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Antolín Castro |
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España |
[
16/05/2017 ] |
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S.I.17.- Pasó el día de San Isidro, pasó con todo lo que pasó, que no fue poco, aunque se soslayara bastante, hubo controversia y no hubo forma de poner de acuerdo a unos y otros, y llegó el día de después.
Cayó en picado la asistencia a la plaza, mucho, y cambió en mucho la tarde. No llegaban ni los puros ni los artistas, llegaban otros plenos de hambre para ocupar mejores puestos y la tarde discurrió en ese tenor, por la necesidad de los espadas. Todos querían decir algo, entiéndase con salto hacia adelante, y los toros de Lagunajanda permitieron, al menos, que dos de ellos, Fortes y Román -seguramente los nombres más cortos de entre los matadores de toros-, vistieran la tarde de valor, o de miedo, y oro.
Juan del Álamo disfrutó del mejor toro, enclasado y con fijeza, pero con menos fuerza que una gaseosa abierta hace un par de semanas. Se mantuvo en el ruedo pero sus huesos iban y venían rebozándose cual croqueta en la arena venteña. Una pena para el salmantino. Luego tuvo otro deslucido y sin ningún celo. Resultado: silencio en su lote.
Salió el segundo y donde el primero no tuvo fuerzas, éste las tenía todas, y donde el primero tenía clase éste no tenía ninguna. Pero… enfrente se encontró con el único hijo de toreros, en plural. De padre hay muchos, de padre y madre solo él. Y como es habitual en el malagueño vino a por todas. Atornilló las zapatillas, con inusitada firmeza y aplomo, y sacaba pases por todos lados.Así comenzó su primera faena Fortes Empezó la faena rodillas en tierra y le dio un cambiado por la espalda para seguir genuflexo en redondo. Esa era su apuesta y la faena transcurrió entre su valor y el miedo en los tendidos. Hubo momentos para el infarto pero no tenemos conocimiento de que nadie lo padeciera. Finalmente tras una petición que el Usia no consideró mayoritaria, dio una vuelta al ruedo. En su segundo, a pesar de la misma voluntad, el toro no se prestó a trasladar la emoción a los tendidos. Hasta para dar miedo hace falta un tipo de toro.
Román, vino a lo mismo que el malagueño, y le hubiera salido parecido si no hubiera sido un mal descabellador. Su toro fue mejor y transmitía la emoción aunque él trasladara menos miedo a los espectadores y la faena tuvo pasajes de enorme entrega. Así llegó al final donde sí se trasladó la emoción y el miedo al ser prendido y milagrosamente salir ileso antes de entrar a matar. Fue ovacionado por su entrega sin límites. En el sexto, como su compañero de Málaga, no tuvo el toro con el que jugarse la vida, ese era otra cosa y el silencio le despidió la tarde.
La emoción, y el miedo, forman parte de este espectáculo, del mismo modo que el arte o el sentimiento forman parte de las emociones a sentir en una plaza de toros. Unos días será una cosa y otros días será otra, ese es el motivo por el cual acudimos a las corridas de toros.
Foto: Plaza 1
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