El irrepetible Diego Ventura es capaz de emocionarnos hasta los que desconocemos las destrezas y bellezas del mundo del rejoneo. Y ahí radica su éxito más grande, conmocionar a todo el mundo. No es casualidad su éxito, más bien, un acto de justicia ante todo lo que este caballero en plaza es capaz de hacer frente a sus enemigos.
Diego Ventura templando la embestida del toro con 'Sueño'
Es difícil transcribir con palabras la grandeza de su arte, su destreza admirable con la que convence a todo el mundo; no importa que sea Madrid, una plaza que se le ha rendido en múltiples ocasiones y, en el día de ayer no podía ser una excepción. Pese al fallo con el rejón de muerte en su primero, desilusión empañada en lágrimas del propio caballero, el fallo no pudo emborronar una magnífica labor difícilmente igualable.
La apoteosis le llegaría en su segundo enemigo que en esta ocasión sí acertó con el rejón de muerte para lograr las dos orejas de su oponente. Su primera labor resultó bellísima, incluso yo diría que mucho más que la que le premiaron con el rotundo triunfo de las dos orejas; como fuere, el caballero en plaza llamado Diego Ventura, una vez más, supo arrebatar a la primera plaza del mundo, algo increíble por bello y mágico.
Que el triunvirato de alternantes, en este caso caballeros rejoneadores, al final del festejo, acabaran saliendo los tres por la puerta grande, no se puede pedir más. Digamos que Ventura logró la apoteosis, pero Sergio Galán y Leonardo Hernández, con torería infinita a caballo, todos juntos lograron lo que se podría calificar como milagro, que todos abandonaran la plaza a hombros y, de tal modo, atravesar el umbral de la puerta grande, la que sueñan todos los toreros del mundo.
Tardes como la de ayer son las que convencen, las que emocionan, las que conquistan a los públicos y las que forman a nuevos aficionados, en este caso, para el toreo encuestre; pero nada importa cuando llega el éxito, algo que disfrutamos todos.