En la tarde de ayer en la Santamaría se crisparon las emociones al máximo, el protagonista: uno solo, Morante de la Puebla, bueno… en algo ayudaron los toros de Juan Bernardo. El que vistió de azabache enfureció hasta decir no más a la afición bogotana, para algunos también deleitó las pupilas aunque pareció una limosna, dos verónicas, una media y tres derechazos, pinceladas, atisbos,….suspiros.
Pero así son estos toreros tocados por la varita mágica del arte, que no se nos debe olvidar nunca que el toreo es un arte, a pesar de lo que ven repetidamente nuestros ojos se parezca más a una labor a destajo que a una creación de belleza, el fin último del toreo. Si, someter al toro, entendiendo todas sus condiciones para luego crear belleza, si esto no fuera así hace mucho que los antitaurinos se hubieran cargado la fiesta. El problema es que para los toreros artistas la fase de entender y someter al toro parece que no existiera, quieren que el toro sea lo más acorde posible para poderse crear y gustar, quizás todo esto lleve a profundas discusiones porque ¿y qué es del toreo sin someter al toro? se convertiría en una simple danza sin tener en cuenta a la pareja, es decir, el toro, entonces algo faltaría.
Pues podemos disentir y polemizar sin llegar a un acuerdo, pero lo que es claro es que estos toreros son savia para la fiesta, son como una bombona de oxígeno ante tanta vulgaridad, pero a la vez son luces o sombras, generalmente sombras, y por eso exasperan hasta el límite, a muchos les vibraron las entrañas en los tendidos bogotanos pero de gritar ¡¡fuera!!, ¡¡petardo!!, ¡¡pícaro!!, ¡¡no vuelvas nunca más!!, a Curro le gritaron en Sevilla ¡Curro, te odio! y apostilló el escritor, toda una declaración de amor. Lo que nunca habrá será indiferencia, lo peor para un artista.
Pero y cuando los astros se alinean, las musas sobrevuelan, las sombras se disipan y ¿quién sabe? hasta el puro sabe bien, y se enciende la lámpara de los milagros se puede encontrar más brillantez que en aquellos que amontonan cientos de triunfos y triunfos que no recuerda nadie, en cambio todavía se habla de la faena de Paula en aquel otoño madrileño, o de aquella media de Romero, por ahí están los videos de David Silveti, en los que para los relojes lanceando a la verónica y hace vibrar el cuerpo en unas lentas y monumentales tafalleras.
Debo confesar que como no pasaba hace rato llegaba con la ilusión acrecentada a la Santamaría por la posibilidad de presenciar y saborear toreo caro bajo la inspiración del de la Puebla, que tiene el privilegio de tener en sus muñecas y en su atribulada cabeza el don del arte, otra cosa es que a su indiscutible capacidad artística la rodeé de emperifolles accesorios y marketineros que le sobran totalmente, yo no me trago lo del corbatín y los sombreritos, lo del puro me parece sobreactuado y calcado de otro mexicano bendito, “El Pana”, que en ese sentido es mucho más original y más natural. Pensé que habría romance entre la afición capitalina, que siempre tuvo dentro de sus consentidos a toreros artistas y Morante, pero ya ustedes saben lo que pasó. Más que sombras.
Para muchos no debería ni aparecerse por El Dorado, dudo que lo vuelva a hacer, acá se llevó una cornada en su anterior actuación y ahora salió feamente abroncado, pero siempre cabrá la esperanza de encontrarse por allí con una media amorantada, como la del domingo en la capital.