Cuando comprobamos que se archivara la causa en la que los jueces de España no ven delito alguno cuando se lanzaron los más graves epítetos contra el difunto Víctor Barrio y, más tarde, contra el niño llamado Adrián, a partir de ese momento solo nos queda rezar y, como diría un católico, que Dios no coja confesados.

Es triste, muchísimo, que el colectivo taurino seamos el punto de mira de tantos mal nacidos por aquello de recibir insultos, agresiones de todo tipo, vejaciones al más alto nivel y que nadie nos defienda, la tristeza no puede ser mayor. Está claro que, ante la misma justicia, debemos ser unos apestosos de mierda para que nadie nos defienda ni vele por nuestra integridad.

El Pana, uno de los diestros que ha entregado su alma a Dios por el arte

Como siempre dije, en los tiempos que vivimos, cualquiera, el primero que pase por la calle, de repente se declara maricón y antitaurino y todo son plácemes para el tipo en cuestión. Las pruebas, desdichadamente, así nos lo hacen saber. Y es muy cierto lo que digo porque con los “avales” que termino de citar, cualquiera hasta puede ser el dirigente de un partido político en su feudo natural; habría que pensarlo mucho puesto que, decantándonos hacia los derroteros citados, todo serían ganancias.

Pero no, los aficionados a los toros seguimos empecinados en ser normales; es decir, personas sensatas, sin meternos con nadie, respetando a todo el mundo, siendo solidarios para con los demás y, pese a todo, apestamos que da gusto. La prueba de lo que digo no es otra que el trato que recibimos desde los más grandes púlpitos, hasta lo que la justicia piensa de nosotros. Nada bueno debe de pensar cuando, como antes decía, ni siquiera se condenan los atentados a los que somos sometidos; muere un hombre por haberse jugado la vida previamente y, los criminales de turno se mofan con su memoria; es más, le desean la muerte a todos los toreros; como se la desean a un niño inocente que, su máxima ilusión, además de curarse del cáncer no es otra que ser torero.

Lo más sangrante de nuestra democracia no es otra cosa que la impunidad con la que quedan muchos delitos; es decir, se puede robar una gallina para comer y vas directamente a la cárcel; al mismo tiempo, puedes insultar, vejar, aniquilar, incluso agredir a cualquier taurino que no pasa nada, absolutamente nada. Y con semejantes argumentos pretendemos sostener una democracia. De que es un milagro lo que sucede que no lo dude nadie. Que la gentes sensatas de este país no hayan reaccionado para aniquilar a tantos miserables como pasean por las calles, como digo, todo eso tiene tintes de milagro, no puede ser de otro modo.

En otros muchos países, “pese” a la democracia, hay orden y concierto y que la hace la paga. Aquí se juzga y se pena lo que otros entienden como delito, sin duda, nada que atente contra la fiesta de los toros y sus aficionados y protagonistas, nada es punible de delito. Pese a todo, tengo una solución para erradicar todos los males de la fiesta; pero si está clarísimo, ¡cómo no lo había pensado antes!

Ahora, por decreto ley, que todos los toreros se confiesen maricones y tengan el carnet de Podemos y, de la noche a la mañana se nos acabarían los problemas. Es triste lo que acabo de decir, pero de ser posible, con toda seguridad se nos acabarían todos nuestros males.

El toreo, como profesión, es tan grande, tan enigmática que, como sabemos, unos hombres apasionados son capaces de jugarse la vida por una causa, por la que ellos están convencidos y ésta se llama el arte. Ellos, los toreros, nos pueden dar miles de lecciones puesto que, por ejemplo este año, algunos hombres han entregado su alma a Dios en el ejercicio de su profesión, caso de El Pana, Víctor Barrio y Renato Motta.

De toda esa gente que nos crítica y nos denostan, ¿por quién darían ellos la vida? Ni por sus hijos, lo tengo clarísimo. Eso sí, les sobra odio y rencor para mancillar una profesión hermosa en que, para grandeza del toreo, hasta se muere de verdad.

La prueba más que evidente de que en este país no existe la justicia no es otra que, en el día de ayer, como pudimos ver, un grupo de indeseables boicotearon una conferencia que Felipe González iba a dictar en la Universidad Autónoma de Madrid. Dicen que eran estudiantes, eso sí, con la cara tapada; eran como se presupone, una pandilla de delincuentes cobardes que, por no tener, no tuvieron ni cojones para ir con la cara descubierta. La pena no es otra que nuestra policía vive con sus manos atadas, de ser libres, todos esos seres repugnantes se manifestarían en sus putas casas.