¡Vivimos en un mundo de locos!. Suena drástico pero es la triste realidad.
El hombre es un ente, esencialmente social. En principio las “sociedades” se fueron conformando por apoyarse unos a otros contra los animales peligrosos que cohabitaban con ellos, y de otras tribus con las que combatían por comida, mujeres, etc.
De esos grupos fueron formándose pequeños poblados, más tarde; el grupo dominante fue tomando preeminencia y por tanto poder, de manera que se conformaron distintos estados, ducados, marquesados y en algún momento; monarquías, dando así, paso a la época medioeval.
De esa época nace el renacimiento que fue, el tiempo dorado de la humanidad, época de inquietudes científicas que, quizá nacieron en reinos de muchos milenios antes, a los que, distintas circunstancias fueron borrando de la superficie de la tierra.
De esa manera y de forma gradual el ser humano fue perdiendo el contacto con la naturaleza, con el campo y al hacerlo, perdió también el norte de la realidad. El campesino sabe leer las señales de vientos, lluvias o sequías por tradiciones de milenios.
Hoy, las ciudades están saturadas de seres humanos siempre apresurados, existiendo al límite de sus fuerzas con jornadas laborales de gran peso horario y psicológico; únicamente por lograr más cosas materiales con las que llenar sus vidas.
Muchos no tienen tiempo para tener una familia y si la tienen, para cuidarla y amarla apropiadamente. El AMOR con letras mayúsculas de antaño hoy, en muchos casos no es más que necesidad física y en algunos casos, hasta monetaria.
El hombre se ha convertido en un coleccionista de riquezas, frío, vacío, sin contenido interior.
Hemos llegado al lamentable estado de no valorar la vida humana. A diario vemos en la prensa, en la televisión, en Internet; las barbaridades que este ser, supuestamente humano; es capaz de hacer contra sus congéneres pero; desgraciadamente en ninguno de esos medios podemos leer la cantidad de criaturas inocentes y absolutamente indefenso que son los niños concebidos y de cuya vida, se sienten dueñas las irresponsables que, con todas las fórmulas de cuidado preventivo, los engendran para luego asesinarlos a mansalva.
Vemos, también cómo estos seres que, han visto leche solo en botellas o cartones, carne en bandeja y huevos debidamente embalados. Que ni saben ni les importa saber cómo esa carne, leche o huevos son creados y se dan el lujo de llamarse a sí mismos; “defensores de los animales”.
Y se comprendería la pasión que ponen si defendieran a los animales únicos y en peligro de extinción que, lamentablemente; cada día son más. Pero, no hemos sabido que traten de defender al tigre de Bengala, por solo poner un ejemplo.
Al llamar “pasión” les estamos haciendo un favor. Son “asalariados” de potencias extranjeras que los utilizan como medio para destruir las tradiciones, las individualidades que tiene cada país y lograr una humanidad autómata, a la que puedan manejar a su placer y para sus metas.
Por ahora la han tomado contra la Fiesta Brava, ¡quién lo diría!, lo lógico sería que protestaran por los abortos, por los niños abandonados, los ancianos solitarios, por tantas y tantas muertes absurdas.
Y para atacar a lo taurino, llegan al extremo de despojarse de su propia humanidad para atacar a quién ya no puede defenderse, jurar brutalidades contra seres humanos que ya no pertenecen al mundo y su salvajismo no para con los toreros, lo extienden a sus dolidas familias.
Potencias ajenas a la cultura y la tradición taurina, son los que financian estas fieras que, con “orgullo” reconocen haber apoyado a sus compañeras para abortar.
Las repercusiones que frenarla trae son desempleo para cientos de personas humildes que se ganan el pan de cada día alrededor del toro, de ese mundo. Causan reducción de impuestos que cobran las municipalidades por el espectáculo en sí mismo y por los turistas que llegan a copar hoteles, restaurantes, comercios de los distintos lugares donde se presentan festejos taurinos.
Y lo más grave, atentan contra la libertad, si bien es cierto de una minoría pero, aunque fuéramos 20, nuestros derechos son los mismos que los de ellos.
¿No les gusta la Fiesta?, ¡perfecto!. Escuchen música, paseen, lean un buen libro y déjenos en paz.
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