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Ver toros implica mucho más que sentarse en los graderíos de una plaza cualquiera, aplaudir al torero cuando triunfa, pitarlo si las cosas van mal y salir, más o menos contento; según hayan corrido las cosas en la tarde.
Ver toros implica un sin fin de cosas que tienen que acompañarnos, a lo largo de toda una tarde de toros.
La cosa no es tan simple como decepcionarse de un torero en una tarde dada, porque no triunfó y reclamarlo agriamente en los medios sociales. Y es que, cuando cuestionamos a esa persona sobre las características del toro, las cualidades, los defectos… ¡recibimos la callada por respuesta!.
Fue entonces, cuando comprendimos que una gran parte de los asistentes a las plazas de toros no sabe VER TOROS, van a pasarla bien, con la esperanza de que el torero de su preferencia triunfe para salir, como unas castañuelas y llenar su Facebook con loas sin fin hacia el triunfante torero de sus sueños. O lo contrario, si el torero no triunfa.
Pero, ese triunfo sonoro, sólo puede darse de tocarle en suerte un toro excepcional que le permita transmitir su toreo, gozarse y hacer gozar con su faena y, lamentablemente, cada vez son menos, los toros que salen a brindar a sus matadores, triunfos en bandeja de plata.
Ver toros es: fijarse en el comportamiento del toro desde que salta por toriles y pone píe en el ruedo, ver cómo toma los capotazos, cómo se comporta en el caballo, que complicaciones o facilidades da a los banderilleros y luego ya, meditar en cada muletazo para apreciar si el torero está dándole al toro la distancia, la altura, la profundidad, la cadencia que requiere, para abandonarse en la muleta.
Hay toros (los menos) noblotes, repetidores, de cien pases; que no se cansan de humillar, que siguen con fijeza los trapos, que acarician la arena con sus bocas y mantienen esa noble embestida a lo largo de toda la lidia, esos son los toros que permiten triunfar a cualquiera que tenga la hombría, de ponerse un traje de luces.
Hay también toros que tienen la casta muy escondida, guardada dentro de si mismos y ahí, es cuando una faena tiene enjundia; cuando el torero se olvida de si mismo, (del triunfo o del fracaso) y dedica el tiempo que sea necesario, a sacar lo que el toro guarda como un tesoro escondido dentro.
Esas faenas, aparentemente sosas, en las que el torero de inicio, no exige al toro; lo mima, lo va llevando poco a poco, lo va sometiendo lentamente hasta que la casta y la bravura estallan; como un volcán en erupción y es entonces, cuando lo tiene entregado cuando, comienza a hacer su toreo, a exigir y mandar, a templar y a repetir un muletazo tras otro, una serie tras otra.
Cuando ese milagro ocurre, desgraciadamente suele ser, pasada la mitad de la faena y por eso, los triunfos logrados tras esa lucha del tesón, la inteligencia y la técnica; suelen ser cortos, casi efímeros y solo los notarán quienes estén en la plaza o vean la corrida televisada, ¡que sepan ver toros!.
Porque, para ver toros hay primero y ante todo que aprender a ver, “al toro”. Cualquier torero, con un toro de cien pases, puede hacer faena. Pero, son pocos los toreros que tienen la paciencia, conocimientos y la tenacidad de pelear hasta el final con toros, (aparentemente nulos para la lidia) y sacarles faena.
Un resbalón lo tiene cualquiera en esta vida. De hecho no creemos que exista un solo ser humano que pueda decir que no se ha equivocado nunca.
A nuestro criterio, respetando como siempre el de los demás, el mítico presidente de la plaza de Bilbao, “Don Matías”, el día 27 de Agosto, ¡se olvidó DE VER toros!.
Julián López “El Juli” tiene seguidores apasionados y detractores descarnados; nosotros creemos estar en un punto medio, no somos apasionados de su toreo pero, tampoco negamos que es un torero con reminiscencias de novillero; con esto queremos decir que, siempre presenta pelea, que no se conforma sin luchar, que lucha hasta el último segundo por sacar partido de lo que le ha tocado en suerte y ese día, particularmente lo logró.
La faena meditada, estructurada, sapientísima que hizo a su toro (el de la discordia) fue evidente para todo aquel que, quisiera ver toros. Juli fue escarbando con “paciencia de artesano” que diría una canción de Arjona; hasta que encontró la casta escondidísima del toro y cuando lo hizo; lo mandó, obligó y exprimió hasta el último muletazo.
¿Qué la estocada puede no haber sido perfecta? ¡sea!, pero con estocadas menos eficaces y probablemente, de peor colocación se han dado orejas en Bilbao.
Negarle a Julián una puerta grande ganada a pulso, nos llevó a pensar que quizás don Matías, siempre tan certero en sus juicios, ¡NO VIO la faena!.
Solo así se comprendería una doble injusticia como la cometida, porque si el no consideraba que merecía la segunda oreja, estaba en su derecho; pero no podía negarle al público el derecho a pedirla.
Son actos como esos los que, nos guste o no, alejan a los aficionados “tibios” o a aquellos aficionados de reciente acuño que, con conocimientos mayores o menores pero, con el derecho que les da el haber pagado su boleto; piden un trofeo para su torero o en su defecto, para la faena que acaban de ver con el alma y sentir con la mente.
En nuestro caso, de haber estado en Bilbao; hubiésemos pedido la segunda oreja por el mérito escondido de una faena que, a nuestro entender había que ver, sabiendo VER TOROS.
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