Se nos fue Adrián, pero su ejemplo quedará para siempre. El pasado sábado nos dijo adiós el niño enfermo de cáncer que quería ser torero. Ya no se vestirá de luces, pero ha llenado de luces el espacio que la Tauromaquia ocupa en la actualidad.

Ninguna noticia ha sido tan reconfortante en estos últimos años de persecuciones a todo lo taurino, como que un niño muestre tan a las claras las ganas de ser torero. Y que este niño estuviera desahuciado por una terrible enfermedad lo hacía mucho más visible.

En hombros Adrián... hasta alcanzar el cielo, al grito de ¡Torero!

Tan visible fue, que los toreros organizaron un festival en su honor para que pudiera disfrutar de las sensaciones de realizar un paseíllo, de dar una vuelta al ruedo, de portar orejas en sus manos, de salir en hombros de una plaza de toros. Tan loable fue la iniciativa, que también fue un éxito económico a beneficio de la enfermedad, que a otros les escoció donde más duele.

Sí, porque el alma, aunque se niegue su existencia, está plenamente vigente, unos la usan para el bien y a otros se les revuelve de lo enferma que la tienen. Esa bilis que proporciona la mala conciencia de quienes reniegan de tenerla, fue la que propició que de forma inhumana se pronunciaran tantos contra el sencillo e ilusionante deseo de Adrián.

Los deseos de un niño son, y han de ser, sagrados. Nacen de la inocencia y, por tanto, han de ser respetados e incluso deberían ser compartidos. Querer ser, forma parte de los sueños y los sueños no se juzgan, no pueden ser malinterpretados y mucho menos dedicarles abominables sentencias de muerte. Si los sueños pueden matarse, mejor sería que muriésemos todos.

Sin saberlo, son así de cafres, revitalizaron el sueño de Adrián, haciendo de él el sueño de todas las personas de bien. Aquellos que tienen el alma blanca no podían alinearse con los que la tienen completamente negra. Solos se auto marginaron, si bien esperamos, y deseamos, que la justicia les obsequie con un buen jabón para que puedan limpiarse tantas partes negras de su corazón.

La oscuridad plena de unos ha puesto de relieve la luminosidad del sueño de Adrián. En el paseíllo celestial que acaba de realizar este niño ha estado acompañado por quienes soñaron lo mismo que él, los que llegaron a conseguirlo y, también, por cuantos llegaron al cielo sin haber manchado de malos deseos su corazón.

Descansa en paz Adrián rodeado de los buenos, los malos se quedaron aquí y ojalá lo tengan que hacer en la sombra. Aunque no fueras consciente de ello, te has ido en hombros de millones de almas que coreaban sin cesar: ¡Torero, torero!

Foto: EFE