Se cumplen por estas fechas los primeros diez años sin la presencia física del que fuera el maestro de la crítica taurina por antonomasia. Se llamaba Alfonso Navalón y, como quiera que fuera Grande por parte de su señora madre, así ejerció durante toda su vida como crítico taurino. Desdichadamente para nosotros, ya no quedan críticos de aquel nivel; auténticos personajes en la fiesta de los toros que, muchas veces, por su verdad, caso de Navalón, hasta eclipsaban a los toreros.
Alfonso Navalón, como el mundo sabe, llegó a ser odiado y amado, todo a la vez y, sin duda, en idéntica proporción. Pero esa vicisitud es la que le hizo grande entre los aficionados y, sin duda, ante los propios toreros que, en tono bajito, cuando una crónica las favorecía o simplemente les gustaba, hasta la enmarcaban para la eternidad.
El genio de la crítica taurina al que conocimos como Navalón
Lo que Navalón logró es inalcanzable, sencillamente porque como todo en la vida, para llegar a su cima, para eso hay que nacer con esa estrella que muy pocos tenemos; digamos que no la tiene nadie. Cualquiera escribimos de toros, nada es más cierto; y muchos, hasta lo hacen de forma perfecta; pero aquel ángel de Navalón era patrimonio exclusivo de su persona puesto que, tantos años después, nadie ha podido igualarle.
Navalón salió, incluso, por la puerta grande de Madrid en volandas de los aficionados que le aclamaban como un auténtico ídolo. Paradojas de la vida, lo que un crítico logró, muchos de los diestros que se pasean por las ferias de España, jamás lo han logrado.
Amado, odiado, admirado...sencillamente, Navalón
Informaciones, Diario Pueblo, Diario-16, sus tribunas en su época gloriosa sabían de su grandeza; pero más que nadie en el mundo. Jamás un crítico de toros logró, por sí mismo, agotar una edición de un periódico por aquello de que los aficionados compraban el diario respectivo para devorar la crítica de Navalón. Incluso, hasta tuvo tiempo de llegar a conocer el medio de Internet –Tribuna de Salamanca-y, en el mismo, hasta llegó a situarse en un lugar de preferencia.
Alfonso Navalón triunfó en la crítica taurina como nadie en el mundo lo había logrado; más tarde, como digo, gracias a Internet, pudimos saber del gran literato que anidaba dentro de su ser. En el medio referido, en sus archivos eternos, ahí han quedado cientos de artículos al margen de los toros que certificaban, por sí mismos, la grandeza literaria a la que aludo; nunca se quiso prodigar al respecto, yo diría que hasta lo llevaba en secreto. Ya ven que, hablaban siempre de su arrogancia y, lo que mejor hacía, narrar al margen de los toros, hasta sentía vergüenza por decirlo y, lo que es mejor, contarlo.
Dos lustros después de su óbito, gracias a Internet, como hemos podido saber, se le recuerda con cariño, con admiración, con respeto, con vehemencia incluso puesto que, como sabemos, murió Navalón, pero ha quedado su obra inmortal, la que leerán los nuevos aficionados para comprender que, en la crítica taurina hubo un hombre capaz de brillar con más intensidad que el astro Rey.
Guardo sus misivas como oro en paño; Navalón era muy dado a la correspondencia escrita, un valor que le hacía diferente a tanta gente; hablábamos muy seguido por teléfono pero, como digo, si de herencia hablamos, sus cartas viven dentro de mi corazón y, lo que es mejor, reposan en el anaquel de mi biblioteca. ¡Gracias, Alfonso! Sencillamente se nos adelantaste, pero allí iremos todos. Hasta siempre.