Cuando todos cantábamos victoria tras conocer el fallo del Tribunal Constitucional a favor de los toros en Cataluña, todos respiramos hondo a sabiendas que habíamos vencido al enemigo. Teníamos la sensación de que se estaba haciendo justicia para que los toros volvieran a la tierra en la que, como todo el mundo sabe, por ejemplo en Barcelona, es la plaza de toros en el mundo que más espectáculos se han celebrado, aventajando incluso a Las Ventas de Madrid. Sabedores de que se impartía justicia, todos nos abrazábamos unos con otros.
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Analizado, uno comprende que es difícil que los toros vuelvan a Barcelona, por citar la plaza emblemática de Cataluña; corrientes devastadoras se habían encargado previamente de que los toros murieran para siempre en la Ciudad Condal. Es cierto que allí en Cataluña todo huele a separatismo y, por ende los toros les saben rancio; muchos indeseables catalanes hasta tienen la sensación de que la fiesta se implantó en el territorio catalán hace pocas décadas.
Es cierto que, los catalanes, en este caso sus aberrantes dirigentes, por el solo hecho de saber que en el resto de España nos gustan los toros, solo por eso, ellos ya detestan dicha fiesta. Mucho independentismo, es cierto, pero que les siga manteniendo España, de eso no se quejan. Si tuvieran dignidad, cosa que no conocen, no permitirían que España les subvencionara ni en una sola peseta.
Pensábamos, y lo digo como lo siento, que el fallo del Tribunal Constitucional podría arreglar muchas cosas pero, craso error, todos estábamos equivocados. Los hechos han demostrado, separatismos al margen, que el primer separatista de la cuestión es Pedro Balañá, el empresario y dueño del coliseo taurino que, por sus hechos, hasta tengo la sensación de que el separatismo era lo que él deseaba para que se cerrara la plaza de su propiedad. Muerto el perro se acabó la rabia, diría Pedro Balañá.
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Ante un hecho tan sangrante como el citado, uno tiene derecho a pensar cualquier cosa. Es posible que la apatía se haya apoderado de un señor multimillonario como Pedro Balañá y no tiene ganas de trabajar por el hecho de estar rico y, mucho menos, de meterse en berenjenales como pudiera ser el hecho de abrir las puertas de la plaza de toros.
Fijémonos que, ante lo visto, hasta barrunto que el empresario está feliz de que se hayan clausurado los toros en Barcelona pero, ¿quién me dice a mí que no ha sido sobornado por la clase política para que se haga el sueco y deje cerrada la plaza? De ser así, por mucho que diga el Tribunal Constitucional, si el empresario y dueño del inmueble no quiere, ninguna ley puede asistirnos.
Todos tenemos derecho a pensar de todo ante la negativa del empresario. Es más, pudiera darse el caso de que se sintiera cansado pero, podría alquilar la plaza a cualquier empresario para que asumiera el riesgo de dar espectáculos. Que eso hubiera sido lo lógico pero, eso de quedarse quieto como una estatua y no parpadear siquiera es muy sospechoso.
Una tristeza muy grande es la que todos tenemos porque cuando creíamos, anhelábamos que el empresario catalán se sentiría feliz al saber que legalmente lo toros volvían a Barcelona, nuestra desilusión es inmensa. Pedro Balañá al respecto de las corridas de toros se ha cagado encima; no quiere saber nada de la fiesta que le hizo multimillonario tiempo atrás.
Y nada más cierto que está en su derecho por ser el amo de dicha plaza; claro que, con su actitud les ha hecho el juego a esos políticos macabros que han dividido a la sociedad catalana y la que, irremediablemente llevarán a una guerra fratricida entre hermanos, tiempo al tiempo.