El festival realizado el pasado 4 de noviembre tuvo singular importancia tanto para los protagonistas como para el público que colmó medio aforo. El atractivo principal estuvo el la anunciada presentación en Acho del niño torero  Andrés Roca rey El Andi de quien muchos habían escuchado hablar pero pocos habían tenido la oportunidad de verlo en acción. Para el niño, el presentarse en la más bella y antigua plaza de América, constituyó el sueño logrado, mientras que para el aficionado fue grata revelación, como me sucedió la primera vez que lo ví torear hace poco más de dos años, cuando el pequeñín estaba por cumplir los nueve de edad. Aquella vez, la emoción que viví la compartí con usted, amable lector, volcando mis sentimientos en el artículo que titulé Cuando el ayer y el mañana se juntan.

En esta oportunidad, El Andi, sobrenombre que él mismo escogió en memoria de un tío fallecido, es un caballerito de 11 años cumplidos que se desenvuelve como experimentado matador. El tamaño del ruedo (60 metros de diámetro) no lo amilanó y, por el contrario, con empaque y galanura, aplomo y elegancia, se desplazó por él con gran dominio de escena, como gerente por su oficina o, como dice la gente sencilla, como Pedro por su casa. ¡Vaya aires y modos toreros! Todo en él trasunta afición y tauromaquia y eso no se aprende, nace con el ser y la convicción de sentirse torero. El becerro castaño de Apóstol Santiago, seleccionado para la ocasión, era bastante grande (280 kilos) y ello contribuyó a darle importancia a su presentación en Acho. Con los pies muy fijos en la arena recibió a su oponente con extraordinarios lances a la verónica rematados con la media y un recorte. El efecto fue inmediato, impactó como un rayo en el público y en quienes estaban en el callejón. El coso se estremeció. El quite fue por navarras y fue trompicado. Rechazó con los brazos extendidos a los subalternos que corrieron a brindarle ayuda y, luego de rematar lo que venía haciendo, se alejó del becerro caminando con garbo con dirección al burladero, arrastrando el capote a una mano que llevaba en la cadera. ¡Una pintura!  Con el afán hacerlo todo él pone dos pares de banderillas que no le salen muy lucidas. Con la muleta torna a concentrar en él todas las miradas en dos tandas de derechazos de muy buena factura. Tiene este niño un don innato para ponerse en el sitio preciso para citar y hacer embestir al burel y, así, las cosas salen naturalmente bien. Por la izquierda se le cuela y torna a coger los trastos con la diestra con la que aguanta a pie firme las acometidas del animal que empieza a apretar por ese lado. Su corta estatura en relación con lo alto de la res no le permitía verle la cruz y me hizo recordar a ese pequeño gran torero llamado Miguel Marquez cuando –hace ya muchos años en Acho- pasó por situación similar frente a un enorme toro de 600 kilos. Pinchó varias veces antes de echarse “a por todas” logrando un estoconazo del que salió rebotado y golpeado. Como antes, se levantó sin mirarse y ordenando a los subalternos alejarse del animal herido, esperó verlo doblar. Con la sonrisa del triunfo reflejada en el rostro, dio la vuelta al ruedo entre el clamor de la concurrencia y recogiendo prendas que, a las acostumbrada flores y sombreros, se añadieron chocolates y caramelos sin faltar un peluche que le arrojó una de sus admiradoras y que él guardó para si como recuerdo de una tarde que –según confesó después- quedará por siempre en su memoria.

Pero el festival tenía mucho más que ofrecer: El reposado quehacer del veterano Víctor Méndes quien invitó a compartir banderillas a Fernando Roca Rey y tuvo el tierno gesto de brindarle la muerte de su novillo a su hermano menor, El Andi. Vicente barrera quien –pechó con el peor lote en la primera de abono - tuvo, esta vez, la oportunidad de reencontrarse con el público que tanto lo aprecia, brindándole ese toreo vertical que lo caracteriza. David Gil, el pundonoroso torero español triunfador permanente en festejos al interior del país, vio en el festival la oportunidad de mostrar sus calidades ante la exigente afición limeña y lograr el ser considerado en los carteles de futuras ferias. Tuvo ante si el peor novillo del encierro al que, sin embargo, logró hacerle faena y dejó muy claro que es un torero a tener en cuenta en una de las corridas de toros de la Feria del Señor de los Milagros del próximo año. Eduardo Gallo no pudo reeditar el triunfo en la corrida de su presentación pero su cartel quedó intacto. Bullidor, David Galán hizo vibrar al público que vio en él la figura rediviva de su padre, Antonio José, no sólo en gestos y modos del recordado torero sino con su valor y simpatía desbordante, que contactó rápidamente con los tendidos. Como sucediera antes con EL Loco Galán, las opiniones estuvieron divididas y mientras unos emocionados hasta las lágrimas, aplaudían las locuras del nuevo Galán, otro pensaban que hace mal tratando de imitar a su padre. Con altibajos logró hacer faena y mató ¡Cómo no! sustituyendo la muleta por un sombrero. Cobró una oreja.

Tan importante como la presentación de El Andi fue la oportunidad que se le presentó a su hermano, Fernando Roca Rey, de “sacarse el clavo” de su mediocre desempeño en la primera corrida de feria, duramente criticada por quien esto escribe. ¡Y váya si la aprovechó! Fue grato verlo nuevamente en torero fino, elegante y pausado. Veroniqueó con galanura y se lució en banderillas alternando con Victor Méndes. Con la muleta logró series de calidad por ambos pitones, con un toreo despacioso, disfrutando y gustándose. ¡Así queremos verlo siempre! Una estocada entera hace doblar al burel y se le conceden las dos orejas con las que salió a hombros de la plaza junto con su hermano menor quien, sin cortar orejas, deslumbró y llenó de justificada esperanza el corazón del aficionado limeño.