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Una buena moral hacia los animales es también una moral diferenciada. No, la corrida de toros no manifiesta cualquier cruel indiferencia hacia la vida y el sufrimiento. Al contrario, es portadora en si misma de una ética coherente y respetuosa con los animales. Si la corrida desapareciera de las regiones donde forma parte de la cultura, se produciría también una perdida moral, sería también privar a los pueblos de una irremplazable relación con los animales, que siempre han tenido con el toro bravo.
Enfrentarse al toro, es la imagen natural del combatiente y símbolo permanente del poder, es el sueño eterno del hombre. La corrida no es ni inmoral ni amoral en relación con las especies animales. La relación del hombre con los toros durante su vida y su último combate, es ejemplo de una ética general. Su primer principio seria: hay que respetar a los animales, o al menos alguno de ellos, pero no en igualdad con el hombre. Los deberes que tenemos con los animales más próximos, debemos tener esos mismos deberes hacia las demás personas, incluso los más lejanos. La ética y la moral de la lidia se resume a esto: el animal debe morir, el hombre no debe morir. Es desigual, pero esta desigualdad es justamente moral en su principio si las posibilidades del hombre y del animal fuesen iguales, sería como los juegos del “circo romano”. En la corrida el toro muere necesariamente, pero no es abatido como en el matadero. Es combatido. Porque el combate en el ruedo, aunque sea desigual es totalmente leal. El toro es una especie combatiente que el hombre puede afrontar y tiene que ser con el respeto de sus armas naturales, tanto físicas como morales. El hombre debe esquivar al toro, pero de cara, dejándose siempre ver lo más posible, situándose en la línea de embestida natural del toro, asumiendo el mismo el riesgo de morir. Solo tiene derecho de matar al toro, quien acepta poner en juego su propia vida. Un combate desigual pero leal. Las armas de la inteligencia contra las del instinto y la fuerza. Si el combate fuera igualitario, su práctica seria innoble para el hombre, puesto que el valor de la vida humana se vería reducido al del animal. Si el combate fuera desleal, su práctica seria innoble para el toro puesto que el valor de la vida animal se habría reducido al de una cosa. Como sucede en las formas extremas de ganadería industrial.
Una buena moral hacia los animales es también una moral diferenciada. No podemos ni debemos tratarlos a todos de la misma manera, al perro, al mosquito, al cordero o al toro bravo. Nos tenemos que ajustar a lo que ellos son; el toro de lidia es un animal desconfiado, como muchos otros animales “salvajes y bravíos” con un instinto de defensa muy desarrollado, desde su nacimiento, la bravura, que lo incita a atacar contra todo aquello que puede ser su “enemigo”. La corrida no consiste en matar una fiera. Es todo lo contrario, la corrida, como su propio nombre indica, consiste en dejar al toro correr, atacar, embestir. La ética de la corrida consiste en dejar que la naturaleza del toro se exprese. Doblemente, en su vida, en su muerte. Durante toda su existencia, nace en el campo, en libertad, salvaje, rebelde, indomable. Combate hasta la muerte de acuerdo a su naturaleza. Brava. Durante la lidia el torero puede expresarse, pero también debe permitir al toro expresarse a sí mismo. El toro defiende su terreno, todo el ruedo es suyo, y sale dispuesto a expulsar y acoger sea quien sea. Y ahí está el torero que le debe dominar, convirtiendo ese dominio en una obra de arte, con esa embestida natural y su propio miedo de morir…
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