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Lázaro Echegaray  
  España [ 17/04/2015 ]  
BREVE HISTORIA SOCIAL DEL TOREO
Cuenta la historia taurina que hubo un momento en que los gañanes que ayudaban a los caballeros en la lidia del toro empezaron a tener cierto protagonismo en el espectáculo. Fue el inicio del toreo a pie. Existieron diferentes motivos para que esto sucediera pero todos vienen a resumirse en uno: la intención de movilidad social y progreso que impera habitualmente en el espíritu humano. Aquellos gañanes que ayudaban en la lidia tenían capacidad y profesionalización, acompañaban a los caballeros por las diferentes plazas mayores de pueblos y ciudades, ponían al toro en suerte, lo llevaban o traían en función de la instrucción que recibieran en cada momento. Eran perfectamente conscientes de que lo que su jefe hacía montado en un caballo ellos podían hacerlo desde el suelo, ataviados solo con una trapo. Ansiaban poder demostrar su valía y esa nueva forma de torear que es más que probable que hubiera sido realizada en el campo antes que en la plaza. Fuera como fuera, había una nueva visión del toreo y gente que tenía capacidad para llevarla a cabo. La idea fue tomando forma y el toreo ya nunca volvió a ser igual. La tauromaquia pasó de ser un arte de caballeros a ser el arte del pueblo. 

Es este un punto de inflexión fundamental en la evolución del arte taurino. Pero también lo es en lo referente al desarrollo social. Echar la vista atrás en lo que tiene que ver con el trato con el toro en la península es entrar de lleno en la historia de la jerarquía de clases. La figura del caballero que mata toros desde su montura y que se ayuda de un número de gañanes, tiene reminiscencias en la noche de los tiempos. El problema es que no tenemos materiales documentales que nos hablen de cómo se hacían las cosas en esa noche profunda que se pierde en las brumas de la historia. Lo que sí tenemos es el método de investigación histórica  social  y el conocimiento de todas esas teorías que abundan en el concepto del progreso social y la forma en la que se distribuía el poder en  las sociedades arcaicas. Sociedades en las que el mandato pertenecía a aquellos que tenían la capacidad de llevar a cabo proezas, en la lucha y en la caza, seres considerados especiales en su entorno  y que se publicitaban a sí mismos mediante la exhibición de vestimentas, trofeos y ornamentos. El trato con el toro era una actividad cinegética y de representación social antes que un espectáculo. 

El toreo experimentó un cambio fundamental con la llegada de un nuevo régimen que significó la ruptura con la edad media, el desarrollo del comercio, la aparición de la temprana burguesía, el cambio social y económico. Llegados a este momento, el toreo salió de los lugares de culto y recogimiento para expandirse hasta el espacio público, las plazas  de pueblos y ciudades y entrar en el circuito de los espectáculos. Fue entonces el pueblo el que se apoderó del toreo; no de su observación, sino de su práctica. También fue ese el momento en que los caballeros abandonaron, se encerraron en sus tierras y decidieron dedicarse a la cría. Eso sí, con una misión concreta en la actividad: la de transferir a sus reses las mismas virtudes que sustentaron su posición social: fuerza, acometimiento, peligro, capacidad de lucha, resistencia.

Una vez que el pueblo se hizo cargo del toreo, la historia nos enseña la circunstancia de ese ser humilde, desposeído de casi todo pero valiente y diestro, capaz de cambiar el curso de su vida por el procedimiento de jugársela cada tarde. En la medida en que la característica histórica era la rudeza y dificultad, el toreo siguió teniendo esta imagen. De la misma manera, la evolución hacia el estado de bienestar no podía dejar de tener también influencias en la perspectiva de los matadores de toros. Se produce entonces un nuevo cambio social que influye en la propia percepción que el torero tiene sobre sí mismo. Se rompe ahora el concepto de la humildad y vuelve a aparecer el del endiosamiento de quienes se considera seres superiores. Curiosamente este cambio se apoya en una paradoja: el toreo se percibe como aquel ser superior que reinaba en sociedades arcaicas a la vez que se despoja de todas las circunstancias que colocaban a aquel en semejante situación: valor, coraje, espíritu de aventura y una inteligencia para el desarrollo de la actividad que, si en otro tiempo estaba preparada para reaccionar ante la espontaneidad de los acontecimientos, hoy lo está para regocijarse en la constante mecánica de los mismos. 
 
   
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