Dios, mis libros y silencio….. Limpia casa, justo pan….. Inquietudes, añoranzas, y no pido más. ¿O acaso creemos que podemos pedir más? No nos equivoquemos puesto que, ante todo, sería conveniente pensar que, si amas al dinero, a lo sumo, llegarás a un banco pero, si amas a la vida, con toda seguridad, llegarás a Dios, con todos mis respetos para los no creyentes que, están en su perfecto derecho de declinar la oferta espiritual. Pensemos que, la oración del primer párrafo de este escrito, con fortuna para mi, me la enseñó hace ya muchos años un poeta ejemplar que se llamaba Rafael Herrero Mingorance que, hastiado de las brutalidades de esta vida, supo marcharse hacia un mundo mejor. Es cierto que, pretendo estar con Dios, ¿o acaso existe un lugar mejor? Como la fe suele mover montañas, pensar que alguien sobrenatural, desde la misma estratosfera nos puede ayudar, ello sigue siendo reconfortante.

Los libros, como entenderemos, forman parte del silencio. Libros y silencio, igual a paz. Será, junto a los libros, el único asidero hacia un mundo mejor. La casa, aunque sea la de un pobre, tiene que estar limpia. Cuentan las Sagradas Escrituras que, aquel carpintero de Belén, aunque pobre, lo tenía todo en orden, limpio y, aunque la cuna era de paja, Jesús nació con decoro; con la humildad que las circunstancias requerían, pero dentro de la más absoluta limpieza. El pan, según reza la metáfora, debe ser justo. Es decir, nadie debe de pasar necesidades; nadie, por supuesto, de los que sean capaces de entregarse por la causa de ganarlo con justicia a través del trabajo. Justo, por el necesario y, justo, por haberlo ganado con honradez. Si hablamos de inquietudes podríamos pensar, ¿qué es un hombre sin un sueño? Las inquietudes, encaminadas por el sendero adecuado, son las que nos llevan a cumplir los sueños más insospechados. Todos, en un momento de nuestras vidas, teníamos – o quizás los seguimos teniendo- un sueño por cumplir y, gracias a nuestra inquietud, al final, lo hemos logrado. Soñar por vivir: o vivir para soñar, qué bella tarea.

Añoranzas sin pedir más, decía el poeta madrileño. Por eso yo ahora, añoro al inolvidable Rafael Herrero Mingorance, un lujo de ser humano que me enseñó los senderos más hermosos, por aquello de caminar por las veredas de la honradez. Añorar es recordar, volver a vivir, echar la vista hacia atrás, analizar el pasado para enderezar nuestro presente. Una forma de enmendar errores pasados, cometidos alguna vez y, con la añoranza, lograr el propósito de no volvernos a equivocar. En definitiva, la gran lección que, tomada por nosotros mismos, nos puede conducir por el camino del éxito.

Pobre de aquel que, al amigo, lo busque perfecto; al amigo, si lo encontramos amigo de verdad, con ello habremos logrado gran parte de nuestro éxito. Me lo contó una amiga filósofa colombiana llamada Liliana Bonilla; “Al amigo, no lo busques perfecto, búscalo amigo” Cuanta razón tenía la erudita andina con su sentencia que, analizada con rigor, tanta satisfacción nos llena en el alma. Ciertamente, al amigo, lo quiero ver junto al éxito; aquello de sentir piedad por la desdicha de alguien, eso es lo más normal del mundo; hasta muchos, logran alegrarse por la pena del amigo. Sin embargo, sentir dicha por el éxito que el amigo ha obtenido, ahí, justamente ahí es donde radica el milagro de la amistad. Al respecto del éxito, en demasiadas ocasiones, es la envidia la que nos corroe, de ahí que, como suelen decir, muere más gente de envidia que de cáncer. Qué triste todo ello, pero es la gran verdad. Vivir junto al éxito del amigo no es otra cosa que, la más grande lección de humildad que pudiéramos tomar. Algunos, como he comprobado, hasta lo han logrado. Enhorabuena.

Vive el presente porque, en definitiva, es la única estación con la que pasarás el resto de tu vida. El pasado forma parte de la historia y, el futuro, está por venir, por tanto sigue siendo una incógnita. Si miras a tu alrededor, con toda seguridad, comprobarás tu propia grandeza. Tienes dos manos, dos ojos, dos piernas; tienes salud y trabajo, siendo así, ¿quién puede sentirse pobre o desdichado? Solo los necios y descerebrados serán incapaces de comprobar tanta grandeza a su alrededor. Si la vida es aquí, y ahora mismo, ¿cómo te atreves a desperdiciarla? Mira hacia atrás y verás tu propia grandeza.