La socorrida frase “Le tocó bailar con la más fea” que usamos los cronistas taurinos para expresar que el peor lote le correspondió a uno de los tres toreros alternantes, no puede ser empleada, en este caso, para comentar la corrida del domingo pasado pues el encierro fue tan malo que todos hicieron turno para bailar con la indeseable dama, cada uno en su estilo y vestidos de muy diferente manera, de acuerdo a su peculiar personalidad y forma de interpretar el toreo.

Y es que los toros de la ganadería colombiana de Achury Viejo han estado justitos en presentación para no ser considerados novillos. El que hizo tercero  “se pasó de la raya” y fue protestado por chico. Fue así que el respetable en multitudinario coro de voces, con armonioso y acompasado ritmo reclamó a voz en cuello: ¡Otro Juez! ¡Otro Juez! Obligó con esto que el bicho fuera devuelto a los corrales por el presidente de plaza quien, me imagino, debe estar pensando hacer lo propio con los veterinarios que lo llevaron al error de haberlo aprobado, porque no es elegante, digno ni aceptable que la autoridad apruebe un toro antes de la corrida, para desaprobarlo cuando sale al ruedo. No cabe la excusa que lo cambió porque el público así lo exigió, porque eso equivaldría aceptar que el público sabe más que él en eso de ver toros; menos aún con aquella otra por la cual, sabiendo que debería haberlo rechazado en la revisión, lo aceptó, confiado que el público tonto no se daría cuenta y lo dejaría pasar, lo que sería una desvergüenza.

Así, terciados y faltos de trapío los toros, bien armados pero despuntados, fueron descastados y sosos, no se dejaron picar ni torear, dieron mal juego y se acabaron pronto. En dos palabras: “unas joyitas”, con las que poco pudieron hacer los matadores de turno, no obstante el esfuerzo desplegado.

Javier Conde

Muy de acuerdo a su personalidad histriónica salió vestido de color melón (aunque otros cronistas opinan que es amaranto, azafrán y hasta mandarina) con pocos adornos bordados en seda negra. Raro pero no feo constituye una particularidad del matador que es aceptada por el publico como aquella por la que, su peón de brega esté trajeado de similar manera,  lo que forzó al espectador poner mucha atención para saber cuál era quién. A propósito de este peón, Manuel Rodríguez El Mangui, se anunció en un papel escrito con bolígrafo, pegado con cinta adhesiva en la pizarra informativa, que no podría banderillar por estar lesionado de la rodilla. Es una falta de respeto que se anuncie al público que un peón no hará su trabajo, como peligroso para el propio subalterno salir en esas condiciones al ruedo. Sin embargo debo confesar que no lo vi cojear en ningún momento durante la corrida, ni siquiera cuando, perseguido por el toro, corrió con mucho brío para alcanzar el burladero. En cualquier caso, lo correcto es que si está lesionado no toree, y, si no lo está, cumpla con el trabajo para el que fue contratado y anunciado en los carteles.

Luego de los lances de recibo a su primero  el toro rodó aparatosamente por la arena acusando debilidad Conde  hilvanó tres verónicas hondas y templadas que cerró con un remate pinturero. El público, hasta ese momento en sepulcral y expectante silencio, estalló en una estruendosa ovación. “Viene con ganas de triunfo” –pensé. El toro evidenció su mansedumbre ante el caballo del que se escupió dos veces. Buen tercio de banderillas protagonizaron El Santi, en dos pares, y El Yuca, en uno, por el lado izquierdo. Montera en mano se dirige al presidente y se le escucha decir: “Permiso señor presidente, es un honor para mí torear en esta plaza” con lo cual no hizo sino confirmar mi primera impresión de que venía “a por todas”.  Con pases de tirón saca a los medios al astado. El silencio del público es total. Los primeros muletazos son uno a uno, sin dejar quietos los pies y perdiendo pasos hasta que logra embarcarlo en una serie corta de dos derechazos ligados con el de pecho, de mucha calidad, que son aplaudidos por el respetable y también por El Santi quien como subalterno del matador debería haber controlado su entusiasmo y evitar este tipo de manifestaciones tan contrarias a la ética y normas del buen gusto que debe observar frente al público. El diestro repite la hazaña de ligarle -a ese toro difícil- dos muletazos y el de pecho que remata con teatral pose, mirando al público, como esperando el aplauso apoteósico en respuesta a una supuesta obra de arte que no se da. Sólo palmas que no satisfacen al matador quien se va “a por el estoque” y termina el asunto con media estocada, perpendicular y trasera,  de efecto retardado y descabello. Pitos al toro. Slencio al matador.

En su segundo poco hace con el capote. El toro rompe la vara del picador y luego toma bien un puyazo haciendo sonar el estribo. Como estaba anunciado El Mangui no banderillea y otra vez El Yuca, con dos pares, y El Santi, con uno, nos brindan un buen segundo tercio. Con la muleta Conde no se acopla y las series son cortas de dos pases y el de pecho cuando no de uno en uno. Intenta citarlo de lejos pero el descastado toro no está para esos trotes, ni mucho menos. Su toreo teatral logra que un sector del público aplauda una faena que va a menos con medios pases, entre achuchones y enganchones a la muleta. Mata de media que provoca hemorragia. Pitos al toro. Palmas y pitos al torero.

Antonio Ferrera

Menos acelerado que en sus presentaciones anteriores y con un feo traje color fucsia y extraños bordados en oro se mostró empeñoso y bullidor con un toreo chabacano y vulgar. A su primero lo veroniquea con el compás abierto que remata con una media con giro. Yaco II, una vez más, está impecable en un excelente puyazo que es aplaudido. El quite es por chicuelinas apretadas que arranca palmas. Toma los palos y protagoniza un espectacular tercio de banderillas en donde la teatralidad de la ejecución prima sobre la eficacia y resultado de su colocación que, dispersa, resulta  deplorable. La faena es voluntariosa pero su desinhibido afán de torearse al público la torna pueblerina, no logra acoplarse con el astado pero insiste una y otra vez logrando pases deshilvanados y una buena serie de naturales. Finaliza su faena con manoletinas y un abaniqueo que, realizado muy alejado del toro, deviene parodia. Mata de buena estocada que es suficiente. Muerto el toro se dirige a los medios para motivar los aplausos del público y, quizás, algo más. El público “no atraca” y todo queda en aplausos para el matador y pitos para el astado.

A su segundo lo veroniquea sacándolo a los medios. El burel recibe un corto puyazo en el que recarga y empuja al caballo contra las tablas. Nuevamente se crea en los tendidos la ilusión que éste toro sea mejor que los anteriores pero luego del tercio de banderillas se acaba. Con los palos se luce nuevamente el matador. con el primer par da un salto espectacular al momento de clavar; con el segundo se adorna pasando en falso dando un giro en el aire antes de clavar; cita de rodillas con el tercero y, de pie, clava al quiebro. Pone mucha voluntad en su faena que es similar a su primera con un toro más difícil porque “se cuela” y termina rajado en tablas. Mata de pinchazo y estocada baja. Pitos fuertes al toro. Pitos al torero.

César Jiménez

Frente a la teatralidad de uno de sus alternantes y la chabacanería del otro. César Jiménez lució, en bellísimo traje azul profusamente bordado en oro, como el maestro mesurado y sereno que hizo lo que debía hacer a los dos peores ejemplares del encierro. A su primero que hizo tercero (bis) luego que el original programado fuese devuelto a los corrales por chico, lo recibió con lances a la verónica sacándolo a los medios. El manso se escupe repetidamente del caballo hasta que César Caro tapándole la salida –como es indispensable en estos casos- logra meterle un puyazo. Lozano y Tachuela cumplen a medias con las banderillas. Con la muleta Jiménez ejecuta unos doblones, sacándolo a los medios, que constituyen, sin duda, uno de los mejores momentos de la lidia. El toro se para, no embiste. “Es un burro con cuernos” se escucha desde algún tendido. Los esfuerzos del matador no logran sino arrancarle muletazos sin ligazón pero con clase y temple. Todo lo hace el torero, con fina elegancia y confiada seguridad. El toro soso se cuela y Jiménez lo trastea de pitón a pitón para doblegarlo y prepararlo para la estocada. El entendido público limeño le aplaude. Pinchazo, estocada trasera y descabello terminan con el burel que es pitado estruendosamente en el arrastre mientras el matador es obligado a salir al tercio para agradecer las palmas.  

Su segundo, al que lancea bien a la verónica, toma un largo y mal ejecutado puyazo del español Luciano Briceño en el que el burel recarga creando falsa expectativa en el público que seguía esperando un mejor toro. En el tercio de banderillas se lució Denis Castillo quien, por segunda vez en lo que va de feria, fue fuertemente aplaudido. Con la muleta, con el toro totalmente venido a menos, la faena es imposible y todos los esfuerzos de matador, para sacársela. son infructuosos. Sin embargo, lo que hace el torero con ese zamarro sirve para apreciar lo mucho que ha madurado su toreo y la calidad de la que está dotado, que desgraciadamente no hemos podido apreciar a plenitud por culpa del ganado que le tocó en suerte: el peor lote de un pésimo encierro. La estocada es desprendida. El toro herido se estrella contra el burladero y cae. Lo apuntillan en la arena. Pitos al toro. Silencio al matador.