Por todos es sabido que el indulto es el máximo galardón que se le puede dar a un toro bravo; eso del indulto siempre suena hermoso en cualquier ámbito que nos moviéramos. Indulto es sinónimo de perdón y, en el caso de un toro bravo es la consecuencia del comportamiento de un toro en la arena; es decir, que haya desarrollado una serie de virtudes que, matarlo, tras las mismas, hasta nos pueda sonar a crimen.

Claro que, lo que hasta hace poco tiempo era algo extraordinario se ha convertido casi en una norma y, tampoco es eso. Ahora indultamos a cualquier torito que medio embista bien en la muleta sin apreciar otros valores que deberían ser importantísimos a la hora de pedir el indulto, por ejemplo, su comportamiento en varas, que no escarbe en la arena, amén de otras virtudes que, aunadas, son las que propician el indulto.

Cobradiezmos, el toro de Victorino Martín que indultó Escribano

Se indultan más toros aborregados que toros auténticos. Si establecemos la comparación lo tenemos clarísimo. No es lo mismo que se indulte a “Cobradiezmos” en Sevilla, aquel inolvidable toro de Victorino Martín en la pasada feria de la capital hispalense que todos los indultos pueblerinos que se llevan a cabo por decisión de sus lidiadores que instan a los públicos para ello, caso de Manzanares días pasados en Illescas. Es cierto que, animalitos como el que lidiara Manzanares y Morante les salen por todos los pueblos donde lidian. Si quisieran podrían indultarlos a todo puesto que, méritos, son los mismos.

Como estamos viendo, la grandeza de un indulto se ha tornado un cachondeo generalizado por esas plazas de Dios. El indulto debería estar por encima de cualquier fiesta que es lo que ocurre en esas plazas amables donde se pasean las figuras y con la clase de animalitos a los que se enfrentan. Las gentes quieren contagiar de su propia fiesta a lo que sucede en el ruedo y, a poco que un toro meta la carita con suavidad, entre unos y otros, es decir, los de abajo y los de arriba, todos están pidiendo el indulto. Al final, como se sabe, toda una broma de mal gusto porque alguna vez escuché decir a un ganadero que le habían indultado un toro lo arrepentido que estaba por ello.

El Cid toreando a Madroñito, el toro de Adolfo que indultara en Santander

Son muchos los toros que se indultan a lo largo de todo el año por España pero, la pregunta podría ser obligada. ¿Por qué no se indulta ningún toro en Madrid? Sencillamente, porque allí se mide al toro en su justa medida, se aplica el reglamento en todos los órdenes mientras que, el espectáculo es una fiesta, pero una fiesta el honor al arte, nunca el jolgorio generalizado de todas esas gentes que acuden a los toros para, como antes decía, que siga la fiesta que antes han empezado en las calles del pueblo.

El último toro que se indultó en Madrid, allá por los años setenta, se llamaba Velador, era de Victorino Martín y sirvió para que Ortega Cano cosechara uno de sus mayores fracasos en dicha plaza. Ahora no, ahora ya se deja por sentado que el indulto de cualquier animal es el sinónimo del éxito más arrebatado por parte de su lidiador. ¿Qué sucede? Que no hay indultos, hay fiesta exacerbada por parte de los feriantes que, amparados por los propios diestros, entre todos logran que, lo que debería ser un espectáculo mayúsculo por extraordinario, se convierta en la parodia que vemos a diario en cualquier plaza de España.

Como decía, indultó Manolo Escribano a un auténtico toro en Sevilla y apenas le sirvió para nada; es decir, su repercusión no tuve tintes de épica alguna. Eso sí, indulta Manzanares un medio torito y todo el mundo se derrite. Quedémonos con Cobradiezmos, con Madroñito, el que lidiara El Cid en Santander. Cosa curiosa, ambos toros, puro encaste Santa Coloma y para mayor coincidencia, dichos toros no cayeron en las manos de las figuras.

Fotos: ABC.com