Con el regreso de los teofilitos, como se conoce a los encierros de Teófilo Gómez, regresa la bovura a la plaza México. Pero no sólo es la bovura, también regresan los novillos engordados con muy poco morrillo, (lomitendidos les dicen para eludir la realidad), las pequeñas bolsas testiculares, sinónimos de adolescencia; caritas largas, lo que en el argot se conoce como cariavacadas.
En fin, que se aglutina todo para que se lleve a cabo algo que sea lo más parecido a una corrida de toros, una falacia lo más pegada a la realidad, sin toro y sin bravura, en la que toda la tauromafia mexicana participa, llámese empresas, jueces, toreros, ganaderos, en las que no puede faltar la prensa que, con apologías y lisonjas, se encarga de poner la cereza en el pastel, dando un toquecito de autenticidad.
El español Enrique Ponce es uno de los principales protagonistas de estos simulacros, la empresa de la plaza México lo complace absolutamente en todo, desde comprarle toritos aborregados hasta ordenar a los torileros que echen al ruedo animales que no han sido sorteados.
El Cartelito de la 13a.
Sólo hay que recordar aquel 5 de febrero, creo que 2004, en que se lidiaban 4 reses de Reyes Huerta y 4 de otra ganadería, aquella vez había cinco reservas, uno de ellos del hierro de Julio Delgado que ni siquiera se había entorilado. Arriba de la puerta de toriles se colocó el pizarrón en el que se anunciaba la dehesa de Reyes Huerta; sin embargo, salió un castañito de Julio Delgado, cuando todos los que estuvimos en el enchiqueramiento habíamos visto que los 8 de lidia ordinaria eran negros de pinta.
Ninguno de los que estuvieron en el callejón aquel aniversario dijeron alguna palabra de reclamo, todos sumisos se taparon y callaron. Ni el ganadero Pepe Huerta, ni el apoderado José Manuel Espinosa que manejaba a los dos alternantes mexicanos: El Zotoluco y Chema Luévano. Al Juli, el cuarto alternante, no le importó y prefirió dejar que se hicieran bolas. Siempre se dijo que los torileros se habían equivocado, ellos sólo obedecieron órdenes del empresario.
Aquella cochinada de Ponce y la empresa dan una clara idea de lo que es la fiesta en la plaza México, coso en la que no se cumple ningún reglamento, sólo se aplican órdenes del empresario.
La última actuación de Enrique Ponce había sido el 28 de octubre de 2012, día que la gente le armó una fuerte bronca porque regaló un novillito sin trapío. Pues ese Enrique Ponce reapareció en la plaza México en la corrida número 13 del serial. Con todo su cinismo en la espuerta llegó a este país. Algunos de la prensa empezaron con los loas al diestro español, abriéndole camino.
La primera condición de Ponce fue un encierro de teofilitos, porque la bovura, la mansedumbre, el descaste, son indispensables para las figuras extranjeras.
Ya en el ruedo al maestro valenciano le tocaron los dos más chicos, primero un castañito descastado y en segundo lugar un negro protestado por su poca presencia.
Surgió el Ponce domesticador, no el torero que se impone a la bravura; sino el Ponce que logra pases domesticando y como al público de La México se cree lo de “público sensible” y todo aplaude, pues aplaudió los muletazos del español. Como son “sensibles” no les interesa el tipo de toro que se lidia, ni que la embestida sea sin transmisión de peligro, les gustan los buenos muletazos aunque éstos fueran con una carretilla.
Total a ese torito con el prácticamente que no se ejecutó la suerte de varas, que fue un dechado de mansedumbre y al que el juez le concedió absurdamente arrastre lento, Enrique Ponce realizó una faena de las suyas, porque con los ejemplares de Teófilo Gómez se da el toreo de mucho ruido y pocas nueces.
Regresan las figuras y con ellas el regreso de los bobos.