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Pla Ventura  
  España [ 30/06/2015 ]  
¿DIVERSIÓN O EMOCIÓN?

Esta es la gran pregunta que solemos hacernos y, para mayor desdicha, no encontramos respuesta. ¿Qué preferimos cuando acudimos a los toros, divertirnos o emocionarnos? Recordemos que, lo que se divertir, tenemos miles de sitios para ello puesto que, los toros, como espectáculo, deberíamos de entender que se trata de una fiesta tan bella que, la misma, como primera función, no debe ser otra que emocionarnos.

Cambiaron los tiempos y sin que el gran público se diera cuenta, los organizadores de la fiesta taurina se percataran de la ignorancia de la gente que pasa por taquilla y, de repente, les suelen dar gato por liebre y, lo que es más grave, hasta lo aceptan. ¿Qué son si no, esas corridas en provincias? Alicante, sin ir más lejos, nos ha dado la pauta de todo lo que digo.


La tauromaquia verdadera de Roberto Domínguez en su época dorada

El bondadoso público alicantino, como el de cualquier otra plaza, ha disfrutado con el medio toro, por tanto, con esas faenas sin emoción, carentes de todo contenido y, como pudimos ver, hasta la gente aplaudió a Morante cuando regaba la plaza con la manguera; claro que, esos aplausos para dicho artista deberían de haber llegado tras haber matado un toro de verdad y, como él solo sabe hacerlo, creando arte a raudales.

Echamos la vista atrás y, si tiramos de hemeroteca se nos ponen los pelos de punta cuando comparamos algo de lo que ha sucedido apenas hace treinta años en que, toreros de lujo de aquellos años, Roberto Domínguez, Julio Robles, Dámaso González, Víctor Méndes, César Rincón, José María Manzanares… entre otros muchos, a lo largo de la temporada tenían gestos por doquier; hechos relevantes que venían dados por sentirse espoleados por la crítica.

Todos los toreros que he citado, sin distinción a lo largo de la temporada, sus grandes triunfos venían dados con el TORO con mayúscula. ¿Puede alguien creer que en una feria de julio aquellos años, en Valencia, Manzanares le cortara un rabo de un toro de Cuadri? Vamos, que si llegara a leer esta noticia el Manzanares actual le dada un espasmo al pensar en lo que su padre fue capaz de hacer; y era un torero de poquito valor, nada es más cierto. ¿Y Roberto con los Miura en Pamplona? Una épica que todavía se recuerda la que formó el diestro paisano de Zorrilla. Pero no nos alarmemos, así eran todos; es decir, de tal modo se comportaban.

¿Qué ocurría en aquellos eventos? Muy sencillo. La gente se emocionaba con dichas corridas tan de verdad, puras hasta lo inimaginable y, como queda dicho, faenas llevadas a cabo por toreros netamente artistas. He puesto los ejemplos dichos para que comprenda todo el mundo que, el toreo, mientras exista emoción y la gente se le pare el corazón del éxtasis que pueda sentir dentro de una plaza de toros, el esfuerzo económico que han llegado hacer, habrá merecido la pena.

Analicemos, repasemos y muy pronto comprenderemos que ahora priva la comodidad, el medio torito del que no hace falta ni la suerte de picar y, como dato más relevante no es otro que los animalitos que se lidian no dan ni una sola cornada. Ante lo dicho, puede haber mucha diversión, pero con semejante panorama no se emociona ni el más tonto del lugar. Nadie pide cornadas, pero sí todos deberíamos de exigir emoción; es cierto que, cuando el toro emociona es porque, entre otras cosas, puede dar cornadas, nada es más verdadero.

Las cornadas se las llevan los novilleros, los subalternos y, respecto a los matadores de toros, todos los que no son figuras que, paradójicamente, suelen matar el toro que emociona. Olvidemos para siempre la parodia; repudiemos a esos señoritos que se jactan de hacer el toreo cuando lo que hacen, se parece a todo menos a la verdad de la fiesta.

Aplaudamos, entre algunos toreros muy válidos a ese Diego Urdiales, epicentro de la auténtica verdad del toreo, por su pureza, su autenticidad y, sin duda alguna, porque con los toros que suele lidiar, además de admirar su arte, sentimos el riesgo de la cornada. Esa es la fiesta.

 
   
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