Para cuando empiezo a escribir este artículo, nuestro director y editor Luis Pla y Juan Mora ya habrán terminado su tertulia taurina en Jaén. Qué bueno que haya aficionados jóvenes que se junten para hablar de toros –me refiero a la asociación Alimón- y que se acuerden de toreros que de verdad tienen algo que decir, aunque pocas veces les dejen, en lugar de hacerlo de aquellos que no dicen nada pero que tienen voz en todas partes. Por otra parte, para estos momentos Juan José Padilla descansará ya en su casa, quizás todavía sin ser consciente del todo del paso que ha dado al retirarse de los ruedos. Hay una cosa en Padilla que no tiene discusión: su toreo le puede a usted gustar mucho, o nada, pero Padilla ha ocupado un lugar en la tauromaquia porque ha conquistado también un espacio en el corazón de muchos públicos. Esto, aunque parezca una obviedad, hay muchas primeras espadas que no pueden decirlo. Muchos altos nombres de los que los tendido se olvidan hasta que no vuelven a aparecer –como por arte de magia- en el siguiente cartel, no han gozado ni gozarán nunca del amor incondicional que un tipo de público le ha mostrado a Padilla. Si no ha sido en esta semana, ha sucedido en la pasada, los tribunales vuelven a encontrar inconstitucionalidad en la prohibición de la fiesta, en este caso en Baleares, pero al parecer a estos inconstitcionalistas, demócratas de muy baja intensidad, la constitución no tiene en este caso artículos que les haga entrar en vereda ni arrepentirse de sus dictatoriales decisiones. En última estancia, aunque quizás sea lo más importante que ha sucedido esta semana en el Planeta de los toros, la exministra de cultura Carmen Calvo y la torera Cristina Sánchez, han debatido y expuesto sus puntos de vista sobre la fiesta, la política y la sociedad en los ‘Mano a mano’ que organiza la fundación Caja Sol.
Decía que el ‘Mano a mano’ entre la torera y la política es lo que más relevancia debería haber tenido entre las cosas que han sucedido. Lo es porque política y tauromaquia caen de nuevo en la arena del debate social. Leo en todas los espacios que se han hecho eco del evento que éste gozo de ‘altura’ pero me da la sensación de que el mismo no superó las expectativas propias de un acto tan importante. Al leer las noticias de los medios, uno se encuentra con que no salimos de la lista de tópicos que nos están llevando a un callejón sin salida. Se empieza por plantearse si los toros son de derechas o de izquierdas. Ambas indican que la tauromaquia no tiene ideología aunque Cristina Sánchez opina que ha sido así habitualmente pero que hoy en día existen movimientos que no fundamentan esta conclusión. En efecto, la fiesta está politizada, como siempre ha sucedido, esto es herencia del pasado. Pero la politización va más allá de las arengas de los antitaurinos, a los que erróneamente consideramos de izquierda, llega también a la posición política que por oposición muestra la derecha en este campo. Podríamos pensar que el hecho de que una ideología contraria a la fiesta haga que otra se posicione a favor es interesante cuando menos porque genera apoyos sociales. No lo tengo tan claro. En la fiesta, como en la gestión del estado, no estamos siendo capaces de romper con estas ataduras de derechas e izquierdas que no nos llevan sino a los mismos derroteros absurdos por los que corre la política estatal. Nos posicionan, luego nos fragmentan. Nos dividen, nos vencen. Ojo con este tipo de aceptaciones como verdades universales, como la de que el antitaurinismo es la izquierda, no son nada positivas a la fiesta porque la colocan en el centro de un debate que no le favorece y que además no es real. El caso es que queremos pensar que serán ideologías políticas las que ayudarán a la salvación o aniquilación de la fiesta. Vistas así las cosas, observemos que la política casi no ha sido capaz de salvar algo tan relevante como es la integridad del Estado (el tema de la independencia de Cataluña todavía no ha terminado). El tema da para todo un tratado que, por cierto, es necesario abordar ya, para salir de la mediocre topicidad en la que hemos entrado como toro al trapo. Pero sería necesario que aprendiéramos a observar las cosas desde la coherencia antes que desde el punto de vista de una derecha o de una izquierda que ya se han mostrado incapaces de ofrecer soluciones a problemas de gran envergadura.
Por otro lado, también llama mucho la atención la eterna alusión a lo individual: yo cuando toreo; yo cuando veo una corrida desde el tendido; yo lo que soy se lo debo al toro (esto lo habremos oído ustedes y yo como diez millones de veces en todo tipo de bocas); mis valores, mis principios; mi escuela, el toro, mi universidad, el toro. No se trata de individualizar, la valoración no puede surgir desde el narcisismo, tan típico de los tiempos y necesario para consolidar esta sociedad de plástico que estamos construyendo. No se trata de lo que el toro le ha dado a uno en particular sino de lo que significa a nivel social y cultural. Hemos hecho del tópico nuestra línea de defensa y esto así no funciona. Para demostrarlo no hace falta referirse a un futuro hipotético en el que la fiesta ya no será. No. Basta echar un vistazo a la actual situación de la fiesta.