejemplos de toreros distintos, que tanta falta hacen, son José Rubén Arroyo y Ricardo Rosas.
José Rubén Arroyo es un torero con personalidad y que vende mucho su imagen de torero agitanado, esto partiendo de sus gestos y maneras de caminar en el ruedo, incluso su propio peinado. En cuanto a su toreo, este se basa en detalles pintureros, de pellizco.
Sus limitaciones físicas – pérdida de un ojo – le obligan a realizar un toreo de frente echándose el toro hacia atrás lo que en ocasiones le hace verse a merced del astado, aunque los detalles pintureros con duende, son tan intensos que arrancan el ¡olé! espontáneo del público. Una tipo de torero que pocas veces se ve. Cuando logra ligar, el duende y la inspiración surgen. Algo inexplicable, radiante.
Ricardo Rosas es un torero que se desenvuelve con belleza e inspiración sin dejar el valor de lado. No hay duda que es un torero de arte y lo más importante, fiel a su estilo con sello propio y empaque. Su propia posición corporal hace que se vea diferente.
Sus personales maneras implican el cargar la suerte, sobretodo en el toreo a la verónica. Con la muleta, prendiendo al toro adelante, llevar media muleta arrastrando en la arena despidiendo muy atrás al astado lo cual adquiere la tan mencionada profundidad. Además, Ricardo posee técnica y tiene la capacidad de realizar faenas bien estructuradas de principio a fin.
Estos son dos toreros pueden realizar faenas sublimes que pueden envolverse en un mar de pasión apartándose de los cánones más estrictos del toreo. Arte indescifrable al menos en un breve instante. El gran problema es que no tienen continuidad, por lo tanto llegan a desdibujarse por esa falta de sitio, pues las empresas buscan el torero comercial que corte orejas por montones. José Rubén Arroyo, en el lapso de tres semanas, actuó en dos festejos en La Florecita y mató un toro a puerta cerrada; el resultado, un triunfo gracias a la continuidad. Ejemplo de lo que necesitan ambos.
Aquí en México no saben ver toreros y no están dispuestos o no quieren ver los distintos conceptos de tauromaquia. Lo que es peor, sólo torean dos o tres festejos al año lo que les impide cuajar y obvio aunque tengan ese gran potencial, suelen quedar en el olvido.
Cuando tienen la suerte de colarse en algún cartel, pareciera que es a propósito colocarlos con ganado duro, de desecho, el llamado a contraestilo. Hay ganaderías que les vendrían bien como Arroyo Zarco, Santa Bárbara, Hernando Limón, Fernando de la Mora, Carranco, etcétera.
Recuerdo haber escuchado en el programa Toros y Toreros, conducido por el Licenciado Julio Téllez, al ganadero español Don Antonio Briones expresarse de Ricardo Rosas: “Cuando a un torero se le ve el potencial que tiene, se le ponen más trabas en el camino, pero ojalá que se les cumpla ese dicho de que cuando más dificultades se les pongan a los hijos en casa, más lejos llegan”.