Para José Ramón Sienra Cravioto, que escribe con luz y me regala historias con sus fotografías.
Tal parece, se debe tener cuidado con lo que se desea; más aún con lo que se dice, pues queriéndolo o no, se hace una cita con el destino; a través de un mecanismo invisible y siempre asombroso, las palabras crean realidades.
El Saint Jordi del año pasado desee recibiéramos diez libros por cada rosa y un toro bravo por cada libro leído. En mi caso no ha sido exactamente así, pero no han faltado las rosas ni los libros y sobre todo, mi afición se ha visto inflamada con la bravura de Piedras negras y Jaral de peñas.
Lo anterior revalida mi convicción de citar con la tinta, que por increíble que parezca con el sólo hecho de llamar algo es posible traerlo hasta nosotros; por eso no quiero que pase este año sin dedicar unas líneas con motivo del día del libro, sin importar que la celebración haya sido hace varias semanas, Saint Jordi es un toro que nunca pasa. Y no lo hace porque tenemos la necesidad permanente de viajar, de dialogar para confrontar hechos, deseamos siempre las amistades sinceras; por ello recurrimos a los libros, disponibles en cualquier momento y dispuestos a escuchar.
Leer es muchísimo más que pasar la vista por un montón de signos e interpretarlos o traducirlos en sonidos, es una actividad vital; no en balde Vargas Llosa dice que aprehender a leer ha sido lo mejor que le pasado, parece simple pero va más allá del placer que puedan proporcionarnos los libros, se trata de cómo a partir de ellos nos formamos una visión del universo, cómo nos ayudan a descifrarlo, comprenderlo y volverlo habitable.
En el toreo somos conscientes del arte porque pasamos del reposo a la emoción, percibimos como nuestra inteligencia, memoria y voluntad se ven alteradas armónicamente; nos damos cuenta de las sensaciones pero no del ejercicio de lectura realizado a lo que presenciamos. Leemos el universo de acuerdo a nuestra cosmovisión, producto de una mezcla de encuentros y desencuentros, de caricias y cornadas.
De ahí la importancia de leer, en ello encontramos un sentido de pertenencia, hacemos patria, protestamos, reafirmamos convicciones, dejamos que se abran nuevas ventanas para presenciar el mundo y sobre todo adquirimos ritmo. Todos vivimos a un pulso, pero pocos lo concientizan.
La lectura es un buen ejercicio para lograrlo, los signos de puntuación nos ayudan a entenderlo; en prosa sobre todo comprenderemos la condición humana y en verso lo delicioso e importante del compás. Como taurinos debiéramos obligarnos a conocerlo para dar una mejor lectura de la corrida de toros, pero también para multiplicarnos el placer de la cadencia en un percal y el gozo del recorrido que hace una muleta mientras somete un toro bravo.
Taurinos o no somos y andamos a un pulso, si cultivamos el compás otras letras nos pueden cantar, porque aunque pareciera limitarse a una medida, el compás es más bien una conexión; esa entre toro y torero que hacen brotar el purísimo toreo. La bravura y la torería andan a compás, las bellas artes siguen el propio; vivir lo requiere para que sea más dulce y apasionado. Cada uno tiene ritmo propio, pero sólo es torero quien logra imponer el suyo a un toro bravo.
Si descubrimos nuestro ritmo, si lo cultivamos; aprenderemos a escuchar no sólo nuestro latido, sino el de los otros. Entonces será más fácil dialogar, ir por derecho, leer miradas, entender la respiración ajena y surcar la piel querida cual Cobradiezmos; comprender que los besos como las faenas se bordan con ritmo, que los duendes bajan cuando dos almas fluyen y al seguir su cauce entran al mismo compás.
Vayamos pues a los libros, recibamos un toro bravo por cada uno leído y hallemos en cada verso el ritmo para veroniquear y en cada estrofa el compás de un natural.