La bravura es un bien escaso, incluso, o especialmente, en las corridas concurso de ganaderías que muestran mejor las dificultades de la casta que los grados de la bravura. Por eso el premio al toro más bravo se suele quedar desierto, tal como ayer en Zaragoza.
Ya sabemos que es difícil ver toros bravos, pero la corrida concurso de Zaragoza del sábado 22 mostró una entretenida paleta de los problemas que la casta lleva a las corridas de toros, tan lejos de la corrida ideal para tantos toreros y ganaderos: “Que no incomode, que no cree complicaciones, que disfruten, que nadie pase un mal rato” según la sincera expresión de Daniel Ruiz.
La bravura apareció en su versión noble y encastada con el toro de Ana Romero algo tardo, justo de fuerzas y poco codicioso, con el que Román no supo o pudo mostrarlo, aunque Pedro Iturralde recetó tres puyazos, el primero y tercero muy traseros, que el jurado apreció suficientes para darle el premio a la suerte de varas.
Alcurrucén sufrió los tirones de la muleta en las inexpertas manos de Román y se cansó rápidamente de embestir, en el caballo no había mostrado gran interés aunque cumplió con sus tres entradas.
Listo y avisado Flor de Jara, renuente en el caballo y complicado en la muleta rasgó la taleguilla de Alberto Alvárez, quien pechó también con un Cuadri, manso, flojo, descastado y feo, muy feo.
La casta de El Ventorrillo que sabía siempre donde estaba el torero, puso en dificultades a Rafaelillo, que solventó la papeleta con suficiencia aunque se llevó un varetazo en la mandíbula. Esquivel picó bien en cuatro varas, en una de las cuales tuvo una caída de latiguillo, quizá por picar delantero, como debería ser.
Rafaelillo estuvo más que digno con el precioso pabloromero de Partido de Resina, de cara armoniosamente triangular, pitones levemente agresivos, morrillo de medio queso, como es tradición en la casa y bello pelaje cárdeno. El toro era manso y descastado pero al igual que en los humanos, la belleza o la inteligencia raramente se dan juntas y cualquiera de ellas en grado eminente justifican una vida.
Toros encastados, toreros esforzados y público escaso forman un cóctel de incierto futuro, pero los escasos aficionados que acudieron a la plaza pudieron apreciar los problemas de la casta cuya resolución es la justificación de la corrida de toros.