“La puya no está hecha para matar al toro, ni siquiera para malherirle, pero sí está hecha para castigarle cuanto sea necesario”.
Así lo escribe el bibliófilo Carlos Lorenzo Hinzpeter en una parte del texto “¡Qué! Y ¿cómo? De la suerte de picar”. Remata: “La misión del picador es ir rebajando al toro puyazo a puyazo, quitándole fuerza, ahormándole la cabeza, pero sin inutilizarle por exceso de castigo para la lidia”.
Inexplicablemente la suerte de varas ha perdido relevancia, pareciera un estorbo en la actual tauromaquia mexicana. En varas se ve la bravura del toro, habrá otras características, pero la pica es fundamental.
Los toros encastados, con sangre brava, pelean en la suerte de varas, a los que tienen sangre de atole sólo se le da un piquetito, casi una vacuna. Causan compasión cuando deberían de provocar emoción.
La Carioca, acción de tapar la salida al cornúpeta
Existen toreros que no quieren saber de toros bravos, únicamente de toritos bobos y como algunos ganaderos los complacen, va en decadencia el tercio de varas. El asunto es respaldado por algunos comentaristas, dicen que ya no es necesario picar a los toros.
Actualmente los varilargueros son mal vistos por los asistentes a los cosos taurinos. Son considerados los villanos de la fiesta porque se encargan de castigar y sangrar a los toros. Los picadores están a la ordenanza del matador, su patrón, y como el que paga manda…
Los que ordenan castigar en demasía son los propios matadores. Algunos picadores se dan vuelo, suelen hacer agujeros extras en el toro, o meter y sacar la puya, lo que se conoce como barrenar o bombear.
Otro abuso es La Carioca, tapar los espacios para que el toro no salga. La Carioca es un recurso justificable cuando el cornúpeta huye de la cabalgadura imposibilitando que se pique; entonces sí, se le tapa la salida para que no escape.
Los montados han perdido categoría paulatinamente. Son los únicos subalternos que usan casaquillas bordadas en oro, como homenaje a su heroísmo en la fiesta cuando se picaba sin peto, fue una época que en las corridas morían más caballos de pica que toros. El peto se implementó en España en 1928.
Al parecer, el torero de la novela Carmen escrita en 1845 por Próspero Mérimée, musicalizada 30 años después por Georges Bizet, era un picador de toros llamado Lucas, se adaptó para convertirse en Escamillo, un matador de toros.
El peto vino a quitar protagonismo a los picadores. Por absurdo que parezca, los propios varilargueros se oponían argumentando que no estaban a gusto porque el peto hacía más peligrosa la suerte. Buena cantidad de prensa también estuvo en contra porque los piqueros quedaban indefensos. A 89 años de distancia ya no se ve así, aunque debe dejarse claro que los picadores se la juegan en el ruedo.
Abuso en la suerte de varas
Sucede con frecuencia que cuando llega a salir el toro con edad y con trapío, entonces se abusa del tamaño de la puya, eso es común en casi todas las plazas de país, así se testificó recientemente en Santa Ana Chiautempan y Huamantla, dos poblaciones tlaxcaltecas.
En la encerrona del pasado sábado en la ciudad de Tlaxcala, de seis bureles que salieron al ruedo sólo uno tenía presencia de toro. Seguramente a todos les dieron con una puya más grande de lo reglamentado, porque con un piquete leve sangraron hasta la pezuña.
Los profesionales de la fiesta dicen que en México no existe el tipo de toro que se lidia en España, por la morfología, la zootecnia; que el toro mexicano es más bajito y de caja más pequeña. Entonces, ¿por qué la puya mexicana es más grande que la española?
Como los bureles llegan mermados a la muleta, los ganaderos se quedan con la incógnita de conocer el resultado de sus empadres. Urge cuidar el tercio de varas, está reglamentada, pero poco caso se hace.
Los del sombrero castoreño son fundamentales en la lidia, nadie les niega méritos. El matador sevillano Ignacio Sánchez Mejías decía: en el temple del picador nace el de la muleta. Toreros, no abusen, en cuestión de puyas el tamaño sí importa.
Fotos: Juan Carlos Ávila, Jaime Oaxaca.