El marco político y estratégico que gobierna la fiesta de los toros es exactamente igual a ese mismo marco en la política española. Sucede que por todas partes se escuchan voces de protesta, descontento, intención de deserción ya sea practicando la abstención al voto, ya retirándose el público de las plazas de toros, y en general, hartazgo y desilusión por parte de los parroquianos. Por activa y por pasiva salen voces que reivindican el olor a podredumbre de ambos mundos, por activa y por pasiva se agarran los protagonistas a una estructura que hace aguas por todos lados, menos por el de ellos; cuestión de tiempo. Oídos sordos, miradas de desprecio, ninguneo y esa gran prepotencia que nos embarga y diferencia a los españoles cuando el agua nos llega al cuello.
Las voces disconformes empiezan ya a escucharse en las bocas de esos que hasta ese preciso momento, cuando han cantado las verdades del barquero, eran considerados respetables por los corruptos profesionales, voces serias y sensatas, casi líderes de opinión en los corrillos. Habrá que ver qué piensan ahora de ellos.
Empecemos por Carlos Herrera, el periodista. Amigo de sus amigos, presuntuoso siempre de sus amistades, más aún en el mundo taurino, líder de opinión de los de verdad (nos guste o no), alguien importante en la élite intelectual, lo que hace que un montón de diestros lo admiren como si fuera la vida que deben jugarse cada tarde. Su artículo en El Semanal del fin de semana del 25 del presente despierta muchas dudas entre los más suspicaces pero viene a decir lo que ya otros muchos han dicho: esto no se mantiene y el toreo que se practica tampoco es para tanto. La suspicacia dice observar influencia de los empresarios en el artículo de Herrera. Bien podría ser, él siempre tan relacionado. No obstante, lo que dice ese hombre es una verdad como un templo: o entramos en razón en todos los sentidos, empezando por el toro, o esto ya no va más.
Vamos más allá. Hablemos de Camino. Oh, Camino, el viejo Camino, todo honor y toda gloria. Bueno, hasta lo de Fran Rivera Paquirri. A partir de ahí, cualquiera sabe lo que no se diría de él entre los bastidores de los vestíbulos. Camino, siempre polémico, valiente como hombre igual que lo fue como torero, hablaba la semana pasada en las Jornadas taurinas de Fuenlabrada del cambio que ha sufrido la fiesta: “Antes hasta nos pegábamos; ahora los toreros se dan besos y se quieren mucho”. En efecto, en el momento en que el toro no genera las sensaciones que generaba años atrás en los toreros, miedo y respeto, la tauromaquia pasa a ser un lío de amiguetes dándose besos y tocándose el culo en los patios de cuadrillas.
Quizás lo más interesante de la semana haya estado en boca del gran Francisco Ruiz Miguel que recogía el sábado 25 el homenaje que la Peña Taurina Paco Apaolaza le hacía en San Sebastián. Se observaba ya en el discurso de Ruiz Miguel una cierta melancolía de tiempos pasados y una gran molestia con los que corren ahora. Se exige menos, se gana más y la profesión no se respeta igual. Se elige el toro y se hace en beneficio del torero, nunca del público. Los toreros son amigos y no rivales y los besos y tocaditas de trasero en los patios salieron también a relucir; la rivalidad ya no existe. En consecuencia, el torero aburre, sobre todo a los jóvenes. Y les seguirá aburriendo si las cosas siguen así, por mucho que algunos se lleven a un grupo de chavales a torear a un parque. Algo que, por cierto, suena más a hedonismo que a altruismo.
Así que, lo dice Herrera, lo dice Camino, lo dice Ruiz Miguel, lo dicen los tendidos vacíos, lo decimos los medios independientes (esa denominación indica que los hay que dependen de), lo dice hasta el toro descastado, soso, facilón, el toro al que hay que ‘inventarle las faenas’ porque él de por sí, no la tiene. La pregunta es ¿cambiarán? No lo sabemos. Para averiguarlo hay que echar un vistazo al ruedo político nacional. No obstante, es casi seguro que de estar enteradas las figuras de tanto rumor, dejen de tocarse el culete antes del festejo, y será un gesto, no lo duden.
