El fin de semana que acaba de pasar asistimos a lo que puede ser todo un acontecimiento taurino en Colombia, quizás algunos pocos ya le conocían pero para la gran mayoría fue toda una revelación, y como sucedió en la plaza de toros de Santamaría pues asistimos al alumbramiento de una ilusión torera que consiguió alborotar el cotarro y levantó a muchos de sus asientos henchidos de emoción. Hablo de Guillermo Valencia, el novillero del que todos hablan hoy en Colombia.
Siempre el aficionado asiste a una corrida de toros esperanzado en ver algo, una verónica, un natural, una estocada, los más optimistas una faena completa o los más utópicos en ver una buena vara, pero pocas veces se espera descubrir un joya que de ser bien tallada puede llegar muy lejos.
Veníamos pues a la plaza de Santamaría a disfrutar como siempre de las novilladas del festival de verano que siempre traen consigo cosas muy, pero muy interesantes, porque generalmente los novillos embisten y los novilleros vienen con muchas ganas así estén sin todas las condiciones o con muchas cosas por aprender.
Y dentro de todo lo interesante que se vio en la Santamaría nos encontramos con una sorpresa bien grande que cautivo a la Santamaría y que en solo tres novillos se puede decir que se convirtió en ídolo de Bogotá. Reproduzco una frase salida desde la inocencia de un niño embelesado en una barrera de sol luego de vibrar a todo pulmón con una de las series del pequeño torero, “papá es que soy guillermista”, así de contundente, con la verdad y el sentimiento con que solo lo puede declarar un niño. Semejante declaración iba de niño a niño, porque debemos recordar que de quien estamos hablando es de un niño de trece años que parece de diez, por el que apostaron acertadamente al anunciarlo en el festival de verano y que de niño podrá tener su pequeña figura pero que es un torero en toda la extensión de la palabra. Porque camina como torero, mira como torero, respira como torero pero lo más importante, piensa como torero. Sorprendía verle cruzarse cuando tenía que hacerlo, como se enroscaba al toro a su cintura, como medía a los toros para luego desplegar una verónica que ya indicó lo que se vendría.
Pues con esta joyita en la mano ahora el reto es para quienes lo manejan, para todos aquellos que se pegan a las tablas a vociferar, crúzate, de uno en uno, tócalo, y a los que ahora seguramente llegaran a sus filas a prometerle el oro y el moro. Todos estos son ahora quienes tienen que atemperar sus ánimos, no dejarse marear, tener la cabeza fría y saber como llevar a este joven prospecto que repito, de llevarlo bien puede ser una gran satisfacción para la torería colombiana.
No solo será saberlo llevar porque en Colombia hay muchos casos que por afanes con los toreros terminan reventándolos por apurarlos a alternativas prematuras, también deberán saberlo formar para que todo ese conocimiento que ya posee y que demostró al pasarse los novillos por la barriga y sin inmutarse ante quizás el novillo más astifino que vimos el fin de semana no se vaya a utilizar mal y no vaya a coger los vicios que desafortunadamente terminan cogiendo todos los que mandan en esto.