Muchos aficionados, quince años después, todavía buceamos en la hemeroteca del diario El País para revisar las crónicas de Joaquín Vidal, del que añoramos en estos días los tres lustros sin su presencia. Claro que, nos quedó su esencia, su valor más importante.

Así retrataron al maestro Vidal en Madrid una tarde lluviosa

Tenía razón el maestro Facundo Cabral cuando no recordaba que mueren todos, menos los cantores y los literatos. Por dicha razón no ha muerto Cabral porque nos quedan sus canciones, como le ocurre a Vidal que nos quedan sus letras, sus crónicas, su honrada forma de entender el periodismo que, como explico, siempre nos cupo la dicha de tomar lección.

Uno tiene que aprender de los que saben, por ello nos aferramos a Joaquín Vidal, como el auténtico maestro de la crónica y, cuando le daba la gana, de su prosa maravillosa en la que era capaz de extasiarnos contándonos un atardecer en la playa.

Joaquín Vidal se cosechó muchos enemigos; pero ninguno en calidad de aficionado a los toros, por tanto no tuvo enemigos; tuvo detractores dentro de la fiesta de los toros; es decir, de todos aquellos que sentían ninguneados sus intereses por la honrada y sabia pluma del maestro de la crítica taurina. Como sabemos, el diario El País jamás sintió la más mínima pasión por la fiesta de los toros pero, su pluralidad era tan evidente que, para ejercer la crónica taurina contrató el mejor, Joaquín Vidal. Este hecho revelaba todo a favor del genial crítico.

La placa en su honor en Las Ventas de Madrid

Conversar con Joaquín Vidal era una delicia para el alma. Era un hombre sabio, cauto, humilde, sensato; un hombre cabal de los de antaño que, en su día, hogaño, tuvimos la dicha de tratarle para amarle. A su lado todo era aprendizaje; claro que, su mayor lección venía dada por su honradez; cultos puede haber muchos, pero si dicha cultura le añadimos la honradez de la que Vidal era portador, en su persona hallábamos al crítico soñado. Durante los cuarenta años que duró su carrera como periodista jamás torero alguno pudo comprar su voluntad; y muchos lo intentaron, claro que, todos murieron en el intento.

Opositor a cátedra, dijo una vez en una de sus crónicas. ¿Qué nos estaba diciendo? Lo de siempre. Que le importaba muy poco el nombre porque siempre se fijaba en el hombre y, si como en aquella ocasión, dicho hombre se llamaba El Inclusero, Vidal se vació ante lo que el diestro de Alicante hacía en Madrid que, a no dudar, opositaba a cátedra, una oposición que perdió porque el taurinismo siempre ha sido cruel y despiadado.

Joaquín Vidal en la feria de Pamplona

Era tanta su grandeza que, los relevantes diestros de su época, cada vez que se veían reflejados de verdad en alguna crónica de Vidal, de repente, guardaban la hoja del periódico para, más tarde, hacerla enmarcar. Un hecho insólito que decía todo del maestro; una acción en la que se retrataban los diestros de su momento. Ellos, pese a las adulaciones que sentían a diario, ante todo sabían cuando habían estado mal, regular o bien, de ahí que enmarcaran las crónicas del maestro.

Joaquín Vidal se sentía como lo que era, un cronista del momento, un notario de la más rabiosa actualidad en el mundo de los toros, razón por la que siempre vivió alejado de las cámaras, micrófonos o de cualquier medio que se le reclamara. El sentía como un obrero en su profesión y, en su humildad, siempre decía que los importantes eran los que se jugaban la vida, por eso él siempre se alejó del candelero.

Pese a su grandeza, a lo largo de su vida concedió muy pocas entrevistas –yo diría que menos de tres- y la última me honró para hablar conmigo del momento actual de la fiesta. Qué lejos estaba de nuestra mente que, un mes más tarde el maestro fallecería en su domicilio de Madrid.

Crónicas Taurinas, el último libro del maestro Vidal

Puedo atestiguar, por aquello de haber sido  el coprotagonista de aquella charla que, muy pocas veces he vibrado como en aquella tarde junto al maestro. Sentí mucho su muerte puesto que, al margen de que en la charla abordamos el tema de la salud, como explico, no sospechaba él que se confesaría por última vez con este humilde servidor, al que él me había dado el trato de amigo.

Lloré su muerte, como la sentimos todos los que amamos esta fiesta maravillosa que, llevada a cabo con decencia y honradez, no deja de ser la fiesta más bella del mundo, la que con tanta pasión defendió el irrepetible e inolvidable Joaquín Vidal.

Como antes decía, Joaquín Vidal se nos adelantó hacia donde iremos todos, pero la gran verdad es que no ha muerto. ¿Cómo hablar de muerte ante un hombre que 15 años después le seguimos recordando como el primer día y, lo que es mejor, tras esos tres lustros, seguimos tomando lecciones a su lado?

Joaquín Vidal sigue vivo porque supo peregrinar por el mundo con su ligero hatillo como equipaje, que no era otro que su honradez y su servicio hacia los miles de lectores que, a diario, vibraban con sus crónicas. Para su fortuna, nadie tuvo la peseta que siempre les faltó para poder comprarle.

¡Grande, Joaquín Vidal!