Luego de mi crónica sobre el apoteósico cerrojazo de la Feria del Señor de los Milagros 2006 (ver: TARDE INOLVIDABLE) en el que se cortaron siete orejas, se le dio vuelta al ruedo a un toro y el ganadero fue paseado a hombros junto con los diestros triunfadores, dejé de escribir en este portal. No porque hubiera quedado conmocionado por el éxtasis vivido ante tan extraordinario acontecimiento -que no fue tanto como el entusiasmo desbordado que nubló el entendimiento del aficionado que alucinó sintiéndose partícipe de un momento histórico, del cual habrían de hablar futuras generaciones- sino por razón mucho más prosaica, aunque no por ello menos importante para mí: enfermé.
El tiempo transcurrido en obligado descanso me ha permitido, aparte de disfrutar la transmisión en diferido de las corridas de la temporada grande en Ciudad México, pensar en lo que está pasando en nuestra fiesta y qué debemos hacer para evitar que quienes viven del toro sigan avanzando en esa cruzada, incentivada por el lucro, con la que pretenden hacernos creer que torear bonito es torear bien y que el toro bravo es el que acude dócilmente a la muleta sin pasar por la suerte de varas.
Nadie discute que las cosas cambian con el tiempo y los parámetros que rigen el toreo moderno son diferentes a los de la época de Pepe-Hillo pero los fundamentos esenciales de la tauromaquia son –deben ser- inalterables en el tiempo, como inalterable es que el vino sea producto de la vid, aun cuando existen quienes aseguran que se puede fabricar vino “químicamente” puro.
Cada aficionado –y quien escribe de toros con mayor razón- está en la obligación de velar por la autenticidad de la fiesta poniendo especial atención para detectar y denunciar actos, modos y costumbres que, aceptados como válidos, afectan y destruyen la esencia misma de la tauromaquia. Tal el caso del estoque simulado, que caricaturiza el duelo a muerte que sostienen hombre y bestia; el puyazo fuera del morrillo, invariablemente trasero, que ocasiona grave daño al animal; y las orejas “simbólicas” que se entregan al matador del toro indultado, lo que constituye bicéfala aberración porque se premia al torero por méritos ajenos y –esto es peor- no cumplir con el fin supremo de su profesión: matar al toro. Tres vicios, entre muchos otros enquistados en la fiesta, que a nadie parece importar, menos al joven aficionado quien, habiendo crecido viéndolos regularmente aceptados en la plaza, supone es lo adecuado. ¡Triste realidad! que hace difícil abrigar esperanza de crear conciencia colectiva para retornar a la senda correcta. Sin embargo, y con riesgo de ser calificado como tozudo y monotemático en mis escritos, insisto en mi predicamento, negándome a tirar la toalla y aceptar que la batalla está perdida.
Mientras tanto, por el peligroso camino de la aceptación popular va también “la ruleta”, que no es otra cosa que la rueda de peones que se le hace al toro herido con el indigno propósito de aumentar los efectos letales de una estocada defectuosa. Si malo es se realice ante la indiferencia del público que no la protesta, peor que llegue a extremos en los que un comentarista taurino la justifique, como ocurrió en la transmisión televisada de una corrida mexicana, el año pasado.
En el Perú, la novedad en la serie de despropósitos que corroen los cimientos de la tauromaquia, es la tesis nacida a consecuencia de los resultados de la última Feria del Señor de los Milagros, según la cual, la suerte de varas ya no es necesaria para aquilatar la bravura del toro porque esta se mide en su comportamiento durante la lidia y la forma como embiste y repite en la muleta. Quien defiende esta tesis -apoyado por sus incondicionales periodistas de siempre- es el ganadero Roberto Puga, propietario del toro Puntero el cual, sin haber sido picado, fue premiado con la vuelta al ruedo y declarado el toro más bravo de la feria, ganador del Escapulario de Plata 2006.
De cómo se le escamoteó el trofeo al verdadero triunfador de la feria: el toro Ilusión de Juan Bernardo Caicedo -lidiado por Manzanares en la segunda de abono- es tema de mi próxima nota.