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Visite nuestra ficha del festejo. El séptimo cajón. Pocas prácticas tan polémicas
en la fiesta brava actual. Una costumbre sumamente enraizada en la fiesta brava
mexicana, pero prácticamente incomprensible desde otros sitios, particularmente
desde España. En nuestras tierras, donde usualmente todos los protocolos,
costumbres, y formalismos, de algún modo u otro, pueden relajarse. No obstante
que el toro de regalo se había suprimido a su mínima expresión recientemente, por
segunda vez en tres semanas, se abrieron los cajones séptimo y octavo. Los
matadores que buscaron llevarse todas las
canicas con este recurso fueron Sebastián
Castella, y Octavio García “El Payo”. Antes de continuar con esta línea de
pensamiento, es necesario mencionar dos asuntos. En primer lugar, la corrida de
Fernando
de la Mora. Hacía un tiempo que el hierro queretano no cruzaba la
aduana de La México sin que le devolvieran algún astado por minúsculo. En esta
ocasión toda la corrida estuvo correctamente presentada. Incluso se anunciaron
cuatro toros por arriba de los seiscientos kilos, tres de los cuales los
cargaban sobre sus lomos ostensiblemente. Por otro lado, fue notoria la pobre entrada que registró el gran
coso. El llamado del torero francés reunió prácticamente al doble de gente en
la primera parte de la temporada, que en esta ocasión se reunió en número de
unos diez mil. De vuelta a los regalos, no está de más
recordar que Castella ha sido un
asiduo de los toros de regalo durante su carrera. Basta con señalar que en sus
dos participaciones en la temporada regaló toros. Antes de ello, el de Beziers
abrió plaza con Espanta Suegras –n. 151,
586 kg. –, una tremenda mole. Su pinta fue negro bragado jirón, lucero, y bien
armado. En su juego fue pastueño y noble, con recorrido y movilidad, además de
su dosis de debilidad y una cierta tendencia a huir. Castella tuvo buenos
momentos, tanto de recibo con el capote, como con la muleta. Así fue en la
primera parte de la faena, cuando el toro fue capaz de emplearse, y el francés
tuvo la paciencia de estar suave y sobándolo. Después se puso un tanto bronco,
y no pudo abrochar su faena a un toro ya muy rajado. Mató de dos pinchazos y
descabello tras un aviso. Hizo cuarto de la tarde Mi TX –n. 155, 563 kg. –, un toro deslucido, un tanto soso, pero
que se desplazaba y acudía a los engaños. Castella estuvo impaciente,
apresurado, brusco, y hasta un tanto desordenado. Incluso la gente comenzó a
meterse un tanto con Sebastián, que apuntaba para completar una mala tarde. No
obstante, el recurso salvador se urdió durante la caótica lidia del sexto. Justo
en los momentos de más desconcierto, tanto en el ruedo como en el tendido, Castella
levantó su dedo.  Castella respira hondo de cara al 2019 Salvación por mi podría exclamar el torero galo
tras de la suerte de encontrarse con Río Dulce
–n. 154, 562 kg. –. Y es que vaya bocanada de oxígeno puro que fue para la
temporada de Castella, que no está en los primeros planos de la fiesta en España,
y que, a pesar de su cartel, ya llevaba un tiempo sin golpear la mesa en México.
El de Fernando de la Mora tuvo dos defectos muy marcados, lo de rascar la arena,
y lo de salir sueltito en la primera parte de la faena. Dejando de lado esos
detalles, vaya toro... Un torazo, emotivo, entregado, noble, claro, con
repetición, tranco, y clase. Se rebosaba en la muleta por el lado derecho, y
por el izquierdo qué forma de planear, y de humillar, aunque sin la misma
codicia. Un toro de bandera, de lío gordo, con el rabo agarrado con pinzas.
Sebastián se desbordó toreando. Consumó
series emocionantes por el lado diestro, y pegó pases colosales y de imperio
por la mano siniestra. Además pudo encausar las buenas condiciones del toro, y
le obligó a romper tras de que intentó rajarse, incluso estuvo por llevárselo
delante en esa parte de la faena. En la segunda mitad de la labor, mientras el
pitón derecho lentamente se apagaba, el izquierdo resplandecía, comenzaba a
brillar. Ya Castella intentó tan solo algunos detalles, aunque parecía que el
toro todavía podía ofrecer otra tanda, y otro cierre. Le costó trabajo tirarse a matar, pues trató
de asegurar la estocada con un toro que se desigualaba rápidamente dada su
tendencia a rascar. Sebastián se tiró a matar y desafortunadamente dejó un
bajonazo, con el que se fueron las orejas. Hubo petición mayoritaria, y Enrique Braun se guardó la oreja
adecuadamente. Aunque, sinceramente, bien pudo soltar un apéndice, y nadie se
hubiera molestado. Castella dio una tremenda vuelta al ruedo, con la Plaza México
entregada como hace mucho no se le entregaba. Los restos del toro fueron
ovacionados. Regálenos, pues, una faena.  Hubo grandes momentos Su sublimó Octavio García “El Payo” frente
a Quitapenas –n. 144, 628 kg. –, otro
tremendo cárdeno. Tras de la probadita quitando por navarras en el primer toro,
con exquisita media, disfrutamos otra al poner al toro en el caballo. El toro,
por su parte, se arrancó de largo al caballo, y peleó mientras recibía un
puyazo muy trasero. En banderillas comenzó a hacer cosas de probón y reservón,
mismas con las que tuvo que vérselas El Payo.
Andando inició el rubio torero, rematando con cambio de mano y el de pecho en
los medios, de veinticuatro quilates. El cárdeno, con su impresionante lámina,
rascaba se lo pensaba para embestir. No obstante, con buen oficio y tino, Octavio
atinó a echar los vuelos de la muleta al morro por ambos lados y a encontrarle
la distancia.
Otras dos tandas de derechazos antes de un
cambio de mano en la boca de riego. A partir de ahí insistió por la siniestra,
por donde el toro era estaba más parado pero tenía más calidad. En un par de series
vimos cuatro o cinco estupendos muletazos, de los que detienen el tiempo. Fue
entonces el momento de cambiar los procedimientos y buscar las tablas. Ahí, la dosantina
ligada con el derechazo de vuelta entera, y un supremo cambio de mano. Luego un
desdén supremo. Abrochó la faena con otro supremo natural y el muletazo de la ranchera. Marró con los aceros
mediante una media tendida, y un racimo de descabellos tras aviso. Saludó en el
tercio.  Qué naturales del Payo Esa fue nuestra probadita de ese gran Payo. Desencajado,
pálido, famélico, de una expresión casi mística, y sumamente entregada. Desafortunadamente
ese Octavio García no siempre sale le sale al toro. Con el quinto, Gitanillo –n. 55, 628 kg. –, que no tenía
mayores opciones, tampoco buscó hacer mucho más que regalar el sobrero. El
puntillero Emilio Ríos se llevó una
fuerte ovación tras de cachetear con torería y estética. El octavo de la función
fue Mar de Nubes –n. 140, 570 kg. –,
descastado y soso, al que solo le extrajo un par de derechazos ligados para
alargar de más la tarde. Salió al tercio Rafa
Romero tras un escalofriante par de banderillas al regalo. De obsequio,
pues, otra faena.
 Oficio, cabeza, y arte El que tuvo una mala tarde fue Juan Pablo Sánchez. El primero de su
lote fue Bandolero –n. 36, 602 kg. –,
un toro del que había que tirar para conseguir buenas embestidas. A diferencia
del Payo, que entendió el procedimiento de echar los vuelos al hocico, el de Aguascalientes
siempre presentó su muleta planchada, esperando a un toro del que había que
tirar. Silencio, pinchazo, y bajonazo.
El sexto fue Fina Estampa –n. 150, 620 kg. –, un toro manso de solemnidad, que
provocó un herradero en los primeros tercios de la lidia. Sánchez no lo quiso
ni ver, y aprovechó el desconcierto para hacer notorio su descontento. Sin que
fuera su intención, también dejó ver su incapacidad y su indolencia. Escuchó un
aviso.  Juan Pablo Sánchez, mala tarde La próxima semana, ante toros de Villa
Carmela, partirán plaza Antonio Ferrera,
Arturo Saldivar, y Diego Silveti.
Fotos: Luis Humberto García "Humbert".
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