Escribo en tu memoria, Satur. Y tiene su razón de ser. Ahora, en estos días, tu esposo me ha regalado el libro que ha editado en tu honor. Eran, como tú los definiste, los cuadernos de diario en que, durante dos años, narrabas tus sentires, tus vivencias, tus miserias y tus alegrías. Al final, el maldito cáncer te ganó la partida pero, ante todo, demostraste una gran lección a tus homónimos; querías vivir y, le plantaste cara a la vida. Tus acciones, como se desprende de tus letras, son dignas de admiración. Caíste derrotada pero, mientras tanto, vendiste cara tu vida. Puedo asegurarte que, tus letras, las que con tanta pasión escribiste, son ahora un resquicio de paz para nuestras almas; una lección de la que todos debemos de tomar buena nota. Como tú dirías, nada puede valer tanto como la vida y, a diario, infantilmente, la solemos desperdiciar en banalidades, algo por lo que tú nos alientas a todos para que, por nada del mundo, dejemos de perdernos los grandes placeres de la vida que, en definitiva, no es otra cosa que gozar del presente. El pasado no tiene remedio y, el futuro, está por venir. De este modo, Satur, en realidad, tú si supiste vivir el presente y, en este libro de tus vivencias, así queda reflejado.
MI LIBRO, como tú bautizaste a tan ejemplar relato, no es otra cosa que un estandarte portador de ilusiones, forjador de pasiones y, por encima de todo, un apasionado menester defendiendo tu vida; digamos que, un alegato a favor de la vida y de sus gentes; un reconocimiento, una forma de abrirnos los ojos a la sociedad actual que, siendo afortunados con el tesoro de nuestra salud, desperdiciamos la vida con hechos desdichados, sin percatarnos, por supuesto, de la grandeza con la que supone vivir en paz y en salud.
Supiste plasmar, Satur Roselló, en aquel cuadenirllo, esas vivencias que, ahora, al leerlas, tanto nos emocionan. Tu relato nos demuestra la grandeza que emanaba de tu alma puesto que, sabedora de tu situación, a diario, eras capaz de vender ilusiones a cuantos te rodeaban; tus hijos y esposo eran los primeros receptores de todo tu cariño. Ahora, somos tus lectores los que, emocionados, comprendemos lo que resultó ser tu paso por la vida. Apenas viviste cuarenta años; si acaso, los suficientes para ofrecernos, como se demuestra, esta lección bellísima. Al leerte, no queda otra opción que admirarte; añorar lo que resultó ser tu paso por la vida. Te marchaste a un mundo mejor; al que iremos todos. Pero te fuiste con una sonrisa en tus labios. Tu ausencia nos debilitó a todos; pero tú, pese a todo, resignada ante tu suerte, hasta el último momento, le dabas ánimos a todos cuantos te rodeaban. Pasaste, durante dos largos años, un duro calvario. Luchabas con frenesí por logar tu meta; por momentos, hasta estabas convencida de haber ganado la batalla. No pudo ser y, quisiste reunirte con Cristina de Areilza, con Maríam Suárez y con tantas personas anónimas que, en similares trances, abandonaron este mundo para lograr la paz eterna.
Tu fuerza, la que delatan tus letras, es la que ahora nos servirá de estímulo a cuantos te leamos y, ante todo, reconfortará a cuantos en tus circunstancias, tras leerte, emprenderán la misma lucha que tú supiste emprender; no se si todos correrán la misma suerte pero, no me cabe duda que, tu narración, ante todo, es un canto de esperanza; un manantial de ilusiones; una forma de aferrarnos a la vida que, en acciones como la tuya, tanto tenemos que agradecerte. En tu libro nos muestras tu dolor; pero a su vez, la más inusitada esperanza; aquello de darlo todo por válido por la ilusión de vivir. Lo que resultó ser el día a día de tu existencia en el trance de tu dolor, es ahora una lección extraordinaria que, quiénes te lean, quedarán admirados. Se necesita mucho valor para estar sentenciada a muerte, -en definitiva, todos lo estamos- y luchar con el denuedo que tú lo hiciste, todo, por amor hacia los tuyos, sin lugar a dudas, el motor donde nacían tus fuerzas.
Te marchaste muy pronto, pero dejaste un legado importantísimo como son tus hijos. Ellos, los que a diario, allí donde se encuentran, ensalzan la figura y obra de su señora madre puesto que, para ellos, resultaste ser su gran heroína. Si acaso, tu soberana lección, para ellos y ahora para los que somos todos tus lectores, con toda seguridad, te aseguro que ha merecido la pena tu esfuerzo. Supiste sufrir y, luchaste como nadie. Querías aferrarte a la vida, sin lugar a dudas, tu mayor vocación y tu anhelo permanente. Llegaste hasta donde el destino te deparó; hasta donde Dios quiso. Pero nunca te faltaron las fuerzas y, hasta en los trances más duros, eres tú la que animabas a los tuyos. Fuiste el ejemplo, Satur Roselló. Se evidencia en el libro y se ha constatado entre los tuyos. De aquí a la eternidad sólo hay un paso; tú, ya lo diste. En el devenir los días, sin saber como ni cuando, allí nos reuniremos todos. Ahora, entre nosotros, provocaste admiración hacia el ser humano que conformó tu persona. Puedo decirte que no existe mayor galardón. Tus acciones, en tu paso por la vida, te confieso que, son merecedoras de haber logrado tu inmortalidad como demuestra tu libro. Nunca escribiste por vanidad; ni siquiera sabías que, tras tu muerte, dicho cuaderno, vería la luz; plasmabas, a diario, aquellas sensaciones que sentía tu alma; incluso los desgarros que sufría tu cuerpo. Pero, ante todo, quisiste dejar un mensaje que, ahora, los tuyos, con acierto y rigor, han sabido publicar para homenajear tu admirable persona cuando estuviste entre los vivos.