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Lázaro Echegaray  
  España [ 29/05/2015 ]  
CAMBIAN LOS PÚBLICOS
Hubo polémica en Madrid con la oreja de Manzanares. No quedó en los tendidos sino que se expandió a la prensa, a la digital diaria y también a la semanal que ha salido hoy mismo. Madrid ha cambiado de público, en eso están todos de acuerdo. Ahora lo que queda es determinar si ese cambio es positivo o negativo. Algunos cronistas del día a día consideran que el toreo es social y que la sociedad es algo que está en constante movimiento. Hasta ahí todos de acuerdo. Otra cosa es afirmar que ese cambio se ha producido sin que nadie se hubiera dado cuenta. Debe ser que no nos leen. Pero esto se veía ya desde que se escaparon los abonados y el reto de conseguir un pase de temporada quedó a la altura del de tomarse una fresquita en Los Timbales: cuestión de pedirla. 

En la prensa semanal taurina sale hoy el tema a colación. Y ahí si surge el planteamiento de si este cambio es bueno o malo. Con un añadido, el que firmaba empezaba por hablar del triunfalismo, de la exigencia de los trofeos en la plaza más importante del mundo y de si los postulados de la vieja afición deben ser los que sigan imperando o si hay que dar nueva savia a esto del toreo, más o menos. Lo de la nueva savia es algo que hay que tratar con mucho cuidado. Cualquier cambio en el toreo actual es algo que hay que pasar por la lente del microscopio porque cambiado el toro -y de qué forma- todo puede empezar a resbalar por el tobogán de la súper mediocridad. Así, puede existir la tendencia de pensar que criticar la facilidad de otorgar orejas es como comparar subirte en la feria en los coches de choque o en el Dragón Can. La típica es la primera pero la que entretiene y emociona es la segunda. Los trofeos exigentes significan aburrimiento. Los facilones diversión. 

Seamos francos. El nuevo público que llega a Las Ventas es ese tipo de público que desde hace años se veía en las ferias de segunda: gente que acude a la plaza como acto social, que del toreo conoce poco, que se preocupa de las galas que visten y de dejarse ver antes que de saber de quién es el toro que se lidia. Es decir, el público que hace que las plazas de segunda sean campo abonado para que el que más o el que menos se vaya a la furgoneta con una sonrisa en la chequera. Es público al que antes llamábamos ‘ocasional’ y que parece, gracias al cambio social, que hoy ya es habitual. Han llegado a ocupar las gradas de responsabilidad y da la impresión de que hay mucha gente que se alegra de eso. Se alegran los diestros que saben hoy que sus trofeos van a tener menos fundamento porque se van a medir con otros criterios. Se alegran los ganaderos que saben que sus toros no van a ser analizados. Se alegra la crítica zampona consciente de que el viento que hincha las velas de sus patrocinadores es el mismo que hincha las tarifas a sus clientes. Y en todo esto alguien se duele: el aficionado que observa como este espectáculo decae y decae y decae. 
El público ocasional, como cualquier otro público, tiene derecho a ir donde quiera, las veces que quiera. Pero ojo, no lo ensalcemos, no le demos carta de naturaleza, no le convirtamos en soporte de nada. Sí, les va a facilitar la vida, va a lograr que lo que antes era un trago, de los pocos que ya quedaban, como era pasar por Madrid, hoy se convierta en la misma tarea anodina que presentarse en cualquier otra de las múltiples plazas de provincia del país. 

Queda ahora plantearse de verdad cuál es la situación actual del toreo, cuando los que más torean y más salen en los medios ya han dejado claro el tipo de toro que imponen, cuando además han dado aviso a empresarios sobre lo que son capaces de hacer con sus plazas. Ahormado el toro y dominada la empresa, ya sólo queda convertir al público también en colaborador ¿Cuántas veces no hemos oído a un diestro decir eso de que el público da más miedo que el toro? Al toro ya le restaron buena parte de su miedo. Ahora toca el público. Y este espectáculo, que se caracterizaba por la épica y por la comprensión de esa misma épica, se termina de convertir en una pasarela de modelos, con repercusión en la prensa de papel charol y con un montón de alocados pidiendo orejas al alimón. 
 
   
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