La conversación entre Manolo Escribano y Rafaelillo en el patio de cuadrillas de la plaza de las Ventas en el día de ayer resultó de lo más sabrosa. Era tanta la incredulidad de los diestros aludidos, especialistas en corridas duras que, ver a Sebastián Castella en dicho cartel sorprendió a propios y extraños, de ahí nace la conversación que citamos a continuación.
Escribano le dice a Rafaelillo:
-Oye, Rafa, ¿ese que tenemos a nuestro lado es el mismísimo Castella, ese que torea en todas las ferias en plan de figura del toreo?
Mientras que Rafaelillo responde:
-Aunque nos parezca muy raro y no le conozcamos de nada, yo juraría que es él. Sí, Manolo, es él, matiza Rafa.
Así de bien toreó Castella, decir lo contrario sería faltar a la verdad
Ciertamente, era Sebastián Castella que quiso apuntarse a una corrida digna, cuando menos auténtica; daba la impresión de que el diestro francés quería purgar algún pecado por aquello de apuntarse a dicha corrida. Nadie lo entendió y, lo que es peor, en el pecado llevó su penitencia.
La corrida de Adolfo Martín defraudó por completo, salvo el segundo toro de Rafaelillo que puso a prueba al diestro de Murcia, lo demás, mejor no recordarlo. Claro que, todo son puntos de vista; los dos toros de Castella fueron noblotes, su segundo, rayando la tontuna y, como el mismo diestro confesara, pocas veces ha toreado tan despacio. Claro que, tenía un problema que no veía; todo el mundo interpretaba que sus toros eran los borricos de Juan Pedro por aquello de la dulzura que derramaban y, nadie le hizo caso. Eso sí, lo que se dice torear, lo hizo a las mil maravillas, pero aquel cuento no se lo creyó nadie.
En los demás toros no había opción de triunfo, especialmente en el lote de Escribano; el chico lo intentó hasta lo imposible pero aquello no tenía por donde meterle mano; y no es que fueran alimañas propiamente dicho; fueron gazapones, atontados y sin la menor pizca de gracia; como digo, imposible.
Rafaelillo jugándose las femorales con un toro de antes
Claro que, el único toro que tenía auténtica sensación de peligro; incluso asustaba en la foto, era el segundo de Rafaelillo, un toro de antes para un torero de ahora. ¿Resultado? La épica en toda regla de don Rafael Rubio jugándose la vida como nadie lo haría, sabedor de que un muletazo ya era un éxito, pero allí estuvo ese hombre bravo y cabal dispuesto a dar su vida por la causa si ello hubiera sido preciso. Cuando un torero es capaz de asustar hasta el propio miedo, tenemos que descubrirnos ante dicho diestro, lo que hizo Rafaelillo con tremenda gallardía, como hacen los héroes en la función de su batalla.
Le pidieron la oreja; la faena no merecía dicho premio, pero sí esa vuelta al ruedo clamorosa como pocas. Triunfó la verdad de Rafaelillo jugándose la vida y Madrid se lo premió como a nadie. Por cierto, ¿discrepó alguien en dicha corrida? ¡Nadie! y eso que la corrida no fue buena, pero con ese toro que lidió Rafaelillo, solo por eso, ya mereció la pena todo. Convengamos que el toreo de Rafaelillo no es apto para cardíacos, la prueba es que ayer en Madrid todo los corazones bombeaban a velocidad de vértigo.