No todos, pero una buena parte de toreros, ganaderos, empresarios, al alimón con jueces de plaza y prensa, se encargan actualmente de echar fuera la bravura de un espectáculo que aún se llama ¡fiesta brava!
Suena incongruente, pero los toros bravos no aparecen muy seguido, muchas veces ni toros, ni bravos.
Entiéndase por toro un bobino con cuatro años de edad cumplidos y con trapío. Es decir, corpulencia y cornamenta suficiente para asustar a los aficionados; por bravura, que la res pelee en varas, con prontitud y emotividad, atacando cada vez que vez que lo citen.
¡Ojo! Nadie dice que esas embestidas bravas tienen que ser fáciles de torear, dóciles, nobles, mucho menos obedientes.
Debe dejarse claro que lo que se le haga a un toro, sin importar su comportamiento, ni es sencillo y no cualquiera lo hace. Un bobo y un bravo pueden matar, aunque las posibilidades sean diferentes. Entre más peligro tenga el toro existe más emoción en el toreo. Quizá no bonito, pero sí emocionante. Suele haber toros bravos con calidad en la embestida.
La lid entre dos seres vivos, en el que uno va a morir, provoca conmoción. Puede ser cualquier cosa menos entretenida. El toreo no es diversión, es emoción.
No obstante, una buena parte de los partícipes taurinos están quitando bravura a los toros, por tanto le están quitando peligro, por consecuencia el alma de la fiesta.
El autor intelectual de este crimen es el torero, el autor material es el ganadero.
Algunos de los hierros.
El criador de reses es quien maneja la química al hacer los empadres en la ganadería. Del ganadero depende que haya bravura o no. Toros mansos lo ha habido siempre, seguramente desde los que brincaban las acróbatas en Creta hace cuatro mil años.
Esos ganaderos no buscan la mansedumbre, luchan por algo peor: el comportamiento borreguno, la sosería, la docilidad, andan tras la bobura, criando toros obedientes, amaestrados.
El motivo será económico, como esos toretes los exigen las figuras, entonces se venden a mejor dinero. No parece importarles el daño irreversible que le hacen a la fiesta brava.
Los toreros exigen que el ganado sea más a modo, como si fuera de un carrusel, como si los bureles se supieran el script, que haya menos riesgo, no importa que se pierda la emotividad y que parezca toreo de salón.
Los empresarios, incapaces de hacer valer su dinero, se someten a las exigencias de los apoderados, es decir, los toreros. Brota la única chispa de bravura cuando los apoderados exigen toros bobos y lo más chicos que se pueda. Los empresarios doblan las manos.
Los jueces de plaza son completamente ajenos al comportamiento de los toros; sin embargo se convierten en cómplices cuando premian toros bobos, toros de carretillas opuestos a la bravura.
Por si fuera poco, los jueces son los autores materiales de que se lidien reses sin trapío. Aceptan ejemplares sin la presencia que exige la ética taurina. Las autoridades carecen de bravura, son obedientes con los empresarios, como si fueran sus empleados.
La prensa se ocupa de maquillar lo que sucede, utiliza eufemismos para disimular las fechorías.
Les dicen ganaderías comerciales para no mencionar ganaderías bobas; llaman toros artistas, nobles, en lugar de decirles descastados, bobos, con discapacidad de bravura. Cuando tiene poca cornamenta, les dicen agradable por delante.
Las descripciones son con mala intención porque van dirigidas a quienes le entienden poco al asunto de la tauromaquia. A los aficionados que chanelan no los engañan, pero el propósito es que los noveles crean que la suerte de varas no es importante, que la bravura es incómoda, que estorba para el buen toreo, que los bureles bobos son los buenos por obedientes.
El objetivo es hacerles creer que el toreo tiene que ser bonito aunque carezca de emoción. Entre todos están haciendo una nueva afición, para una fiesta boba, monótona, insípida, intrascendente, deleznable, con toros amaestrados y público ídem.