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Pla Ventura  
  España [ 23/02/2006 ]  
EL TRABAJO: ¿BENDICIÓN O MALDICIÓN?

Muchos siguen sosteniendo que, el trabajo es la maldición bíblica, el castigo que Dios nos impuso; aquello de, ganarás el pan con el sudor de tu frente…….y, partir de aquel momento, las criaturas mortales pronto comprendieron que, gracias al trabajo conseguimos nuestros anhelos, nuestros sueños todos y, para colmo, al trabajar, no tenemos malos pensamientos ni, por supuesto, tenemos tiempo para la maldad. Al respecto, la vida, que por naturaleza es sabia, nos ha ofrecido, desde siempre, el gran abanico de los miles de trabajos que podemos encontrar y, ante semejante disyuntiva, hasta tenemos la oportunidad de elegir.

Bendición o maldición, según se mire. Es triste, me temo que de serlo, comprobar que, miles de personas trabajan sin convicción, si acaso, por aquello de cubrir su propio expediente y, así les va a todos. Para todo este gremio, sin lugar a dudas, a diario, el trabajo, lo entenderán como la maldición bíblica. Convengamos que, el mundo, la vida, se mantiene por el trabajo. Si la sociedad se quedara impávida, quieta, el mundo se acabaría en dos minutos, por ello, el trabajo, ante todo, es el motor que mueve el mundo. Buscar trabajo para sentirte castigado, eso si raya en la desdicha, hasta el punto de que, aunque trabajes quince horas diarias, sin lugar a dudas, serás siempre un desocupado.

La vida me ha enseñado que, estar en lo que amas, sin lugar a dudas, es el camino más cercano a la felicidad. Y digo esto porque, aunque parezca lo mismo, la diferencia es abismal. Quien trabaja sin amor, está condenado al fracaso y, el que trabaja enamorado, igualmente, está benditamente condenado, pero al éxito. Todos lo llevamos reflejados en nuestro rostro; el que labora y esboza sonrisas, irremediablemente, vive enamorado de lo que hace y, con toda seguridad, está muy cerca de Dios; el que trabaja y denota amargura, en el rostro, lleva implícita su desdicha. Es la elección de cada cual. Pensemos que, la vida nos ha entregado, con fortuna para la humanidad, decenas, yo diría que cientos de profesiones a las que podamos ampararnos; siendo así, escoger, debería ser muy sencillo. Ahora mismo, enumerar las profesiones a las que podemos acceder, no deja de ser una falacia. Lo peor es vivir equivocado. Uno, es su menester, en grande cuando ama su oficio; de igual manera, se es pésimo cuando estás confundido y no le encuentras razón a tu vida por haberte equivocado en la elección. ¿Has pensado si en verdad estás en lo que amas? Si la respuesta es afirmativa, con toda seguridad, eres un afortunado; si es negativa, rotundamente, has fracasado con estrépito. Pero siempre tenemos la oportunidad de cambiar. Nada es eterno y, el trabajo, no tiene porqué serlo. Tú decides, por eso naciste libre.

La respuesta a todo esto sería muy sencilla. El que trabaja enamorado de su oficio, en honor a la verdad, no está trabajando; definitivamente, está gozando porque está en lo que ama. Podría poner miles de ejemplos de gentes desdichadas en su quehacer. He conocido a médicos arruinando la vida de sus pacientes porque, a la hora de elegir, no se dieron cuenta que, lo que en verdad buscaban era ser mecánicos y, presionados por el ambiente familiar, equivocaron el oficio para desdicha de cuantos les rodean. Sin embargo, conozco barrenderos que, a diario, además de barrer, van cantado por las calles. ¿Cabe mayor dicha? Es imposible. Entre otras profesiones, conozco cientos de funcionarios que, por aquello de lograr un sueldo vitalicio, maltratan a las personas que tienen que atender; todo esto, de no haber sido por la maldita avaricia por aquello de tener un sueldo vitalicio con cargo al presupuesto del diablo, hubieran sido libres y, por tanto felices. Craso error el querer tener un sueldo sin antes haberte preguntado si, en verdad, estás capacitado para aquello que, previamente, has opositado.

Recuerdo que, en mi niñez, mi madre me decía que, llegada mi adultez, cuando tuviera que internarme en el mundo laboral, que mi meta fuera solo una: ser el mejor, independientemente de la profesión que eligiera pero, ante todo, el mejor. Pasados los años, todavía no he llegado a comprender si, en verdad, soy el mejor o el peor; jamás nunca me lo pregunté. Pero si tengo la completa certeza de estar en lo que amo, por ello, en mi vida, no existen horas de trabajo, más bien, horas de relax y de convivencia plena junto a los que me rodean. Luego, para mayor dicha, se da la circunstancia de que, cuando amas lo que haces, la felicidad que te embarga, sin pretenderlo, la transmites a los demás y, los que te rodean, son tan dichosos como tu propia persona. Filosofía elemental, casi de niños chicos y que, el mundo, la sociedad en general, no quiere darse cuenta. ¿De qué te sirve levantarte a las cinco de la mañana si sabes que vas camino de tu condena? ¿De qué te  sirve un sueldo vitalicio si eres aborrecido por todos los que te rodean? ¿De qué te sirve un título universitario si, en realidad, tus conocimientos, de no haber sido por las presiones de papá, apenas dan para barrendero? Como vemos, no son títulos lo que necesitamos, sino convicciones propias ante lo que hacemos. Sin título alguno, Juan Rulfo, de vendedor de neumáticos, de la noche a la mañana, se convirtió en el escritor de más éxito en México. La respuesta es muy sencilla; amaba la literatura y, como tal, le fluía con el mismo amor que él sentía desde el fondo de su corazón. Clarita Aparicio, la que fuera su compañera en el amor y en la vida, así nos lo hizo saber. Explicado queda que, no sirven los títulos, sino las ilusiones y, lo que es mejor, las convicciones.

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