A 105 Km al noreste de la ciudad de Lima, sobre una colina a 2800 metros sobre el nivel del mar, Canta resulta un excelente mirador sobre el valle del río Chillón de aguas cristalinas pobladas de truchas. Serpenteando por una carretera enclavada en el cerro como un balcón al río, rodeada de vegetación, llegamos al encuentro de una tarde de toros especialmente atractiva para los limeños pues se anunciaba la participación de la gran promesa nacional Juan Carlos Cubas quien, desde su debut como novillero en Acho, ha ido en permanente ascenso hasta que en el 2004 fue considerado el auténtico triunfador de la feria del Señor de los Milagros, aun cuando el Escapulario de Oro hubo de parar, injustamente, a manos de otro matador. No estuvo en la feria limeña del año pasado y en la del presente “se descolgó” del cartel originalmente anunciado. ¡Lastima! Quienes vimos frustrada la posibilidad de apreciarlo nuevamente en Acho no quisimos dejar pasar la oportunidad de hacerlo en Canta. Allí nos trasladamos y grande fue nuestra desilusión al verlo cambiado en presencia, actitud y quehacer taurino. Se hizo esperar por sus compañeros de terna en puertas de cuadrillas para iniciar el paseíllo con cansino y displicente andar, luciendo larga cabellera suelta que le daba el aspecto descuidado, impropio de un torero vestido de luces. A los antiguos matadores se les solía llamar “coletas” porque se distinguían con el uso del pelo largo que recogían, al momento de torear, en una redecilla o moño, que hoy simula el añadido; pero un torero con el pelo suelto no es mas que un pelucón que falta el respeto al público con su descuidada apariencia. Quienes mucho esperamos de él, hicimos la vista gorda a este desagradable detalle esperando verle brillar, como otras veces, frente al toro. Lamentablemente no fue así.

La plaza portátil lucía abarrotada, cosa de celebrar cuando se da como respuesta al cuidadoso montaje y esmero puesto por sus organizadores para lograr una corrida de seis toros con edad y peso, con tres matadores de alternativa, con cuadrillas completas de banderilleros, experimentados participantes en de la feria del Señor de los Milagros, que, dicho sea de paso, respetaron los turnos aun cuando sólo se pusieron dos pares de banderillas a cada toro.

El primer espada fue el español David Gil quien hace intensa campaña en los ruedos del interior del Perú donde es considerado ídolo. En el ruedo dejo claro el porqué.  Entregado y valiente crea y transmite emoción a los tendidos. En momentos toma riesgos innecesarios que lindan con la temeridad, como aquel de ponerse el pitón en la boca, hecho que en otras plazas de solera, como Acho, sería censurado por el respetable pero en provincias excita a los espectadores. Lancea con seguridad a su primero que derrota arriba para instrumentarle luego apretadas chicuelinas jaleadas por el público. Los primeros muletazos son de rodillas a los que siguen series por los dos pitones, el toro gazapea. Termina su faena con apretadas manoletinas y un estoconazo bien colocado, que hace rodar al toro sin puntilla. Oreja merecida. A su segundo lo recibe con una larga afarolada de rodillas y luego lo lancea con los pies con el compás abierto. Faena entregada y valiente que finaliza nuevamente con manoletinas. Media estocada desprendida que mata. Dos orejas, la segunda excesiva.

Juan Carlos Cubas lancea a su primero sin dejar quietos los pies e intenta chicuelinas que resultan borroneadas. En banderillas el toro se estrella contra un burladero rompiéndose un pitón y astillándose el otro. Con la muleta se muestra desganado, no se confía, no corre la mano y el toro se queda corto; cuando hace lo contrario -hacia el final de la faena- el toro responde, evidencia que su lidia no estuvo bien planteada. Mérito tiene la estocada que -no obstante desprendida y tendida- fue al encuentro con el toro que se arrancó y el diestro no se enmendó. Tras doblar, muy pocas palmas al torero. En su segundo Cubas está igualmente desconfiado con el capote. Con mejor disposición que en su primero intenta hacer faena con la muleta pero el toro se raja y va a tablas. Todos los intentos para sacarlo de allí son infructuosos y, cuando lo hace, no logra sujetarlo por mucho tiempo no obstante logra algún muletazo de calidad que no compensa de modo alguno la gran decepción que nos produjo su labor de conjunto. Mató de media tendida y desprendida seguida de dos golpes del verduguillo. Silencio.

Paco Céspedes, matador peruano, ha causado buena impresión en quienes no lo habíamos visto torear luego de su alternativa. Con poca experiencia ostenta buenas maneras y cierta parsimonia en su quehacer taurino lo que sin duda es algo importante de cultivar para hacer la diferencia con el resto.  A su primero, codicioso y repetidor, lo lanceó con firmeza, aunque lo dejó mal colocado frente al caballo, donde recibió un picotazo. En general toda la corrida fue poco picada por la exigencia del público de provincias que tiene sempiterna animadversión con los del castoreño.  La primera serie de derechazos -que a la larga resultó la mejor de su faena- dio inicio a una labor de muleta fundamentalmente por ese pitón y fue de más a menos. Mata de estocada desprendida y el generoso juez le otorga dos orejas. Su segundo, un burraco de San Pedro, de bella estampa, fue el más peligroso de la corrida. Desarrolló sentido y en un descuido de su matador lo cogió y golpeó tan malamente que, en un primer momento, se pensó no reaparecería. No fue así, regresó, pero disminuido en sus facultades le fue difícil hacer faena. Se demoró en matar y recibió un aviso.

Entre los subalternos destacaron: En la brega Raúl Mendiola quien en el 2º protagonizó un oportuno quite; y Denis Castillo con el 3º, al que colocó el mejor par de banderillas de la tarde del que salió garboso, no obstante el toro hiciera hilo con él; en otro momento, lo corrió a una mano de un extremo al otro del redondel.