En este día de difuntos, como ayer, día de todos los Santos, con toda seguridad que los aficionados mexicanos habrían llevado numerosos ramos de flores a la tumba de El Pana puesto que, el diestro de Apizaco, santo y seña de la torería de su país, hasta después de muerto sigue levantando pasiones. Sus restos, como sabemos, incinerados, “viven” en el espacio sideral de lo que conocemos como el Universo puesto que, Rodolfo que fue humilde en vida, hasta tuvo el valor y la capacidad para serlo después de muerto, de ahí que su decisión no fue otra que no “molestar” a nadie para que le llevaran flores a su tumba.

El Pana, torero en el ruedo, señor en la calle

En este día tan sumamente ancestral en México, día de Difuntos, inexorablemente tenemos que recordar a El Pana, no queda otra opción puesto que, como el mundo sabe, mientras vivió era un tipo genial al que quemaron después de muerto, pero que vivió en plenas llamaradas de la indiferencia empresarial mientras tuvo un halo de vida; es decir, no es que le quemaran tras morir, es que vivió ardiendo mientras vivió. Pese a todo, en Ciudad Lerdo, la plaza que le condujo a la muerte, según hemos podido saber, allí se han depositado varios ramos de flores para honrar la memoria del más genial de los toreros mexicanos.

Menos mal que, a partir del 2007, año en que había anunciado su despedida, el destino se encargó de corregir lo que tantos años habían emborronado los hombres habiendo arrinconado al diestro más genial que había dado México puesto que, a partir de ese año citado, a Dios gracias como él confesara, todavía se encontró por su camino algunos empresarios que, quizás con más bohemia que el propio diestro, fueron capaces de contratarles para que saboreara toda la gloria que durante casi treinta años antes le habían arrebatado.

Pese a sus años, así dejaba los palos en el morrillo de los toros

Les puedo asegurar que Rodolfo Rodríguez El Pana murió con una sola pena; no haber podido confirmar su alternativa en Madrid, algo por lo que luchó como nadie para lograrlo pero, al respecto, no encontró jamás la sensibilidad de un torpe empresario que no quiso nunca saber nada del diestro más emblemático que había dado México. Más que la “cornada” que sufriera en Ciudad Lerdo que le llevó a la muerte, seguro estoy que El Pana murió, ante todo, por la tremenda herida que tenía en su alma al no haber logrado su quimera, su sagrado derecho de haber confirmado su doctorado en Las Ventas de Madrid.

Así fue la despedida de Rodolfo Rodríguez El Pana

Al hablar de la muerte, inevitablemente nos viene a la mente la figura de Rodolfo Rodríguez El Pana, el hombre que siempre confesó que le gustaría morir en una plaza de toros y, casi que lo logró; digamos que lo logró por completo puesto que cogida en Ciudad Lerdo no fue otra cosa que la antesala de su muerte. ¿Cabe gloria mayor para un torero? Convengamos que nadie pide morir gozando de buena salud, pero de ningún modo; pero no es menos cierto que, hombres tan geniales como El Pana no es que pidieran morir, pero que si llegado el caso tenía que ser, que fuera dentro de una plaza de toros, por tanto, su gloria la tenía servida.

El Pana, la última vez que nos honró con su presencia

Ahora, El Pana, como se barrunta y seguro que todos acertamos, está sentado a la diestra del Altísimo para seguir haciendo lo que sabía, crear arte en aras de los aficionados; como quiera que, en El Cielo, aficionados los tendrá por doquier, seguro que impartirá sus lecciones, no sé si vestido de luces o con alas de ángel, pero lo cierto y verdad es que “allá arriba” seguro que tampoco pasará desapercibido. El que es genial acá, también lo es allá. El Pana, por muchos años que pasen será siempre un hombre inolvidable para todos los aficionados del mundo y, muchísimo más para los que tuvimos la suerte de tratarle para amarle.