Gracias a ti, he vuelto a sentir y, contigo, vuelvo a sonreír. La vida, por diferentes causas, me había arrebatado la sonrisa pero, tu presencia en mi vida, a Dios gracias, hace que renazcan en mi ser mis más bellas ilusiones; toda tú, vidita mía, eres la más bella ilusión. Con mi corazón quebrado en mil pedazos pudiste encontrarme y, tu amor, ha logrado el milagro de reconstruir este puzzle de amor que, hasta encontrarte, lo tenía desgajado y esparcido hacia ninguna parte. Estabas ahí esperándome y, como sabes, hasta que el destino no ha querido, no habíamos podido encontrarnos. Por fortuna para nosotros, especialmente para mí, ya sabes cómo nos conocimos.

Contigo ha vuelto a renacer en mi persona la esperanza de un mañana mejor; lograr, si acaso, el milagro de una vida en paz y sin temores. Si, ese ha sido el efecto causa por el cual me conquistaste; la paz que irradia tu persona, sin lugar a dudas, un argumento hermoso del que tanto carece el mundo. Nunca me pediste nada a cambio y, juntos, hemos sido capaces de entregárnoslo todo. ¿Tendrá esto algo que ver con ese sentimiento al que llaman amor? Rotundamente, sí. La grandeza entre un hombre y una mujer, amadita mía, sólo consiste en la compenetración entre ellos y, nosotros, al respecto, hemos tenido un triunfo memorable; estábamos ahí, el uno para el otro. Ambos, juntos y por separado, entendemos a la vida y a sus gentes; a su vez, los dos, somos capaces de sentir por los demás; vivimos un poco por los demás, nunca para los demás y, la diferencia, aunque pueda parecer sutil, es altamente cuantificable. Los que viven para los demás son todos aquellos que, sus acciones, están encaminadas para que, los demás, les vean bien; nosotros, en cambio, somos de los que queremos el bien para los demás y, encontrar ese sentimiento en otra persona y que, además, se vista de mujer, para mí, ha sido algo memorable.

Escapa de los que compran – me decías- lo que no necesitan, con dinero que no tienen, para agradar a gente que no merece la pena. Y, tu filosofía, intrínsicamente, me fascinó; me cautivó tu sentir, tu pensamiento y tu forma de vida que, en dicha frase, lo encerrabas todo. Posiblemente, con semejante afirmación, me estabas alejando de todo mal. Si, amor mío; vivir junto a seres vacíos de contenido debe ser una tristeza mayúscula. La vida se compone de otros valores más hermosos; los caminos para encontrar a Dios, ineludiblemente, son muy distintos a los que, el mundo camina  desesperadamente hacia el precipicio.

Te encontré mujer, nada más placentero para un hombre; pero no ha sido el deseo carnal el que me ha subyugado de ti, aunque, como hombre, lógicamente, te sigo deseando. Dentro de ese hermoso cuerpo de mujer como es el tuyo, por encima de todo, anida un ser humano de infinitas cualidades, entre ellas, aborreces la cantidad puesto que, sabes que existe la calidad; sabes amar porque conoces el amor; piensas en los demás porque, muchos, están muy solos; adoras compartir lo tuyo a sabiendas de que, los más, no pueden decir lo mismo; vives en plenitud porque, vacío de contenidos en tu alma y en tu ser, ello, sería el peor de los males; anhelas las bellezas del sexo porque piensas en el amor, de otro modo, sería imposible; sueñas en un mañana mejor y de esta manera trabajas tu presente; detestas las cadenas puesto que, amas la libertad; quieres al mundo porque supiste amarte a ti; y tantos valores más que, conjugados en tu ser, hacen de ti un ser humano incalculable.

¿Dónde está la belleza? En el interior de cada cual y, al respecto, tú eres esencialmente bonita. ¿Te imaginas si, la belleza interior, la pudiéramos cambiar con cirugía plástica, como hacemos con los cuerpos? Si ello fuera posible, sería entonces cuando tendríamos seres perfectos hechos a la medida pero, ese milagro a Dios gracias, todavía no se ha producido. Se arreglan muchos cuerpos, en su exterior, claro; pero nadie jamás ha logrado ni logrará arrebatar la belleza interior de una persona y tú, al respecto, sin necesidad de cirugía, eres bella por fuera y, mucho más, cuando, como ha sido mi caso, he sabido adentrarme en el fondo de tu alma. Siendo así, desde tu interior, eres perfecta.

Te sigo amando ayer que llovía, hoy que hace sol y que mañana que, con toda seguridad, será un día mejor. Hoy, con mis letras, quiero que recibas el mejor de los regalos para el año próximo. Gracias a tu ternura has logrado el mejor premio para el año venidero, has sido la afortunada de recibir el gran premio que, ante todo, consiste en obtener trescientos sesenta y cinco días de felicidad que, irremediablemente, serán abonados en tu cuenta número 2006. Te lo desea quien, contigo, ha corrido la misma suerte. Que Dios te siga bendiciendo.