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  LA MELANCOLÍA DE LOS TOREROS  
   Por Mary Carmen CH. Rivadeneyra - México
[ 21/06/2017 ]
 
     
 

“A la fiesta hay que darle el sentimiento romántico, dramático y artístico que requiere.
Uno puede estar en la plaza a las seis de la tarde, y a las seis y un minuto en la presencia de Dios”.

Manuel Rodríguez Sánchez, “Manolete”
 
Siempre me han inquietado los sentimientos que denotan los toreos en su ser, emociones intensas de carácter psicológico, que han habitado en ellos a través de su intenso andar, en relación con ello, hace unos días, acudí con gran expectativa al Museo Nacional de Arte de la Ciudad de México, que exhibe una gran exposición llamada Melancolía. Dada la riqueza del contenido que ofrece, con más de 130 obras de diversos autores que pusieron su mirada y sobre todo su inspiración en este tema se puede apreciar a Tamayo, Rivera, Siqueiros, Villalpando, Carrington, Montenegro, entre otros artistas más, que plasmaron en su obra la intensidad de la palabra Melancolía, materia prima con la que se sintieron identificados e hicieron una amplia representación que simboliza una época, y que ahora recopila no solo cuadros y esculturas, también música, libros, hasta cortometrajes relacionados al tema, porque este sentimiento tan intenso y tan humano, invade con mayor frecuencia las almas cuya misión es crear arte, en ello están sus ilimitados alcances.

Hace varios años había escrito un ensayo al respecto; ahora relacioné el concepto de la exposición con los toreros, no porque encontrara un vestigio de ello en el museo, (qué hubiese sido muy atinado, habiendo artistas que lo han contemplado) más bien fue, porque la tauromaquia también es un asunto existencial, que ha estado presente desde el momento mismo de la creación de este milenario arte y que es, incluso, todo un tema de amplio espectro con emociones envueltas en grandes dosis de melancolía que complementaron mi percepción.
El término melancolía describe imágenes e ideas referentes a este particular abatimiento del hombre, varios filósofos y psicólogos han estudiado sus orígenes y causas; tanto Aristóteles, Claudio Galeno e Hipócrates, enriquecieron la trascendencia y efectos de su significado, teniendo mayor sustento, la teoría derivada de la filosofía hipocrática basada en los humores, de donde deriva la bilis negra, amarilla y roja, de las cuales su carencia o exceso definen la química en el cuerpo humano, determinando así, una disposición psicológica en los individuos.

La melancolía, como estado de ánimo, ha sorprendido a muchas personas,  curiosamente relacionadas a disciplinas artísticas, como el teatro, la poesía y la literatura romántica, entre otras; se dice que ha sido característica de la aristocracia, puesto que diagnostica grandes vacíos en  medio de una aparente plenitud de vida. En todas las épocas, en el mundo taurino, este estado de ánimo se ha tornado una constante, tanto en los toreros cuyo rostro esta cubierto por un semblante que revela su angustia interior, como en un gran número de coletas que no han alcanzado la gloria en su máxima plenitud.
    
Antes del siglo XIX, la melancolía era la antesala de la depresión, como parte de un trastorno orgánico, aunque muchas veces esta enfermedad, ha sido hábilmente transformada en diversas formas de expresión, que apaciguan la idea de caer en el nihilismo por parte de quienes la padecen.

En lo profundo de los toreros, habitan sentimientos de angustia y miedo que se hacen evidentes en sus prolongados silencios, no obstante, alternan goces hedonistas y hasta uno que otro placer necrófilo, todos ellos, aspectos que parecieran incongruentes e incomprensibles para muchos, pero son parte del   mundo interno de los diestros, de donde surgen sus más recónditas interpretaciones; porque para los genios, muchas aparentes patologías son el pan de su creatividad.

Los rostros de los diestros muchas veces marcan la pauta de la tragedia existencial que viven dentro y fuera de los cosos, ¿qué puede saber el público de los desasosiegos a los que se enfrenta el torero?, ¿de los muchos espacios en que la muerte es jinete apocalíptico sentado en lo alto del morrillo de los astados? o ¿de lo que algunos diestros sienten al acercar sus muslos a enormes cornamentas y reflejar sus pequeños espejos del traje de luces en los ojos desafiantes de los toros, sin saber cuál será su desenlace? ¿O llevar consigo el drama de jamás poder volver a torear? Caso de algunos, que hasta se han quitado la vida.

La melancolía ha sido un aliado de los espíritus sensibles, desde el pensamiento aristotélico, medieval, renacentista y moderno, hasta nuestros días, siendo un velo que cubre el ser de los  hombres dotados, poseedores de almas sui géneris, como Manolete, quien llevaba reflejado en el rostro la tragedia, así como Juan Belmonte, quien aseguraba que torear era una actividad del espíritu. No se diga Silverio Pérez, el gran faraón de Texcoco, hombre de mirada nostálgica acorde a la personalidad de su hondo toreo. El sentimiento del Rey David Silveti, no es la excepción, la intensidad de sus faenas lo llevaba a romper en llanto, mientras al público lo conducía casi al vértigo. Así Rodolfo Rodríguez, “El Pana” y muchos, cientos de ellos que más de alguna vez han tenido un romance inevitable con la  melancolía.

El aspecto taciturno de los toreros tiende a ser un humor que transmite profunda añoranza, quizá porque cada tarde parece que estos se desintegran en la arena, igual que los lances que se arrancan del alma para hacerlos parte de lo sublime.

El torero es un ser rodeado de mística, tiende al aislamiento, busca frecuentemente espacios íntimos, tanto para hacer reflexión de su oficio, como para realizar sus propios ritos, en una atmósfera de angustia y plegaria, encendiendo cirios que lloran al unísono la pena de su obscuro destino, disimulada por el oro deslumbrante de su terno de seda y sus bordados de flores silentes.

Por todo esto, entre muchos misterios más, los coletas son almas melancólicas por naturaleza, desde que parten plaza reflejan su condición, recargados en los burladeros, escondidos entre la sombra de su montera, en  ocasiones aguardan su toro con inquietud, abrazando su capote y mordiendo la esclavina,  como queriéndose atragantar esa angustia tan desgastante de la espera.

La melancolía atrapa como enfermedad incurable a gran cantidad de novilleros que nunca llegaron a tomar la alternativa, y más aún a quienes la toman y nunca trascienden, para ellos el concepto de “figura” se “desfigura” con el paso de los años, lo que provoca profunda frustración; las oportunidades se les fueron, son víctimas de las empresas fraudulentas; pero eso sí, el que algún día tuvo la idea de ser torero, se vistió de luces y mató un astado, llevará consigo hasta su sepultura el efecto hechicero de su profesión y unos más, otros menos, caminarán envueltos en una atmósfera sombría en su aura, su mirada y su toreo, por lo que hace fugitivas sus sonrisas, pero profundos sus lances, en los cuales, también se percibe el melancólico cante jondo de la muerte.

 
     
   
 
   
     
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