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El valor agregado de las novilladas siempre ha sido
el factor sorpresa. La posibilidad de ver a un chico jugarse la vida con
honestidad y con entrega, pero también con conocimiento de causa, con gracia,
con arte, y hasta con personalidad. Cuando se logra tal acontecimiento el
espectáculo resultante es uno de los más bellos y emocionantes que existen. Eso
exactamente se vivió este domingo con la “apasionada entrega” del potosino Ricardo de Santiago con el primer
novillo de dos que lidió. Pero comencemos por el principio. El colombiano Camilo Hurtado no pudo someter las
embestidas complicadas del abreplaza, áspero y violento, al que no se pudo
imponer. Mató de estocada delantera tras pinchazos. Palmas. Sibarita –n. 289, 386 kg.-manso y deslucido, se lidió bajó
ráfagas de viento. Entre el juego que ofreció y el clima obligaron a llevar la
lidia hacia las tablas, cerca del burladero de la porra, donde Ricardo de Santiago puso manos a la
obra para construir una obra maciza, duradera, emocionante, en la que hizo gala
de carisma, de torería, de vergüenza, de intuición torera, de quietud, de
valor, de arte, de conocimiento, de hambre, de empaque, de buenas maneras, de
mejor concepto, y de otro ciento de virtudes positivas. Un ceñido y torerísimo quite por zapopinas al primer
novillo encendió las antenas de la afición, que ya antes de que comenzara su
turno le esperaba. Así, pues, cuando desmayó los brazos en un par de bellas
verónicas con los vuelos del capote fue que el tendido comenzó a calentarse
para explotar definitivamente en el quite. En respuesta a un quite sin mucha
fortuna de Cissé fue que el potosino
instrumentó unas chicuelinas personalísimas, de mano baja, templadísimas y
rematadas con una hermosa revolera de mano cambiada. Así, pues, para el segundo tercio aquello era ya la
locura, una locura que la joven promesa alimentó con un tremendo tercio de
banderillas protagonizado por un muy refrescante clasicismo. El sentido de la
quietud, de la exposición, de la proporción con la que cubrió el tercio de
banderillas implicó la supresión del salto tan en boga para clavar con buen
gusto. Todo ello se hizo acompañar por la variedad que aportaron los toreros
recortes y giros, con un rico sabor a clásico, más cercano a David Liceaga y a
Luis Francisco Esplá que a la escuela de Vicente Ruíz El Soro, que hoy monopoliza
a los matadores banderilleros. ¿Y la colocación? Impecable como muy pocas veces. En el último tercio terminó por cuajarse la gran
faena. De Santiago tardó en hallar
el terreno correcto para hacer gala de su buen concepto frente al ventarrón que
se soltó. Finalmente, se refugió en ese terreno de la plaza, entre cuadrillas y
toriles, en el que algunas voces autorizadas, como la de Eloy Cavazos, afirman
que hace menos viento. Ahí, metido en tablas, con mucho valor, aguante, buen
gusto, y con una gran comprensión de lo que el novillo pedía para embestir.
Vino, pues, el gran concierto por ambas manos, con un aguante que hizo rugir la
plaza, con unas formas tan refinadas que la faena fue un entero prodigio, con
un valor que asustó al miedo en terrenos más que comprometidos, y con unos
pases de pecho que todavía no terminan. Rugió, pues, la Plaza México como hace un
tiempo no lo hacía. Se entregó sin medida a un muchacho que se entregó a ella
sin reserva.¡Y todo con un novillo de condición tan pobre, tan ocupado en
desparramar la mirada a la menor provocación! Tristemente nada es perfecto. Llegó el momento de la
matada y entonces sí, Ricardo, que estuvo tan fácil en todas las otras suertes,
se entregó torpemente y fue brutalmente zarandeado en tres ocasiones, de las
que salió cada vez más mermado, y el novillo más crecido. De la última, ya con
dos avisos encima, no se pudo parar, y fue trasladado a la enfermería. Salió Camilo Hurtado, con un miedo bastante
racional, a intentar matar a Sibarita,
que andaba como si nada y adueñado ya del cuadro. Se produjo entonces el bochornoso espectáculo de la
aplicación torpe del reglamento por parte del señor Jorge Ramos, que en su intento por cumplir con la fracción VI del
artículo 76, echó bocinazos a diestra y siniestra de forma desconcertante,
completando la inédita cantidad de tres segundos avisos. En fin, haiga sido como haiga sido, el señor
Ramos le tocó tres avisos a Hurtado,
y Sibarita, que ya para entonces
andaba en plan de “a mí no me mata nadie” volvió al corral tras cinco avisos
procedentes y reglamentarios, pero con un invariable sabor a ineptitud. De Santiago salió a lidiar el quinto con menos fortuna, pero
reafirmo su buen quehacer con las banderillas, su quietud, su valor, y sus
ganas de ser. Y por qué no decirlo, también dejó ver un cierto verdor natural y
bastante saludable para un chico con su rodaje. A este sí logró meterle la
espada, aunque se llevó otros dos avisos. Baptiste Cisée se enfrentó a un buen novillo, repetidor, pronto,
humillado, con recorrido, pero que exigía temple y mando. El francés solo pudo
pegar dos buenos trincherazos en la primera tanda de la faena, mientras que en
el tendido la gente se ponía del lado del astado. Pitos. Sebastián Ibelles se recreó con la mano derecha durante la lidia del
cuarto. Aunque toreó más bien despegado, sus derechazos, limpios, firmes,
templados, y ligados conectaron rápidamente con el tendido. Sin embargo, no
pudo redondear el trasteo con la mano izquierda, y su labor poco a poco perdió
brillantez. Mató de una estocada caída y perdió el favor de la afición y
alejándose de tocar pelo. Fue ovacionado. El joven Ibelles se hizo acreedor a la posibilidad de
lidiar al último de la tarde, que desde su misma salida presagió
complicaciones. Así, pues, el torero mexiquense comenzó por bregar y lidiar a
un toro geniudo y mansurrón que así lo exigía, y que, como era previsible, no
se prestó para el toreo en redondo. Con la muleta también comenzó con
procedimientos para someter, pero decidió pasar un rato intentando torear en
redondo, lo que colaboró a hacer tedioso el final de la novillada. Mató sin
mayores complicaciones y se retiró en silencio.
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