Fue en el año 1936, cuando en la ganadería salmantina de Juan Cobaleda se tenía que embarcar la corrida para ser lidiada en Barcelona unos días después. Entre los toros a lidiarse se encontraba un toro negro, meano, de nombre Civilón, hijo de la vaca Civilona..
No parecía un toro bravo, se había convertido en un animal doméstico durante su estancia en la finca, y se dejaba de acariciar por Carmelita, la hija del ganadero que acompañaba al mayoral para visitar al toro. Incluso le llamaba por su nombre y el toro no tardaba en acudir a la llamada de la niña
Civilón en principio iba a ser lidiado como novillo en Valencia, pero debido de una pelea en el campo bravo, tuvo que ser curado de sus heridas y posponer su lidia para más adelante.
Era asombroso que un toro bravo se dejara acariciar y dar de comer en la mano por una niña de siete años. Y se cuenta que los chiquillos de la finca solían ir a visitar al toro y rodearlo sin aparente peligro alguno, pasándole la mano por el lomo e incluso subirse encima.
Junto a otros toros tenía que ser embarcado para ir a Barcelona. CivilÓn, pues el ganadero Juan Cobaleda ya habia prometido la corrida con don Pedro Balañá Espinós.
Eso produjo una gran tristeza en la niña que le había cogido un gran cariño al toro y no quería por nada en el mundo desprenderse de él, por lo que lloró amargamente cuando llegó el momento del desenlace.
En el desencajonamiento que tuvo lugar en el mismo ruedo de la plaza, la gente pidió su indulto y cuando llegó el día de la corrida, el 28 de junio de 1936 en la Monumental, que anunciaba en el cartel a Manuel Jiménez “Chicuelo”, Rafael Ponce “Rafaelillo” y Luis Gómez “El Estudiante” (al que le tocó el toro en suerte), una plaza llena de pancartas que reivindicaban su indulto de Civilón, e hizo que la presidencia, con buen criterio, mandara aquel nobilísimo animal de nuevo a los corrales, ante el fervor del público.
Por mala estallaba la Guerra Civil unas semanas después y ya no fue posible que el toro regresara de nuevo al campo.