Por mucho que nos pese debemos de convenir que, la sociedad actual ha sufrido enormes cambios en el devenir de los tiempos y, quiénes añoramos la forma de vida de antaño, bien que lo lamentamos. Y, lo triste de todo es que, la metamorfosis de las gentes, por llamarlo de alguna manera, ha tenido lugar en muy pocos años. Hablo en propiedad porque, además de peinar canas, con un poco más de medio siglo a mis espaldas, tengo suficientes elementos de juicio para hacer semejante valoración entre las gentes y sus obras.

Decía yo que, lo normal, en los tiempos que corremos, se vuelve extraordinario. Y nada es más cierto. Situaciones que, en casa, cuando yo vivía con mis padres, eran lo más normal del mundo, ahora, pasados muy pocos años, las mismas, se han convertido en extraordinarias. Recuerdo que, cuando dos hombres hacían un trato, -mi padre así lo hacía- bastaba un apretón de manos y, con semejante acto, quedaba sellado el mejor de los documentos. Convencido estoy que, hace cuarenta años, los abogados lo eran para cuestiones de trámite; es decir, situaciones de legalización en donde, por ley, hacía falta la presencia de un letrado cuando, ahora mismo, existen más letrados que nunca en la vida y, los pobres, no dan abasto. No es preciso recordar que, para estos hombres, su función, en los tiempos que vivimos, no es otra que deshacer entuertos y arreglar los pleitos que la sociedad conforma y demanda; vivir para ver y, ahí están las pruebas.

Actualmente, en los tiempos que vivimos, yo mismo me sorprendo cuando, a mí alrededor, contemplo la actitud normal de una persona; me sorprendo yo y, por supuesto, los que tengan mi sentir. ¿Qué es una actitud normal? Por ejemplo, cumplir con la palabra que has dado; no fallar a una cita previamente establecida; pagar aquello que has comprado; ser fiel a tus propios principios, aquellos que, con honestidad y rigor te enseñaron tus padres; cuestiones que, hace cuatro décadas, como diría un castizo, eran puras bagatelas, ahora, al comprobarlas, hasta nos ruborizamos; yo el primero, claro. Algo está fallando ante todo lo que estoy exponiendo; la sociedad camina desbocada hacia el abismo y, el resultado lo estamos teniendo en las hecatombes que el universo nos está regalando que, no son otra cosa que lecciones para que aprendamos y, torpemente, no hacemos caso.

La sociedad actual, de forma muy concreta los jóvenes, en su ingente mayoría, no acuden a las iglesias y, no saben el tesoro que se están perdiendo. ¿Qué digo? Están dejando perder un capítulo importantísimo en sus vidas que, para nosotros, los de mi generación, tanto gozamos en aprender. Y, al respecto, cualquiera diría que habla un beato; una cosa es Dios y los templos y, otra muy distinta, los representantes de la iglesia que, de forma lamentable, suelen fallar y equivocar a los sociedad. Pero todo eso apenas importa cuando hay profundas convicciones; existe Dios y, su palabra, jamás le ha hecho daño a nadie. Justamente era eso, la palabra de Dios la que tomábamos para nosotros y, dicha lección, tanto nos aportó en nuestra generación. Ahora mismo, hablar de caridad, humildad, veneración, generosidad y bondad en su más viva expresión, parece que estamos hablando con otro lenguaje. En estos momentos, la sociedad actual, está mucho más preparada que lo estábamos hace cuarenta años; ¡qué duda cabe¡ Pero, ¿hemos sabido aplicar tanta ciencia? La gente, ahora, cualquiera, sabe de cuestiones meramente mercantiles; leyes y más leyes pero, el civismo, la educación, la bondad y la generosidad, por citar algunos valores hermosos de la vida, apenas nadie repara en ellos.

La sociedad actual no es otra cosa que, un caballo desbocado hacia el abismo. Todo se nutre con el mercantilismo, las prisas sin sentido y, por supuesto, en la falta de respeto entre las gentes. Por ejemplo, entre otras muchas cosas, las personas que abandonan a sus padres, según ellos, como no es delito, no pasa nada; alguien los recogerán, para eso están los asilos. Los que se enriquecen a costa de la sudor de su semejantes, justamente, sin reparar en artimañas, para todos estos, ello es un producto más de la sociedad consumista de tanto tienes tanto vales. Eso de ser fiel a una idea y, por supuesto, defenderla hasta la muerte, atrás ha quedado como un vago recuerdo. Cuidar esa amistad que te han ofrecido sin reservas y que, sin darte cuenta, tienes en tus manos el tesoro más bello del mundo, esto, queda obsoleto en la sociedad actual; claro que, bien que lo estamos pagando. Nuestra actitud no es otra cosa que, la siembra de la peor semilla que, en definitiva, al crecer, nos ofrece catástrofes por doquier.

Situaciones como “Ahora voy”; y no llegó nunca. “Mañana pase usted a cobrar” y, al día siguiente, ha desaparecido el deudor. “Estoy contigo hasta la muerte” y, a la mañana siguiente, ha desaparecido para siempre. “Te amaré mientras viva “y, tres jornadas más adelante, se acuesta con el vecino. “Firmo lo que tú me pidas” y era insolvente. “Eres el mejor” y, por supuesto, es que no había otro. “Estoy contigo” y nunca más le vi. “Eres como mi padre” y, al volverse, le apuñaló. “No te preocupes que eso te lo arreglo de inmediato” y, a partir de ese instante, en vez de preocupación, sentías angustia. “En llegar te llamo” y, al parecer, no llegó nunca. Con estos y mil argumentos más vamos viviendo pero, ¿de qué manera, Dios mío? ¿Queda alguna duda de que la sociedad se ha envilecido por completo? Por estas y mil razones más, como antes explicaba, si una persona tiene un comportamiento normal, “inexplicablemente”, le damos el calificativo de extraordinario. ¡Vaya sociedad la que hemos forjado¡